29 de diciembre de 2008

Daniel Zurita (de la serie, El congreso de literatura fantástica) 3

Cuando lo conocí en el encuentro de escritores de ciencia-ficción, supe que el estrafalario punk ocultaba algo. Esa tarde lo vi acompañado de dos hombres trajeados de negro... parecían agentes asesinos subsidiados por la mafia. Daniel Zurita presentaba su novela Hong-Kong, que trataba según él, sobre la frágil condición robótica de las máquinas. Habló del Talmud, de los cabalistas, de las últimas novedades de la literatura norteamericana, de los prefacios que escribía para sus amigos escritores... habló de todo un poco en realidad. Luego se retiró, tímidamente del estrado, y a la hora de servirnos la cerveza de honor, se metió misteriosamente por una puerta lateral junto a sus guardespaldas. Daniel Zurita siempre llegaba a todas las reuniones sociales y cafés literarios, inclusive se había hecho famoso por transmitir un programa radial sobre física cuántica en una universidad católica de derechas. Pero hablar con él siempre resultaba inaccesible. O visto de otra forma, complejo... era difícil sostener una larga conversación porque siempre se iba, pues tenía mucho que escribir, argumentaba. Una larga novela, al estilo buildungsroman decimonónico, pero con androides escritores y poetas asesinos. Más tarde supe que pertenecía a un grupo de jóvenes escritores denominados Bluff. Todos portaban armas y llevaban agentes puesto que como eran la envidia de todos, sabían que podían ser asesinados en cualquier instante. Pero esa es otra historia mucho más larga y compleja para tratar en un blog. Da para novelizar.

Leonel Hernández (de la serie, El Congreso de Literatura Fantástica) 2

Suponen mis hipotéticos lectores, que hablaré sólo sobre escritores en esta humilde sección literaria. Pero no, en realidad hablaré de personas relacionadas con el mundo literario en general. Uno de ellos es el organizador de encuentros poéticos provincianos, el señor Leonel Hernández (o Leo Herna, para los amigos y enemigos). Lo conocí en el congreso de literatura fantástica, aunque no sé muy bien qué hacía por ahí pues me confesó que en su vida sólo había leído a Kafka y a un tal Roberto Bolaño ¡ah! y a Fernando Vallejo, al cual imitaba en sus diatribas y posturas políticas. Su personalidad era una rara mezcla: una especie de florero de mesa combinado con ataques abruptos de timidez y pronvincianismo. También le gustaba mentir, pero en el sentido peyorativo de la palabra: mentía para engañar, no para entretener. Todavía recuerdo la brutal ofensa que ensució mis límpidas manos. Uná noche lo vi en una esquina con su sombrero, afirmándolo en el suelo, como reteniendo algo. Me dijo que tenía escondido ahí las obras completas de J.G. Ballard, pero temía que algún ladrón de libros se las robara. El problema es que necesitaba urgente ir a encontrarse con su amante santiaguina para echar un polvo. Codicioso, le dije, no te preocupes hombre, yo te cuido el sombrero con las obras completas. Bien, me contestó, y a continuación me preguntó: "¿tienes diez lucas para pagar el motel?" Saqué de mi cartera un lustroso billete azul y se lo tendí. Cuando se fue, y ya estando solo en aquel callejón, metí la mano bajo el sombrero, y una fétida bosta de perro se me pegó como engrudo a los dedos. Una vez más Leones Hernández me había cagado.

Arturo Alejandro (de la serie, El Congreso de Literatura Fantástica) 1

Siempre tenemos un amigo o un conocido que está todo el tiempo hablando de complots, de ideas paranoicas de dominación, de sociedades secretas que quieren desestabilizar a la humanidad e imponer un nuevo orden mundial, de razas alienígenas que nos invadirán pronto o que ya viven escondidos entre nosotros, etc. Todos esos delirios recaen en Arturo Alejandro, escritor chileno-español que se ha labrado un pequeño camino en la literatura local chilensis. El punto es que conocí a Arturo Alejandro (A.A. para los amigos) en un encuentro de escritores de ciencia-ficción. En esa ocasión me mostró su segunda novelita, Diario de las especies mutantes, donde escribía la historia de un niño que no sabía si era lavadora o refrigerador o secadora para el pelo. Me cuesta confesarlo, pero su novela era rarísima, no, no rara, ininteligible es la palabra. El escrito se estructuraba como un manual para fabricar mascotas robots, pero lentamente la escritura del manual se iba perturbando, en realidad, iba siendo invadida por las múltiples personalidades del niño genio, lo cual su lectura se tornaba imposible. Como yo no tenia obra publicada le entregué una fotocopia de mi novelita, Totec, un experimento narrativo fallido de laboratorio. Lamentablemente nunca me pudo dar su opinión en torno a mi escrito, pues a la semana siguiente desapareció en extrañas circunstancias. Lo abdujeron, seguramente.

