11 de diciembre de 2011

Ellael


"La maldición pasará el día
que llegue un santo príncipe
que no entienda lo que tú digas
y que no sepa sino esta palabra...."

(Jacqueline Balcells, Cuentos de los Reinos Inquietos)


Él proyectado en sus energías sanadoras
como Ella, retornada perdida 
en la galaxia
con sus pulmones y su magia
reencontrada en forma  humana 
de machi
-werkenes batiendo mensajes con sus plumas-
descifrando los arcanos de Rael
batiendo y gritando con los pumas;

El ángel que combate contra una cola
y lucha contra la espuma, contra la ola;
eso lo escribió Blake en lirios perfumados
bajo la fuente del Sol Negro
mientras ellos eran uno solo
una pura persona
fundidos en el Bakithi Loto
que es como una explosión de soles
la canción de fuego y hielo
bajo el único A-mor.
El amor inexistente, que no está ya más acá, pero que late en corazones de fuego....

(para una mujer que vive dentro de mí, y que yo vivo dentro de ella, pero dormidos los dos)




....En otros futuros y reinos lejanos de la imaginación.

3 de octubre de 2011

Yo era aquel..........

Pablo Rumel Espinoza a los 4 años, vestido de rey mago.



Yo era aquel niño que nadie sabía qué diablos hacer con él. Aún recuerdo las mañanas atragantadas en la esperanza, los sueños como colores que desdibujaban el horizonte. Pintaba  los bordes grises de las cosas, porque pocas cosas podía hacerlas bien.

Yo era aquel niño que nadie sabía muy bien qué hacer con él. Títeres, marionetas recortadas, sombras expresionistas que mostraban el Destino. Recuerdo que me recostaba en las tardes para dibujar, tratando de calcar una flor en papel, algo, una imagen que devolviera la misma imagen mental que soñaba. Un solo asesinato bastaba en mi mente para colorear con matices a esa flor. Traerla a la vida. Hacerla florecer desde adentro hacia fuera. Era mi secreto predilecto. Y nadie lo sabía.

En mis dibujos siempre perdían los buenos. No podía hacer nada por ellos, porque el Destino era inevitable. Los buenos eran humillados en goleadas catastróficas, barridos por ejércitos de soldaditos de plomo.

Yo no lloraba en público, trataba, y el premio era esbozar la sonrisa de Ella, una Niña Frágil roja de vergüenza, escondida en sus juegos de manos,  en sus secretos de portal de muñeca.

Me gustaba la pintura, me gustaban las marinas heroicas, de buques destrozados en la guerra, y los cuerpos blancos de mujeres desnudas. La leche derramada hablaba por sí sola. Y yo sabía muy bien que mi destino era crear. Recrear en miniatura los juegos del Universo, lugares donde era imposible aburrirse.

A veces el ego se destruía, pero me enseñaba unos cuantos misterios.

A veces no sabía qué hacer conmigo, no era que dudara de mi existencia, pero los otros se empeñaban secretamente en hacerlo. Yo era el pájaro desfigurado que volaba de nido en nido. A medio volar. Tratando de ser el águila, el halcón que volara de frente, sin vacilar. Mi abuelo pilotaba aviones en picada, 180 grados volteado, el lunático encantador, camarada de sus camaradas. Abrigado en los sueños de los amigos. Poseedor de la llama, de la secreta juventud.

Yo era ése niño. Y tú eras el niño que no hablaba, en una partida a muerte con el Universo. La Niña que armaba su corte con sus cartas. El naranjo esplendor de la vida, la vitalidad que empujaba a no morir. Tú estabas en mis sueños, porque yo antes soñaba en colores, y la melodía de los pájaros era tenue. Y aparecí porque me soñaste. No sabías que yo existía, me presentiste.

Puedo decir lo mismo de ti, oh lector.

Te soñé porque ya era tarde, pero aprendí que tras cada vuelco, tras cada acometida suicida, hay un bandejón cargado de futuro. Marquesas, príncipes, condesas. Los naipes marcados del ayer. Las figuras que ahora presiento, emergen en la lluvia. La primavera que ya llega.

Los últimos brillos del otoño, como sombras que marchaban desde atrás.

1 de octubre de 2011

Máscara de cuero



Al tercer día
vi como tu negra máscara de cuero
te explotó en la cara
lágrimas de sangre
esferas perfectamente pulidas
para recordarnos;
tras el silencio
había un mar de melodías negras
pulsaciones del amor
corazones abiertos de sangre
sangre sobre la sangre
pelo rojo en el cabello de fuego
de la nada
sobre pulsaciones
que te dibujan en esta página
que escribo.

(esto lo escribió Rubem Ferreira, en un faro gris, en un viaje de vuelta a Lisboa)

21 de septiembre de 2011

15 de septiembre de 2011

Máscara de J


Venecia es una ciudad amenazada por el sortilegio de las aguas; quizás algún día se la trague el mar como a una piedra y todos nosotros (los que verdaderamente la hemos comprendido) bajemos a recorrerla conteniendo el aire en los pulmones. (el cuaderno rescatado de William Turner)


En el mes de abril, durante las primeras fases de la luna, el Gran Maestre del circo de los Visionarios, barajaba con sus cartas distintos símbolos, asignándole a cada artista una encomienda, un destino a seguir. A algunos les tocó el sol, y se fueron rumbo al desierto. A otros les tocó el fuego, y sin demora, se internaron en los fríos bosques nórdicos, sirviéndose de lobos como montura. A una mujer se le entregó un oasis, y sin despedirse de la caravana, siguió sola y durante muchos años las aguas del Nilo. El último integrante del grupo se le otorgó una carta con la letra “V”. Tendré que generar un nuevo teatro de “visionarios”, pensó en el preciso momento en que guardaba la carta bajo su manga . Y en una noche sin luna, portando una mascara de jade decorada con lapislázulis , se fue rumbo a Venecia.

Lentitud

Ciego caminó por las calles, figurándose que una compañera lo llevaba tomado del brazo, y que con lentas palabras lo arrastraba en un oleaje suave y plañidero. Los autos eran pequeñas fragatas que eclipsaban bajo el mar por influjo de la luna. Los peatones, bravos marineros llenos de sal y polvo marino en sus estrellas. Las mujeres, camaradas lejanas con amuletos en forma de sirena. El asfalto, una larga barca hecha de delfines y fieras ballenas acorazadas. Tanto se figuró el hombre aquellas cosas, que sin darse cuenta, una férrea y dulce mano comenzó a conducirlo despacio, entre la selva urbana, hacia una cueva submarina.

Una mariposa planeando




Las mariposas aleteaban fuera de tu boca, surcando y rozando las esferas de tus labios; las manos se deshacían imitando la forma del viento y del fuego que gritaba. Amarillo, naranja, rojo, eran los colores de las llamas que fraguaban la infinita noche que nunca moriría. ¡Alza ese cuchillo y abre un agujero en tu estomago! Gritó una forma vestida de nube: "Enrosca tus vísceras como la brisa y deja que el viento flamee en tu mejilla".

Soy el señor del verso, el artista de la nada, el fracaso absoluto rondando el sol ante la certeza de la vida y de la muerte. Ahora que el río trae mas río y las piedras ya no suenan, esconde tu mano bajo el agua -chapotea- saca un pez con forma de pulmón, y ahora sí, respira.

Dos creadores

Francis Roseway Fontberry, especialista en culturas orientales, visitó en un apartado lugar de la ciudad al maestro Tzu Beth. La entrevista comenzó con una breve ceremonia de iniciación, que incluía comida, infusiones de hierba y mucha risa. Luego le pidió el maestro que emitiera sonidos guturales e ininteligibles, para que de esta forma, pudiera vaciar su conciencia. Francis, un poco consternado, emitió algo avergonzado unos ruidos tímidos y casi inaudibles. El maestro se subió arriba de la mesa y pegándose en el pecho como un simio, comenzó a gritar e imitar a un chimpancé. Francis, preso de la risa, se desvaneció en medio de la nada junto con la casa y el maestro.
Más tarde se supo que Francis y el maestro Tzu eran una invención de Pablo Rumel. Pero Rumel también había sido inventado por este par -que se decía de manera oculta- eran en realidad dos animados artistas del mundo flotante.