16 de diciembre de 2008

A David Cronenberg



Las astillas se incrustaban sin miramientos en un opaco y viscoso ojo de la realidad. Ese mismo ojo que te persigue aún tras el basurero o el escondite perfecto de tu inocencia. De más está decir que explotaban simultáneamente, creando una realidad sincrónica y simultánea, generando un mandala cósmico que interpretaba al universo. La carne atravesada por los cables, el oscuro corporativismo que deshace tu vida y la transforma en materia pura para una pantalla de video. Video, de ver, de máquinas, de generación virtual que están para quedarse. Se decía por los ochenta que los rusos enviaban ondas por medio de satélites para generar sueños homicídas. David, como profeta del LSD mezclado con amoníaco, o alguna sustancia tan indolora como mitificante que te puede hacer desmitificar la realidad. En realidad tras los pantallazos de David no hay morfina, porque la sustancia tranquilizadora se esconde vagamente en algún rincón, acechando, como un gato negro parpadeante, hecho a base de circuitos interconectados directamente con tu cerebro. Esto nos lleva a pensar que tras cada secuencia se esconde algo más real que los falsos efectos especiales de utilería barata. La sangre cobra existencia divina. O visto de otra manera, la sangre fluye lentamente por tus venas hasta volverse catódica e instranferible... ¿ Y cuál es la metáfora que puede haber finalmente en un reality clandestino si no es que nuestras vidas son materia prima para ser mostrado en ellos? Nuestra existencia como carne colgando en ganchos chorreantes de carnicería. Y los últimos pliegues rebosando un pequeño hálito de verdad, de manera catatónica, como una mágnum apuntándonos a la cabeza.

14 de diciembre de 2008

Ciudad enterrada en los márgenes. Óleo sobre lienzo, 165 x 120,5 cms


Colores cálidos y una predominancia de tonalidades ocres y magentas, configuran esta escalofriante pintura. Se observa en el centro una ciudad futurista semi-enterrada, con dos cúpulas que se alzan al cielo. Algunos han querido ver a dos mezquitas alineadas, otros han afirmado que se trata de zonas de despegue para naves voladoras. […] La ciudad está en un lugar desértico y polvoriento, cubierta por una atmósfera crepuscular y con rayos pálidos que la bañan. La única vida que se aprecia en el cuadro viene desde arriba: una bandada de cuervos polvorientos conforman una nube negra y amenazadora. Los cuervos se reparten desordenadamente formando una V enorme. Un cielo rojizo y llameante domina las alturas, con nubes nimbadas que se esparcen en el cenit.
Dato curioso: Este cuadro fue utilizado como afiche para una película de bajo presupuesto, La ciudadela del infierno[1], dirigida por Roderick Fartson, la cual trata sobre una civilización desaparecida en un planeta distante. El argumento de la cinta puede resumirse sucintamente: Los astronautas llegan a un planeta que desconocen, pues se pierden de la ruta espacial original que llevaban. Al llegar al lugar, comienzan a ver muchas semejanzas con ruinas precolombinas. No hay habitantes ni huesos ni cadáveres. Sólo ciudades y zigurats abandonados. Hasta que vislumbran una forma de vida animal, no avanzada, pero sí amenazante. Son los cuervos de la pintura, aunque en la película son unas aves pequeñas y platinadas que tienen dos cabezas y sólo un ala, y que no hacen más que volar en círculos y atacar en picada. Los astronautas repelen los ataques con sus pistolas láser, llegando finalmente a una ciudad similar a la del cuadro. Ahí comienzan a repeler el ataque de las criaturas, que parecen infinitas, pues comienzan a multiplicarse y a venir unas tras otras. La película finaliza con un único sobreviviente, que termina orando en lo que parece un templo con un dios tallado en ónix, un dios cabeza de pájaro y de una estatura enorme. El astronauta reza, y la última escena termina con un zoom out, que muestra el templo, luego la plaza, luego la ciudad enterrada, y finalmente el cielo negro, iluminado por dos soles hambrientos y llameantes.

[1] El guión estuvo a cargo de Dave Keymann, un historietista que cultivó mucho el cómic de terror y ciencia-ficción.
(Otro fragmento más de Totec, acto que bien podría estar dedicado a la memoria de Cabro Gamarra, el renovador en estado puro de la novela por entregas.)

7 de diciembre de 2008

Totec



Soñé que la cara del pintor se multiplicaba en una playa de luces mortecinas. Caminaba yo con los pies descalzos y lo contemplaba desde lejos, con su atril, con los pellejos de carne humana como telas, y con gestos y movimientos espectrales, el pintor me pintaba. Soñé que me hacía un retrato espantoso, con los ojos salidos de las cuencas y la boca contrahecha, deforme. Luego la cabeza del pintor se transformaba en un cuervo y se reía a la distancia. Soñé con una secta milenaria, que se reunía en espesos bosques para adorar a sus dioses, orando en una lengua que jamás había escuchado, pero que extrañamente entendía; decían que podían controlar el espacio y el tiempo a voluntad, utilizando sus pieles como alfombras en las cuales se tendían y realizaban orgías que no terminaban hasta antes del amanecer. Un viejo con una barba espesa, apoyado en un largo y grueso bastón de madera, afirmaba que podía viajar hacia el pasado sólo con el pensamiento, y luego se transformaba en una serpiente dorada y salía volando hacia el cielo a la velocidad de la luz.
(fragmento de Totec, inédita hasta quién sabe cuándo)

2 de diciembre de 2008

(Escoger un solo recuerdo)