Paciencia

Se miraba al espejo y un crisol completo le envolvían sus cabellos. Su estomago, no sabía si herido por alguna dolencia del pasado o del futuro, la mantenía postrada en cama, cumpliendo cabalmente lo que su comunidad sufí le pedía: mantenerse en silencio y trabajar durante las fases completas de la luna. Ella, sin advertirlo, comenzó a germinar flores a medida que caminaba lentamente, notando que la intensidad de los dolores a su estómago descendían cada vez más en sus palpitaciones y dolores. Con sus cabellos claros, caminando en medio de los cerezos, descubrió al mirar en un estanque florido, que el espejo había dejado de reflejarse en el agua. Ya no podía mirarse. A partir de ahora sólo habitaría cíclicamente al interior de un relato. Sintió que por fin había dado en el cauce. Esa misma noche desapareció y nadie supo más de ella. Ni siquiera el autor de este breve relato.

La flor pánica

Anoche venía caminando,
y sin darme cuenta entré a un fundo
bien viejo
lleno de fantasmas
(decían que ahí habitaban).

Unos perros comenzaron a ladrarme
y fueron dibujando en la ceniza un puñal
donde se tatuaba el nombre del difunto.
Se reía, detrás de mí, recortando cada paso;
mi sombra entró en cadencia;
los pasos magullaron y tosieron
como cadenas llenas de grilletes
que restellaban a cada cedazo
dado por las uvas macilentas.
De las sombras manaban sombras
y a ellas me fui dando
hasta opacarme
en un vendaval de abluciones
que limpiaban mis hombros, mis talones.

-Soy el que no está
el que sigue morando entre las parras
el que obedece el dictado del finado- dijo la figura.

Agarré la hoja escrita y la quemé;
atrás el fantasma se deshizo
constreñido
muerto en la letra muerta.

Respiré.

Algo

Tomas un crucero de placer en dirección a la Nada. Ahí adentro, con los bolsillos y la panza inflada, puedes mirar con regocijo las lustrosas habitaciones y la cuchillería colgando lujosa, al compás de las olas que mecen como una cuna milenaria al gran armatoste en el que viajas . Puedes ver claramente el espejo de tu mirada que se refleja en los pilares de cristal, que sostienen casi de manera orquestal el gran armazón de acero. Ahí está, la fabulosa colección de huesos achicharrados que se pasean en elegantes vestidos y camisas, y finalmente el estadillo, borrando y tatuando zonas oscuras en tu cara. Ya con eso, podrás leer el reverso de estas letras, y quemar uno a uno el nombre de tus enemigos, esos que acechan dentro del Crucero, con miradas torvas y caballeras espesas, simbolizando quizás qué rictus carnavalesco, qué sanguinarios sentimientos con jeta de vampiro.

Sueño líquido

Para Astrid A. León.


Nadie se había percatado que ella formaba trazos y figuras en el agua. Lentamente, con su pequeño lápiz labial rojo, comenzó a dibujar unas formas aladas que le recordaban los canarios de su vecina. A medida que transcurría el día las figuras acuáticas se iban estilizando, lo cual le confería a la piscina donde se encontraba, un vaho rojizo, chapoteante, hipnótico. Convencida de que nadie la vería, se desvistió y sumergiendo sus pequeños bracitos en el agua, dibujó a un niño. El lápiz labial se deshizo, pero se dijo en medio de su ingenua soledad, de que nunca, nunca jamás, volvería a estar sola de nuevo.
En el agua el niño le sonreía.

9 de septiembre de 2011

Flor cósmica cristalizada


Oh perfección de la sonrisa
rosa geométrica del ansia,
espejo donde la nada baila bajo el brillo
nada de la nada
polvo acompañado de polvo
Ohm"

Oh perfección simétrica de la risa
paredes blanqueadas en una lis
Raídas paredes blanqueadas
azul sobre azul, lava sobre lava

Perfección del alma
del espíritu
forja hecha pedazos en un color

Color más allá arriba de la luz
Más arriba, más arriba, más arriba
Fulgor que todo lo come, perfección afilada
del cuchillo
el cuchillo entrando en la carne
una y otra vez
la mueca mutilada
flor perfecta de la sangre

Oh perfección augusta y simétrica del vacío
cárceles pendiendo de árboles
simetría oscura de la sonrisa de la perfección
Nada con nada.
Nada en la nada.
Nada bajo el brillo de la nada.

7 de septiembre de 2011

El mundo se acabará pronto y aún no eres capaz de ingresar al registro

01010010001001010101010000111111111001010101010000000000100001000000000



Iba a surgir una causa. Primero la causa, luego el efecto, en matrices divinas. Hay un color. No puedo describirlo. La iglesia primera tuvo que ser moldeada a imagen y semejanza de una forma original. La cruz, las dimensiones de su nave, la rúbrica impresa en su sello. La Iglesia reunía a la gente para transmutarle una nueva velocidad, Ahí adentro el tiempo y el espacio se fundían en un sólo self colectivo. Los sacerdotes se encargaban de generar un campo energético, los moldes, las barreras, como partituras chinas, para sincronizar la energía. En términos más simples, lo que ahí se hacía era un envío de energía a un ser indescriptible.

¿Qué es el registro?

Una flor inexistente, un espacio sin tiempo, una nave espacial sin tripulantes y a la deriva, un castillo medieval proyectado holográficamente sobre un océano de lava. Un transmisor de datos sin destinatarios específicos, la tenue vibración de la música de las esferas, un truco de magia que no posee mecanismos ocultos (un truco sin truco), el sueño de Kublai Kahn soñado antes de que existiera Kublai Kahn, millones de cartas sin destinatarios.

¿Qué es el ser?

Un acto de violencia.

29 de julio de 2011

Grasth


Su brazo carcomido marcaba la distancia
de cada estrella fulgurante explosionando
allá detrás del hilo invisible y refulgente
 -una máscara enorme y sonriente-
  expelía el sudor que necesitaba
La Máquina
             para crear y recrear.


Vi a los malditos golems y faunos
                                de la poesía chilena
siendo troquelados como muñecos en dos patas
guardados en cajas para cementerios
enterrados en los subterráneos del lugar común
-la fosa común-
¡queremos existir! Decían las calaveras
& yo les apuntaba con mi revólver y les devolvía
los ojos hacia dentro,
cuencas florecientes
pétalos de sangre,
árboles en zig-zag.

Al tercer día amanecí recostado sobre mis doscientas, trescientas, setecientas mil novelas inconclusas
mis gafas empañadas          el mundo no se podía ver
brillaban otros,
bailaban en círculo junto a sus tubos de oxígeno
sus manos destrozadas por balazos
 sus canciones para ancianas amnésicas y frenéticas
la literatura chilena totalmente judaizada
maternalista
materialista
sabrosa en las divisas suculentas para aquellos gordos catastróficos
y maricones anémicos
& yo
soportando el cadáver viviente de mis novelas que crecía y crecían
y se agolpaban en editoriales clandestinas
viendo como se alejaba de la realidad aquella nave
fea y mugrosa
nada esplendorosa
de muñecos troquelados
por el infierno mecánico
de las letras chilenas.

2 de junio de 2011

Monos de mar, 2

 
El niño Helmut fue puesto por la misma inteligencia militar, la cual llevaba mucho tiempo supervisando el retiro del Coronel Manuel Salgado, tan valioso como peligroso por las “cosas” que sabía. Al interior de la cúpula militar se estaba al tanto de la trilogía que escribía bajo el pseudónimo de Joseph Barteck, ya publicada sus dos primeras partes por la editorial Totec, la cual no vendía sus libros en ningún comercio establecido, ni por correspondencia ni por ninguna forma convencional. Había que ingresar a un círculo de lectores -bastante hermético y cerrado- y una vez que la membrecía de la persona era incuestionable, recién ahí se le permitía acceder a unas pocas obras del catálogo. No era un asunto de dinero, era de honor. La editorial Totec fue investigada arduamente por la inteligencia militar, y de no haber sido por los estrechos lazos que mantenía Salgado con ésta, jamás se habrían molestado en estudiarla. El niño Helmut fue asignado a Salgado como era la costumbre en la institución castrense, ya que todos los militares con altos grados y en retiro, tenían opcionalmente para su disposición, un criado para los servicios domésticos. Estos jóvenes eran sacados de instituciones mentales o de hogares para niños huérfanos, e incluso en ciertas ocasiones, traídos desde el extranjero de manera clandestina. Pero el caso del niño Helmut fue una infiltración desde otro tiempo y espacio, una maquinación desde otro mundo, diseñada por la Mente Artificial al servicio de intereses que irán siendo develados.