La pregunta que transversalmente recorren las religiones, y por supuesto, la filosofía occidental, es la más simple de formular, pero la más compleja de resolver: ¿qué pasará con nosotros una vez que hallamos muerto? Como un péndulo, las respuestas se barajan entre dejar de existir o seguir existiendo, pero bajo una nueva forma y sentido. Hace poco vi la película Wandafuru Raifu (After Life) la cual trata de responder esta interrrogante, creando un nexo entre la vida y la muerte, en un lugar (como el purgatorio) en el cual una vez muertos llegamos durante una breve estadía. Es en esta especie de mundo paralelo donde un selecto grupo de productores trabajará para nosotros, con el fin de filmar un solo recuerdo de nuestras vidas. Ellos se encargarán durante cuatro días, de elaborar, registrar, producir, seleccionar actores y locaciones, etc, para realizar el corto, que será lo último que veremos en nuestra última existencia. Pero la premisa del trabajo realizado es la siguiente: "una vez que filmemos y exhibamos su recuerdo, todos lo demás se borrará para siempre de su mente y usted parmenecerá sólo con ese recuerdo para el resto de la eternidad."
Y usted hipotetico y fantasmal lector (si existiese), si tuviera que escoger un solo recuerdo... ¿cuál elegiría?

29 de noviembre de 2008

Estructura manoseada


Soñé que Maori Pérez desaparecía. Soñé que lo veía entrar por última vez al metro y luego nunca salía. Soñé con una posible explicación de su desaparición: una perturbación en la realidad ocurría en las líneas del metro, justo en el momento en que los servicios caducaban. Soñé en ese mismo sueño, que las personas eran eliminadas y reemplazadas por clones con una falsa memoria. Soñé que esto planteaba un problema: los reales eran borrados pero se mantenían intactas sus memorias, para luego ser puestas en cuerpos clónicos. Entonces, ¿para qué eran borrados si seguían existiendo en otro cuerpo idéntico? Soñé que no tenía ningún sentido lo que mis sueños planteaban, pero no se le podía pedir consistencia lógica a un sueño, razonaba en el sueño. Soñé con una chica que escribía sobre escritores, que aparecía de la nada (como sucede con los personajes de Angelopoulos) y que se enamoraba de Maori Pérez, todo con una orquestación muy de cine negro. Soñé que ella era la femme fatale de la película. Soñé que Maori Pérez colapsaba y comenzaba a cavar un túnel en el patio de su casa. Soñé que ese túnel se conectaba con las líneas del metro, donde residía una enorme computadora negra, cubierta de raíces y musgo, pero funcionando a la perfección. Soñé que esa era la máquina que borraba a las personas y almacenaba en su disco duro las memorias. Soñé que Maori Pérez quería apoderarse de ese disco duro, pues decía que el computador llevaba dos mil años almacenando memorias, afirmando que era una suerte de aleph en miniatura. Soñé que en realidad lo que quería Maori Pérez, era apoderarse de una sola memoria: la memoria de la escritora que escribía sobre escritores, y que lo había abandonado.

26 de noviembre de 2008

MONOGATARI


Louis llevaba un año enfrascado en la corrección de una novela. A cada capítulo se le desbordaban los personajes, y las situaciones que ahí se detallaban se iban haciendo más y más inverosímiles. Era "realismo" lo que le faltaba. Busco y rebuscó entre sus libros, pero no encontró ninguna idea necesaria para superar su escollo. Recordó en ese preciso instante que hace un año tenía su chaqueta en la tintorería, así que se despegó de un solo golpe de su escritorio y calándose el sombrero salió a la calle. No reparó que su pantalón estaba tan gastado por la excesiva cantidad de tiempo que llevaba sentado, que al levantarse de la silla se le rasgaron los dos bolsillos de la zona posterior, quedando con las peludas nalgas al aire. Así, despreocupadamente, iba Louis caminando por una larga y concurrida avenida. Cuando la gente se volteaba para mirarlo, con una sonrisa no excenta de malicia, éste no atinaba a dar con la razón de por qué tanto júbilo y conmoción daba su persona. Como llevaba un año sentado, prácticamente levantándose sólo para dormir, su trasero se había adormecido. No llevaba más de cuatro cuadras caminando, cuando un niñito le preguntó que por qué iba con el culo al aire. Como el pobre hombre llevaba mucho tiempo conviviendo con sus personajes novelescos, y no había tratado en muchos meses con un ser humano real, le explicó que él era una especie de mendigo errante, que se dedicaba a viajar de pueblo en pueblo contando y recopilando historias. Pero el niñito no estaba satisfecho con la explicación, pues no le parecía lógica. Entonces el hombre le dijo que muchos no lo tomaban por un narradador, sino por una vieja chismosa, y por ende, había recibido una enorme cantidad de patadas en el culo durante su vida.