8 de mayo de 2011

Monos de mar

Manuel Salgado era un anciano que vivía en la zona periférica de un desgajado balneario venido a menos. Había sido militar durante su juventud - ingeniero en telecomunicaciones- y ahora en su vejez llevaba una vida calma y segura junto al mar. La pequeña villa en la que vivía era un conjunto habitacional de varias cabañas sencillas, arrendadas a precios irrisorios a militares en retiro, donde pasaba sus días el anciano junto a su criado, Helmut, un joven autista con una cara que demostraba a kilómetros su imbecilidad congénita. El anciano pensaba escribir sus memorias, pero antes, anhelaba finalizar su trilogía de ciencia ficción pulp Los Reyes del mar, publicada bajo pseudónimo y que se trataba de una saga épica que transcurría en las profundidades de Marte, donde era posible encontrar civilizaciones de ultratumba enterradas en cavernas oxigenadas, rebosantes de mares de cobre y plutonio.
Su joven criado, el niño Helmut, como lo llamaba cariñosamente don Manuel, no era en la realidad ni joven ni autista, ni ser humano. Tenía alrededor de doscientos años y poseía una inteligencia que superaba la media. Tampoco venía de esta tierra. Era una criatura que pertenecía a la sexta dimensión y que había tomado la forma de un joven idiota en el mundo en que transcurría esta historia.


Recapitulemos.

Manuel Salgado, Coronel en retiro, antes de jubilarse diseñó las bases de lo que sería la actual realidad virtual, tan utilizada para fines ociosos, como los videojuegos o las películas interactivas, pero que sus fines militares eran mucho más severos. Él fue un teórico para que se generase la gran red que haría una mixtura de lo virtual con lo real, creando una nueva realidad, el movimiento de la nueva carne. Respecto a Helmut, al falso Helmut, la criatura interplanetaria fue puesta ahí por motivos que irán dilucidándose en el transcurso de esta no-vela, al recorrer sus páginas aún por escribirse. Manuel Salgado tiene ya escrita su biografía, por lo cual sólo resta poner su futuro, lugar en el cual se situará la novela. (son los últimos años de vida de Manuel Salgado, por lo cual su muerte será la que cerrará esta historia). Tenemos entonces; un balneario, un viejo militar en retiro, y el niño Helmut, y los ánimos para proseguir esta novela, que será íntegramente publicada en este mismo sitio.

3 de mayo de 2011

Apertura


Las obras comienzan a salir del letargo. Ya el mercado negro está dando sus primeros pasos en el mercado blanco, el establecido bajo los márgenes de la ley. Pero habría que pensar que todo este alud de obras deben tener un correlato con la realidad, para desdoblarla y generar una nueva. La escena es variopinta, pusilánime y gloriosa, mínima y totalizadora. Los sujetos provienen de distintos estratos sociales, pero parecen compartir una estatura media de 173, que es la estatura promedio de estas tierras. Ahora los avioncitos de papel, tan arduamente fabricados en talleres clandestinos, han comenzado a entrar en un rápido proceso de embalaje y distribuición rápida. Se está comenzando a entender que estamos preparados para la grandes cosas, para formar una escena heteróclita y diversa. El arte comienza a terminar su sueño letárgico de los experimentos, para iniciar su fase de lo probado y testeado, fase no excenta de los consabidos riesgos. Aquel que antes buscaba pergeñar una obra para el aplauso, para los entendidos, ahora se va abriendo con un largo machete por la selva, internándose en los parajes de lo desconocido, sin saber muy bien cuáles son los ojos que contemplarán finalmente a la obra. Estamos en la cuenta regresiva, y todo indica que cuando se escuche la palabra ignition, un gran cordón humano partirá en múltiples direcciones hacia la esperada apuesta local. Se me acusará de optimismo apresurado, pero sólo dibujo una línea entre las coordenadas, marcadas en el territorio hace tantos años atrás.

14 de abril de 2011

La Flor Inexistente

"Junto a la casa había un jardín. Mis primeros compañeros de juego fueron las raíces, las hojas, y esos espíritus de la naturaleza que hablan a los niños.

Un día, del interior de una flor asomó una mano y me hizo señas para que me aproximase. Poco después, la flor se deshojó. Quise recoger sus pétalos y reconstruirla; pero me fue imposible. Pensé entonces en armar una flor de papel pintándola de colores vivos. Muchos días pasé en mi trabajo, hasta que la flor estuvo terminada. La llevé al jardín y la puse en el lugar donde apareciera la mano. Si la flor hubiese estado bien hecha, la mano volvería a asomar. Pero la mano no vino, no retornó más. Mi flor no podía compararse con  las del jardín, pintadas por el buen Dios.

(...) Había entrado en competencia con la naturaleza y con el buen Dios; había contraído, sin saberlo, el compromiso mortal de crear una flor."

Miguel Serrano, La Flor Inexistente

12 de abril de 2011

Imagen (parte III)

¿Pasa algo distinto del resto de los humanos en la cabeza de quién crea? Sí. Y no. No, porque el mero hecho de crear algo, más aún si es dado por la contingencia, para la fama, por el dinero, o cualquiera sea el móvil que sustente el acto creativo, la mente tiende a establecer patrones y cánones con lo existente. Va más a lo imitativo que a lo imaginativo. Pero cuando el móvil de un acto creativo no es ninguno, entonces deviene la obra maestra. El artista entonces, debería ser capaz de ejecutar una obra que pueda estar hecha para no ser leída, o para ser quemada, o no dada a la imprenta. Libros puestos en frigoríficos. De la conjunción de la obra instantánea, hecha para no perdurar, de sus cenizas, tendría que emerger la obra maestra, la que nos sobrevive. Toda obra maestra es de carácter iniciático. No para cualquiera. Entonces, hilando con la primera interrogante que abre esta página, en la cabeza del creador auténtico pasa algo así como un estallido de imágenes, una sucesión de lugares y rostros y personas que nunca hemos visto, quizás hemos atisbado en sueños o en otras narraciones, pero que ahora, recién ahora, se presentan con toda su realidad y nos exhortan a que los narremos. A ser dados desde ese otro mundo a este. 

Aquellos que logren ese extraño estado de vigilia y de sueño entremezclados, tendran la llave, el númen, el propio tractatus para no aburrirse nunca más en este mundo.

4 de abril de 2011

Imagen (parte II)


¿En qué momento ingresaron a la palestra narrativa los hombres con sombreros bien calados? Bien calados en un sentido más arquetípico que real, pues no deja de ser un hecho de que "aquellos" pueden vestir como la moda lo promueva. Cuando en una novela aparece un muerto ¿qué hacer? Y cuando aparecen dos muertos y tres, así en lo sucesivo, ¿es una suma de quehaceres? No. No lo parece en una primera instancia. La muerte  puede sobrevenir ya sea de manera natural, como en una novela anciana, o por asesinato (mucho más escalofriante), como en una novela pascal. La acumulación de asesinatos no debería llevarnos a pensar apresuradamente en una tragedia o en un hecatombe. La realidad se encarga de parir más muertos que vivos. Lea el noticiario y contabilice sólo a los cadáveres noticiados. En un día aparecen más muertos que en cualquier novela leída. En mi primera novela (la primera pública, hay otras tantas impúblicas), El Secuestro, tanto como la que vendrá, La Secuencia Chobart , me dispuse la tarea nada grata de repartir cadáveres por toda la mesa. Por doquier. Cada tantas páginas, ¡pum! un muertito. Eran novelas disfrazadas de Chandler, pero que formaban imágenes muy distintas a las sugeridas. Había que poner un policía, alguien que se hiciera cargo de los crímenes en cuanto papeleo, nada de lloriquear, eso está claro. Me tentó la idea de dejar a los cadáveres abandonados, pero eso le confería a los libros un toque bélico o surreal que no buscaba. Había que jugársela por un híperrealismo que desbordara a la realidad. Porque cuando en literatura no hay desborde, no hay literatura. O mejor dicho, la hay, pero corrupta, del siglo XIX.

En mi primer libro puse a muchos policías, o uno solo en un espejo de laberintos. En el segundo, en la Secuencia, tenía que ser el choque entre dos mentes, al clásico estilo noir. La mente criminal y la mente del policía pensando como criminal. O la mente del criminal y la mente del policía pensando como el policía. Podían darse aquellas variantes, sin forzar ni recurrir al elipsis fácil. Entonces, la imagen que se formó fue la imaginación de charcos de sangre recorriendo temblorosamente, página a página.