20 de octubre de 2008

KANIKAMA


Roberto Anki me dijo que quería ser poeta. Más que escribir poesía y publicar versitos, quería hincarle duramente el diente a la realidad, y extraer como un veneno lacrimógeno, un pequeño sustrato de infrarrealidad transformada en poesía. Por aquel entonces Anki tenía 15 años, pero por su baja estatura cualquiera diría que no pasaba de un niñito de 10. Creo que partió a México por una temporada y se alistó en el taller de Leonardo Luciérnaga-Alejo. No estoy seguro de este dato, me parece haberlo leído en una revista under, de esas fotocopiadas en papel roneo y corcheteada a mano. Me parece que ahí apareció su primer poema, titulado La batalla del gato contra la centolla. Se trataba de dos luchadores enmascarados enfrentados en un ring en llamas. El dilema que presentaba el escrito se diluía en constantes reflexiones en torno a cuál de los dos luchadores ganarían. Si ganaba el gato, simbolizaría el triunfo del proletariado, que pudo salir del campo y establecerse en la ciudad. La victoria del gato salvaje transformado en un gato de chalet, correctamente capado y bien alimentado. Si ganaba la centolla, el triunfo sería de la revolución industrial. El crustáceo feliz y paseante por el mar Mediterráneo mutado a producto congelado y enlatado, listo para su distribución a nivel mundial. Años más tarde, invité a Anki a un restorán de sushi. No llevábamos más de quince minutos degustando las exquisitas piezas orientales, cuando la cara de Anki enrojeció y sus brazos se llenaron de ronchas. Partió corriendo al baño. Como tardaba mucho, fui a ver qué le había pasado. Pero ni rastros de él. Sólo había una pequeña centolla en el lavamanos. La tomé con cuidado de una pata, tratando de no herirme con las espinas, y lanzándola con fuerzas al suelo la rematé de un pisotón. Hasta el día de hoy, nunca más supe de Roberto Anki.

9 de octubre de 2008

Círcular Nº4



Hace un tiempo pensé en escribir un poemario. Tendría un título y varios poemas que tratarían de una u otra forma la mecanización del hombre. En la portada iría un dibujo de un androide en posición del loto. Cada poema estaría planeado como la estampa de una ciudad vacía. Una plazoleta desierta, un café con las luces apagadas, un conjunto de edificios demolidos, un museo en ruinas, una compañía de bomberos en llamas. Los poemas simularían la obra de una máquina de escribir poemas. Una máquina rodante que por medio de fotografías y una vasta, pero finita, combinatoria, lograría captar cada segundo de la ciudad abandonada y transformar estos segundos en poemas. El recorrido de la máquina rodante terminaría ante un escaparate con libros agujereados. Todos, con una gran O en el medio. Meses más tarde, hojeando en un libro sobre tankas y haikus, me enteré de un monje japonés analfabeto, que antes de expirar, había escrito un círculo como poema de despedida. Al comparar ese agujero con el de mis hipotéticos libros, me di cuenta que eran idénticos; el proyecto estaba acabado. No tenía para qué escribirlo, pues seguía en mi cabeza y con eso bastaba. Desde el otro lado, todo me parecía perfecto, acabado, bello. Cerré mi cuaderno de apuntes y cuando me dormí, el agujero todavía estaba ahí.

2 de octubre de 2008

Palimpsesto sexto


Escribo, borro, reescribo,
borro otra vez, y entonces
florece una amapola.

Hokushi, 1718, poco antes de expirar.


Voy tachando las palabras a medida que emanan de mi mano. Trato de formar frases, pequeñas construcciones que conduzcan a alguna parte todo el cúmulo de ideas que se me agolpan en la cabeza. Trato de proceder de manera chapucera: me invento una pequeña trama, un lugar, una luz enrarecida que va a dar en algún objeto. Partir en cada línea de cero. Siempre improvisando. Sin saber si lo que vendrá después de la siguiente línea tendrá coherencia con la anterior. Las malditas leyes de la coherencia. Si esto fuera un ejercicio audiovisual, si tuviera una cámara al hombro, la labor del montaje sería titánica. O sencillísima. Tontamente dadá. A veces me imagino que voy a visitar un geriátrico de intelectuales retirados. En esos delirios veo a Monsieur M, apoyándose penosamente en su bastón, y a Mister P, afanoso en su moderna silla de ruedas. Parten charlando sobre el clima, la estación del año, la temperatura del momento. Terminan siempre hablando de lo primigenio: uno, de los fósiles, de los minerales, de la corteza terrestre; el otro, del origen de la novela moderna, de la invención del cuento, de los griegos, de los chinos. Finalmente terminan trabados en el asunto del lenguaje. ¿Se empalabra la realidad para inventarla, o la realidad viene creada de antemano y sólo tratamos de crearla? Ebrio, trato de seguirlos, cuando alguien a mi lado me susurra: “la geología es una cuestión que termina finalmente enguantándose a la explotación de los recursos. Es un problema del capitalismo, saber que finalmente beneficiaremos de algún modo a algún magnate o sociedad anónimaaa”. No lo puedo seguir bien, sus ideas se me desparraman, el entendimiento se me atrofia. Me reclino en el asiento, y dejo que el esqueleto sin rostro llene mi copa con vino. Brindamos, en silencio. Seguimos tomando. No sé cuánto tiempo llevamos así, pero en un momento, no sé por qué muy bien, vamos caminando por la calle. Me cuenta que justo en el punto que vamos pasando, lo asaltaron hace un tiempo atrás. De madrugada, eran dos cogoteros. Iba con un amigo. Me hace el gesto, la performance, la mímica, de alguien que lo ataca por detrás con un cuchillo. ¿Y qué hiciste?, le pregunto. Arranco a toda velocidad, me explica. ¿Y el amigo? Es abandonado totalmente a su suerte. Yo le increpo al esqueleto sin rostro (con mucho cinismo) su cobardía, aludiendo que él, como karateka, debió haberle hecho frente a los delincuentes. Al borde de la imbecilidad total, lo agarro de las costillas, y le digo que su maldita defensa personal es una defensa egoísta y amariconada, que mejor se meta a atletismo para correr más rápido que los flaites, que karateka que arranca sirve para otro torneo, que no es cinturón negro si no floreado, etc. Así vamos, a tumbos, avanzando por la Avenida Negra, hasta llegar a una pequeña plaza. La ciudad no existe, por eso la inventamos, me corrijo a mí mismo. Un grupo de niños sentados en círculo juegan con una máquina virtual que desconozco. Llevan cascos y mandos de control en sus brazos. El esqueleto sin rostro me dice que en sus tiempos los niños eran distintos, sólo jugaban con tierra y agua. Tampoco comían lo mismo, pero ese es otro asunto. Finaliza su corta exposición. Si esto fuera un escrito, le contesto, te borraría pero no tus frases; se las asignaría a un interlocutor de carne además de huesos. El esqueleto sin rostro se detiene, me mira, y sentencia: esta es la sexta vez que escribes sobre esto mismo, las ligeras variaciones siempre se han detenido en mi persona. Primero fui un pirata espacial. Luego encarné a una anoréxica con unos suculentos implantes mamarios. A continuación era un clon tuyo, pero la historia no funcionaba muy bien porque siempre terminaba en un duelo de espadas. Hubo otro par que ya no recuerdo, pero la última encarnación era en un sujeto que respondía al nombre de Antonio Díaz, pero acababa perdido en la Biblioteca Nacional, sin reconocer a nadie, ni a él mismo cuando se miraba en el espejo. ¿Cómo puedes recordar cosas que ni el autor recuerda? Inquirí. Eso te lo explicaré en otro manuscrito, que aún estás por elaborar, sentenció.
(Fragmento encontrado en un montón de papeles apilados en una mesa)