31 de marzo de 2011

Imagen (parte I)


Imaginé una gran novela. Una novela urdida desde otro tiempo, desde otro mundo. Ahí adentro la realidad se transfiguraba. Los héroes eran derrotados mucho antes del prólogo, cuando no se cristalizaba la primera palabra. La primera palabra de la novela era imaginada sobre un concepto real. La primera palabra de la novela, por ende, no aparecía en ningún diccionario. Imaginé entonces que su escritura abarcaría mi vida completa, y aún seguiría escribiéndose tras mi muerte. Una obra no infinita, sino eterna. Los lazos imaginarios revelaban para el lector intersticios de su propia biografía. Tenía que ser de ese modo, o no tendría valor escritural la gran novela urdida. Por ello, la novela tendría que abarcar miles de formas; probar múltiples esquemas. Imaginé la manera de llevarlo a cabo. Volqué mis días en esa ingrata tarea. Lo primero era borrarme, automorfosearme en otro, borrar una superficie pero mantener su centro. Así, imaginé la palabra Rumel, que quiere decir desde siempre, eternamente, como es el universo. Y Pablo, que quiere decir pequeño. Entonces el nombre sería una pequeña eternidad. El otro, nombre con el cual me registraron en una roñosa oficina de San Bernardo, quedó atrapado en un tiempo que ya fue, que no me pertenece. De él guardo sus recuerdos y alguna de sus facciones. (En un saco imaginario apilo sus penas, que ahora sirven como pequeños juguetes que disparan tramas en múltiples direcciones). Él, el otro, desapareció por un requerimiento propio que le exigió la Gran Circunstancia. No se culpan a los otros de aquel deceso, ni aún a él mismo, que tuvo la valentía de llevar a cabo su propio deceso, su transformación. Lo acá referido puede resultar algo oscuro para algún lector que me reconozca, pero no se puede arrojar mucha luz sobre un hecho tan propio y reciente. Si hubiera más luz, el papel quedaría cegado y quemado, no pudiendo revelar su verdadera escritura. Hay que proceder por intermitencias de luz.

Yo me imagino todas estas cosas. Y las voy fijando en papeles o en música o en imágenes en movimiento. Imaginar, por lo demás, no quiere decir soñar, pero se emparentan. Cuando se sueña, se imagina en el sueño. Cuando se imagina, se sueña en la vigilia. Todo lo imaginado es real y ocurre, no neceseriamente en este mundo, pero sí en el universo. Lo imaginado es potencia en el futuro y misterio en el pasado, porque lo imaginado ya no puede ser presente.

8 de febrero de 2011

Fragmento de Hamelín




Me desperté aturdido. Como salido de una pesadilla concéntrica… no sé cómo explicarlo bien. Tengo la leve sensación de que estuve saltando de pesadilla en pesadilla, cada una más corta que la anterior, pero más fulgurante y terrible a medida que iba entrando en esos pantanosos terrenos de mi propia mente. Por un momento tuve la leve sensación de estar escribiendo el sueño de alguna señorita que juega a trazar palabras sobre bordes de madera. Mi amigo Paolo Dimitri, un eterno estudiante de derecho, me hablaba sobre la remota posibilidad de que todos nosotros podíamos estar metidos en un mundo soñado. Afirmaba su hipótesis en el hecho de que uno es capaz de soñar a personas totalmente desconocidas por nosotros. Supongamos que estamos en la estación de un metro, repleto de personas conocidas o desconocidas. ¿Quién podrá negarnos que aquellos que aparecen en esos pasajes no tienen su propia conciencia, su manera de ser en el mundo? Por otra parte, es casi imposible estar totalmente conscientes de que nos encontramos atravesando constantemente entre los umbrales de la vigilia y el sueño, conducidos casi de forma automática por ciudades o potreros chamuscados. Mi amigo Paolo repetía a menudo que él aspiraba a buscar una súperconciencia que lo condujera libremente alrededor del mundo que iba siendo trazado en su mente, cuando dormía. Hasta que desapareció, se fue para siempre en el sueño eterno.

Ahora, había una segunda cuestión que me parecía más intrigante y sospechosa. ¿Por qué estamos tan seguros de que nuestra mente, nuestro inconsciente (si es que tal cosa existe) efectivamente va recreando ese mundo soñado, que muchas veces puede ser más real o irreal que el mundo verdadero? A veces creo que una inteligencia ciega, divina, está tanteando sus primeros pasos en un mundo que está por venir, una entidad secreta de la cual no tenemos noticias, y que está valiéndose de nuestros cerebros cuando duermen, para poder fabricar un mundo paralelo al nuestro. No obstante, a veces tengo una impresión de que estamos viviendo en un extraño simulacro de un mundo verdadero, que ya se fue, que ya no está.