26 de septiembre de 2008

Nuclear sí....


Llevábamos no sé cuánto tiempo metidos ahí adentro, brevemente iluminados con unos miserables rayos de luz que se colaban por algunas rendijas y por los agujeros de los cañones. La situación era crítica; los zombies se habían tomado toda la ciudad y hace un año, exactamente un año, que no teníamos contacto con el exterior. Las provisiones escaseaban, pero la comandante Barbaroshka me dijo que hoy comeríamos caviar y destaparíamos una de champán. Quise reprocharle su falta de respeto ante la delicada situación, pero ella, apuntando al calendario, me dijo que hoy sería la excepción. Brindemos, me dijo, con su cara recortada por la sombra.

21 de septiembre de 2008

EPÍLOGO A UNA NOVELA INACABADA

He terminado mi trabajo, o al menos pienso que lo he terminado. Me sentía asqueado y encerrado en la ciudad, necesitaba salir, por lo cual me dirigí en la noche al terminal de buses. Llovía. Antes de tomar mi bus vi a una pareja besándose, sonreí. Las figuras, recortadas por la penumbra del concreto parecían escarchadas, congeladas, emborronadas con tinta. Una vez arriba del bus, encendí la luz de mi asiento y saqué la novela que llevaba en mi maleta. Pero no tenía ganas de leer. Tenía la impresión de ser el único pasajero a bordo, pero fue sólo una impresión. Era yo el que se sentía solo. Cuando desperté vi las primeras luces del muelle, me desperecé, cogí mi maleta y pedí que me dejaran en la Avenida Central. No llovía, pero una espesa neblina recubría las calles. Caminé por horas hasta que llegué al muelle. Me topé con un par de borrachos zigzagueantes en mi trayecto. Pero daba lo mismo, tenía al oscuro mar ahí encima, escuchaba en silencio el golpetear de las olas, sintiendo como la brisa penetraba mis poros. Estuve largo rato, con las manos congeladas, mirando las embarcaciones nocturnas. Qué ganas de viajar, pensé. Dicen que cuando uno termina un largo proyecto, se siente una sensación de vacío, algo así como mareo acompañado de vahídos intermitentes, pero yo no sentía nada. Me sentía a un paso de la liberación, como si los grilletes que por tanto tiempo arrastré ahora sólo me quedase una última cadena sujeta en mi tobillo.
¿Qué vendría después? ¿Podría embarcarme en un nuevo viaje sin regreso? Pensé; si todo lo que he vivido hasta ahora es una evocación de un sueño, si mis recuerdos son moldeados ineludiblemente por mi presente, por mi aquí y ahora, podré cobijarme hasta la muerte con la idea de un futuro que nunca llegará, y sentarme a esperarlo desde alguna embarcación, sabiendo que nunca lo tendré enfrente de mí. Pero si mi pasado y mi presente y mi futuro son una maraña que se desenvuelven en las sombras, y todo está entremezclado, y no existe línea recta, podré liberarme con esa idea consoladora en este mismo momento, y podré afirmar que los viajes no tienen ni comienzo ni fin, son sólo un continuum a través de las aguas del tiempo.

De pronto vi a un perro negro a mi lado, le acaricié el lomo. Ahora tendría que despedirme pues. Tras comprobar que estaba totalmente solo con el perro negro, retiré la novela de mi maleta, la metí en mi bolsillo y dejé el resto del contenido adentro. Estuve unos minutos, dubitativo, sentado con la maleta entre mis piernas, pero de pronto todo estaba claro. La levanté con mi mano derecha, no pesaba más de tres kilos, y con un fuerte aventón fue a dar directo a las aguas. Esperé. Cuando escuché el chapoteo me sentí aliviado. Di media vuelta y me retiré.

20 de julio de 2008

El asado de Satán


Luisito se lanza en paracaídas desde un décimo piso. Aterriza a la manera provinciana, zapateando en un charco las costras que han quedado tras un brutal enfrentamiento entre dos pugilistas peso pesado. Luisito se acaricia la solapa de su traje, hace un ademán que roza con lo criminal y lo sensiblero. Se prepara para una larga digresión de sus amigos poetas. Seis millones se acolchan en su trasero, como vanagloriándose gratuitamente de su asalto al Banco de la Capital. Pero antes de comenzar su texto, plagado de lugares comunes y fraseos muy a lo Bolaño, este personaje (un conjunto de malas citas) decide ponernos a prueba con sus chistes que no hacen reír a nadie. “Soy el patrón de fundo, y en mis dominios sólo se aceptan mis propias carcajadas”. Todo esto se va registrando en tiempo real, en el tiempo mental de Luisito, donde la ironía y la parodia son lo mismo. Habla sobre un manual de reggetón para hacer el perfecto ridículo, de una teresa que se lo endereza, de una peluquería gay, de una película humorística que vendría a ser la joya del séptimo arte, de unas fotografías que pretenden engarzar sus brillantes momentos polaroid, de sus 666 segundos de pajas mentales, del momento en que está a punto de consagrarse como escritor; todo va muy cool, todo está demasiado preparado, pero algo parece no calzar, algo que se transmuta en sus llamadas telefónicas nerviosas, algo en su pelo, quizás sea el maquillaje descorrido o quizás la máscara se le está descosiendo de a poco. Algo parece haber en él de irreal. Una mueca torcida recorre de lado a lado su rostro. Su actuación es demasiado básica como para no reparar en que busca los diez minutos de la fama, en juntar a sus amigos según el grado de utilidad que le pueden otorgar. He ahí la lealtad. He ahí su alto concepto de amistad y del arte y de la poesía. Entonces Luisito detona la bomba, y un par de edificios se desmoronan como si fueran parte de una escenografía. Veo la explosión y cómo los vidrios y los ladrillos se fragmentan y se dispersan por el cielo y caen estrepitosamente en un largo perímetro que cubre cuadras y cuadras. Pero la explosión es insonora. Me parecía que todo lo que veía en Luisito era de utilería y de malos efectos especiales. Me termino mi cigarro y sigo caminando.

19 de abril de 2008

La flor pánica

Me dice que crecerá en mi solapa
y que me devorará esta noche.
La garganta ácida se cerrará para siempre
y mi corazón maltrecho explotará
como bolas de cristal
rebotando en una fuente de vidrio.

Cenizas en el lozadal, mierda más mierda
una metralla que me quiere disparar
una mano enguantada
que busca arrancarme los ojos.

El botón amenaza con florecer;
quédate quieta rosa negra
vuelve a perecer en la página del poema
muere con mi mano que te escribe.

13 de abril de 2008

Flor de hielo


Darle una nueva mitología a una ciudad sin pasado, fue lo que caviló muy detenidamente el Poeta en medio de la carretera. El bus seguía avanzando a la par de la frenética marcha de autos y carros antibombas. Los peajes no hacían presagiar en nada el dilatado destino del Poeta, que enfilando su memoria por entre las páginas de un libro, observaba de reojo a una pareja que en la oscuridad se metía mano. Más atrás un borracho empinaba inescrupulósamente el codo. El bus seguía avanzando. En medio de una detención policial en la que se apagó todo vestigio de pánico, el Poeta se tatuó con su lapicera el dibujo de una flor.
.
Esta es mi flor de hielo, la mayor de todas las anacronías que se yerguen por sobre mi cabeza.
.
* Todo esto está referido con mayor precisión en la Novela Ininterrumpida, en donde Manuela Galdós escribe desde el fondo, en el mismo bus en el que viaja el Poeta, y con lentas palabras anhela y anida el vuelo de un pájaro en su corazón: el mismo pájaro que salió de la caja de Pandora: La Esperanza.
.
** El Poeta es un doble de Pablo Rumel. La semejanza estriba en que no se parecen en nada, ni siquiera en el físico, o en la manera de escribir, con el autor de este blog.

7 de abril de 2008

La poesía debe ser como un revólver

Sólo es hermoso el pájaro cuando muere destruido por la poesía. (L.M. Panero)

1

La poesía debe ser como un revólver
que destruya a todas las rosas del jardín
y ejecute la orden del gatillo
con una simplicidad envidiable.

2

El poema como bala
zumbando en el aire con su sonido
ininteligible y accionado por la explosión
que va dejando un reguero de pólvora en el suelo
pequeños cadáveres con forma de gelatina
que dicen desde su incómoda postura
¡devuélvenos al poema, devuélvenos al poema!
Nada somos si no somos en la bala
y el poema atraviesa de lado a lado
a los monstruos que se retuercen en la mierda;
yo los miro y veo toda la nieve cayendo en el estanque
pétalos rojos se elevan de la tierra y se multiplican en el cielo
y de esa furia van explotando luces violáceas
porque un poema disparado al aire
supera la onda expansiva y colorida de mil cañonazos
y el olor putrefacto de millones de cadáveres gelatinosos en el cementerio.