Todas esas cosas consideraba en mi mente, tratando de recordar vanamente lo que me había ocurrido. Lo cierto es que me desperté de mi cuarto. Lo cierto es que no seguía soñando, pues estas páginas lo atestiguan. Y si fuera todo un sueño más dentro de otro, estas páginas se habrán borrado, y nadie podrá leerlas. Pero si no estuviera yo en algún mundo en el cual puedan leerse estas páginas ¿qué ocurriría? Yo quería hacer un experimento. Quería soñar y dejar algún objeto importante antes de despertar. Algo que no llamara mucho la atención pero que tampoco fuera totalmente olvidable. Un vaso, una mesa, una silla, podían confundirse con los cientos de objetos que aparecen y pueblan las regiones del mundo soñado. Sin embargo, si tomaba un vaso y le trazaba una línea con un marcador negro, todo podía ser distinto. Mi plan era soñar y marcar un objeto, para luego ver si en mi segunda venida al mundo soñado estaría nuevamente marcado.

(Novela planeada para el 2012)

11 de enero de 2011

Wolfront


Repartido en fragmentos, va cruzando entre sombras, lianas de hielo
Entrecortando rostros, labios dóciles, ojos en flor
Cardenales empantanados, surgiendo de grutas ancestrales
No quedan más que los fantasmas, la sombra de los robots
Que se entierran torpemente en la arena, intentando acaso
Una zambullida hacia las rocas enormes
Gigantes colosales que destruyen la belleza del cielo.

O vendrá o no vendrá.

O se acabará y el brillo final tendrá que rociar con sangre negra
Todo lo que carcome y destruye la naturaleza
Cruel, despiadada hasta el tuétano
Adjetivos para intentar asir de una forma u otra
Que para crear hay que destruir,
y viceversa.

Hormigas colapsando en inframundos,
subterráneos carcomidos por el ácido
De la baba titilante, muerta, que va recubriendo el cuerpo de la tierra
Moliendo la carne volátil, como si fuéramos la presa de un hocico negro y gris
El del perro deforme
El enemigo
El cráneo colosal donde habitamos.

10 de enero de 2011

Extracto de una hipotética novela

Al comienzo, la madre de Alonso le limitaba el uso de la cámara, debido a lo cara y frágil que era, por lo cual ella misma se encargaba de supervisar las exploraciones de su hijo con el aparato, restringiendo que por ejemplo, en un ataque de entusiasmo, el niño quisiera llevarla fuera de casa para filmar a los escasos autos que atravesaban la avenida central. Lo primero que filmó, o lo primero que recuerda Alonso Luna, fue un pequeño corto de tres minutos, en plano secuencia, donde salía un árbol de navidad atestado de regalos, repleto de luces de colores y adornos; a un costado corría un pequeño trencito de juguete. Alonso le pasó una panty de media a su hermano Carlos y le dijo que se la pusiera en la cabeza. Para darle un aspecto más fantasmal aún, le colocó un  costal de papas en el cuerpo, amarrado con una soga en la cintura, que haría de cinturón. El corto se llamó El Monje Loco se come un tren. En los primeros minutos se ve el tren dando vueltas una y otra vez por el riel. Se escucha el sonido que emiten las lucecitas del árbol de navidad, sumado al ruido de la locomotora y sus bocinazos. En el último minuto aparece el Monje Loco, un gigante, que según la voz en off (leía en un papel garabateado por el mismo Alonso) se había escapado de la cárcel de la montaña, donde lo habían encerrado por alterar el orden público. El Monje Loco (Carlos) se golpeaba el pecho imitando a King Kong, mientras miraba fijamente a la cámara. Luego se lanza al suelo, y gateando lentamente tomaba al tren con sus manos y se lo introduce por la boca. Luego la cámara hace un corte, para mostrar a continuación un primer plano con pequeños muñequitos humanoides lanzados en el suelo, manchados totalmente con tempera roja, formando un charco de falsa sangre que dice THE END. Los muñequitos eran realidad figuras del pesebre familiar, más algunos soldaditos de plomo que tenían los hermanos. Cuando les enseñaron la película a los padres, en una cena familiar, los chicos estaban tan entusiasmados que gritaban coléricos en varios tramos de la pequeña película. Los padres parecían celebrar las ocurrencias, menos el final, en el cual la madre reprendió a los niños, diciendo que no debían utilizar figuras religiosas para tales fines. Y menos, mucho menos, mancharlas con tempera roja. Los mandó castigados a su habitación, diciendo que al día siguiente deberían limpiar a las figuritas del pesebre y volverlas a pintar con los colores que les correspondía.