3

A cinco letras estoy de completar mi bala
limpio el barrilete y lo hago girar
a pequeñas cachetaditas tiernas.
Sólo me faltan tres
amartillo mi arma
el percutor suena ¡click!
y por un momento diviso una senda de piedras en
medio de un bosque encantado
un hada pasa por mi oreja y me susurra canciones elevadas
que hacen flotar ríos en mi mente
ríos de sangre le digo.
Sólo me faltan dos
contemplo la caída de un dragón herido por la flecha
de la poesía que destruye
sus alas se baten y de sus fauces un olor agusanado
penetra con violencia por mis poros.
Sólo me falta una
Entonces, sin más preámbulos
recorto con mi arma la mitad de mi cabeza que palpita.

29 de marzo de 2008

Inmaculada Concepción


Ahora han vuelto a caer en mis manos sus ojos como platos. Sus ojos vendados por sus manos de porcelana:

Le priemer fué a été un poéte, on a vu un oiseau s`echapper de su blessure. (L`aéroplane blanc de reige) V. Huidobro.

El sol me está pegando en el lado derecho de la cara, medio ciego, de tanto ver la luz con sus terribles focos en mi cara. Y por ahí debe andar esta señorita, encabalgada a su Mandarina, con su cámara pegada en los pechos, batiendo sus bracitos en alguna plaza pública.

"Estamos destinados a que el aire esparza la tierra/ que la tierra aterra, no encontrar el aire y quedarse con las raíces/ a las letras que no tienes/ y al alma que no tienes/y al alma que ella (que se disfraza de mí), no posee."

(Cecilia Rojas.)

Termina su paseo, con una lágrima surcándole como caracol por su mejilla. La saludo, desde lejos, tras la sombra. En la penumbra.

+++
Good bye, my dear Cecilia.

27 de marzo de 2008

A una amiga

Que dice estar vacía, como si la luz del día no pegara por entre sus cortinas
y las rosas crecieran de forma invertida;
rosas de la tortura
una magia que va rodando bajo el influjo de la luna
se desarrolla en tu estómago como una mariposa de alas caídas.

Dos golpes de dado, un pájaro fulminado cae como cometa
y los astros
congelados por medio del accionar del golpe
van deletreando como dados
tu nombre.

¿Qué oscuridad te acuña?
¿Cuál es esa H muda que no abre tus labios
y te paraliza en el intento de dar el paso?
un beso, una espina clavada va girando
a la velocidad del sonido
por debajo de tus párpados;
duerme
duerme tranquila
duerme y despierta
a la hora en que los cometas caen
y no pueden pronunciar ningún nombre.

Calla
Alumbra tu hálito de rosas
clávate en el sueño
vuelve a la raíz;
respira

Respira en este poema
Respira
Respira
Exhala
Anula.

Respira en el poema, que ya expira.

25 de marzo de 2008

Carta de abuelo a su nieto


Querido nieto:
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A veces los adultos me afirman de los brazos y me dicen, ya es tarde señor Walser, ¿tarde para qué? contesto. Es tarde, tome sus medicamentos y no escriba tanto, porque le hace mal, me responden. Entonces les hago caso, y cuando me acuesto pienso en cómo caerá la nieve mañana; si será una nieve frontal, poco apta para salir a dar un paseo, o simplemente no caerá, y los cúmulos blancos se multiplicarán como semillas por la calzada. Pues eso pasa nieto mío, cuando la nieve deja de fluir, y los Alpes permanecen inquietos, como esperando que algún joven escalador los suba y los señoree en las alturas.
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Ya debes estar en edad para encontrar una mujer, aunque a veces es mejor quedarse solo, pues casi todas las mujeres -con su divertido mundo infantil- no hacen más que reprocharle a uno todos los defectos, y no encontrarnos más que bajezas en el cúmulo de virtudes que uno pudiese llegar a tener. Por un rara inclinación prefieren a los tontos o a los mediocres sin inspiración. Pero eso es algo muy personal, y deben ser tontas divagaciones mías. En mi caso, preferí nunca casarme y disfrutar del paisaje. El paisaje cambia. Pero las mujeres no. Aunque sería harto injusto clasificarlas a todas bajo un solo matiz, pues existen mujeres sumisas y aptas para el trabajo hogareño y otras de carácter fuerte. Yo me inclino nieto mío, por mucho que te extrañe, por las mujeres de carácter fuerte. No importa que no te entiendan, pero de ese no -entendimiento aprenderás mucho, y valorarás doblemente tu independencia.
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Sé como un lobo estepario que aúlla a la luna, y no como un badulaque dominado por las hostiles emociones de una mujer. Es preferible dar un paseo solitario por una calle estrecha y fea, antes que recorrer el mundo con una mujer mala. Como puedes ver, he elegido esta pequeña localidad de Herisau, y como confidentes a los libros, mis amigos por excelencia. Lee a los clásicos. Lee la Ira de Séneca, para que aprendas a controlar tus impulsos juveniles. Crea, antes de procrear, pues dar a luz a un hijo no es un don, es una decisión moral y punto. En cambio crear un libro es un regalo, no para el mundo, seamos realistas, pero sí para una persona solitaria que toma el tren rumbo a Viena.
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Sigue esforzándote en lo que haces, y deja de pensar tanto en mujeres, que de haber, habrá, y una sola te bastará; llegara así, lenta, despacio, y tranquilamente se pondrá a tu lado. Sin escándalos ni mayores aspavientos. Verás cómo acudirá, cuando más mal y solo te sientas.
Cuidate mucho.
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Tu abuelo, que te ama.
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20 de diciembre de 1956, Clínica psiquiátrica de Herisau, Suiza.

18 de marzo de 2008

Flor de loto


Caminando con el señor de las paltas quillotanas, los adoquines sucios que pisabas brillaban en mi mente. Una fuerza ensimismada en una mano, apoyada contra mi pecho centelleando las opacas palabras, sentí de pronto que una pesada máscara se me resquebrajaba y por fin, de manera tan poco solemne, mis ojos se alborotaron y agudizaron más su ceguera.

¿Qué hacíamos encerrados en la habitación de una oscura pensión? ¿Por qué contemplábamos a un imbécil que daba noticias? Me dijiste fuerte y claro: si quieres, puedes llorar en mi regazo... ¿y qué hice yo? Me acomodé como almohada entre tus mejillas y no vertí ninguna lágrima. Corriendo nos despedimos, mientras prefigurabas (veías ya) los latigazos de madame B, la señorita Ego, con toda su oscuridad y fuerza extraordinaria.

Por las arterias de Valparaíso cruzamos las estrechas calles y los concurridos kioskos, que repletos de cifras y letras, sobredimensionaban falsamente el presente. Una escala en la Plaza de la Victoria, los ángeles de las fuentes, las estatuas de los leones, las maquinaciones de paseos que aún no han tenido lugar, la consumición de un completo clónico, el retorno tranquilo y silencioso por la costa, sobre una liebre verde y lenta. Toda la tarde, todo el amancer sin irse, gris y crepuscular, azotaba la buena aventura de mirar el mar. Y saberse acompañado.

15 de marzo de 2008

Un momento....

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El minuto de la suspensión, donde una rosa hecha pedazos gira y se marchita a la velocidad de la luz. De ese movimiento frenético van rozándose notas, que geometrícamente bañan el rocío de los pétalos, como si fuera una ruleta rusa y una despedida cíclica. Son las sombras, la locura, la tremenda alegría de saberse sin tallo ni raíces, flotando borracho como una nube china y advenidiza.
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Cuando tus dos pies se suspenden en el aire y los detalles crecen en las cenizas de la muerte.
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La eternidad de un segundo cristalizándose por siempre, desde siempre, en una música eterna.

12 de marzo de 2008

fue un poema limpio.


Te escogí en secreto un color para cada día y nuestras fuerzas se equilibraban en un punto muerto, una rosa hecha trizas, el coraje del lobo, un paseo por Valparaíso, una ausencia con la forma del retorno, la total franqueza de saberse mal acompañado, al lado de una mano muerta, un corazón palpante construido de cenizas, y los puentes eran afirmados por cocodrilos repletos de tiempo, de arena, de relojes de oro, de balbuceos incomprensibles que rebotaban en la sombra.

Así fue como surgió el poeta.
(gracias a la hermana por transcribir la miniatura)

3 de marzo de 2008

hermanos Rumel


Rumel, es un honor poder escribir en tu blog, en este momento de mamoneo quiero que cuando veas esto digas “Ho, pequeña” ahora, yo tu hermanita te canto como tu lo has hecho muchas veces y se que , yo , la rumel pequeña te ama como ninguna mujer lo ah echo en tus 24 años, te apoyo mas que ninguna y tu lo sabes muy bien, hermanito querido te espero con ansias, recuerdo cuando éramos chicos y peleábamos demasiado, o cuando me pedías algo para comer me decías “déle al perrito” con voz de niño chico o cuando me decías “mira javi, tengo un perrito aquí” y yo miraba y me dabas un besito y yo me enojaba porque me emocionaba con eso del perrito, tantas cosas que hemos pasado hermano mío solo mío. Ahora me despido con este inmenso beso y cuando llegues del paraíso salgamos a todas partes a compartir juntos.

Tu hermanita…Javiera Rumel

19 de febrero de 2008

A un amigo y su gato


Me explica que quiere ser actor. Me dice también, que su sueño es tener una aldea, de amigos, de valientes, no lo sé muy bien, pero le pregunto ¿y te gustaría ser el rey (hokage) de esa aldea? No, sólo un guerrero (shinobi) y poder estar ahí. Se ríe de mi afición por las señoritas. Trato de hacerle entender que no se necesita ser feliz con quedarse con todas o con una. Mi felicidad es más simple, más al alcance de la mano: me basta con mirarlas, le digo, y él se ríe y una noche me regala una imitación: imita a un muñeco diabólico nazi (pone la voz de demonio) y entre risas infernales y ruidos guturales me dice que va a matar a todos los negros. "Soy Adolph Hitler" Me dice con los ojos llenos de odio. Nos matamos de la risa. Otro día me dice que le gusta la escultura, y que le gustaría fabricar muchas figuras de arcilla con forma de ave. En una caminata por la plaza de su villa, con teatrales gestos afirma: "puedo asesinar hasta los 14 años sin irme preso". Sí, le contesto, pero te enviarán a un centro de menores donde la pasarás muy mal. En vez de responderme, toma su arma (kunai) y la arroja de un certero golpe al pasto.
Su gato birmano, sir Oliver Twist, llega por las noches a buscar su comida, y luego, como manda su edicto felino, se va a cazar gatas, para volver a la siguiente noche. Como de vez en cuando suelo hacerlo yo.

14 de febrero de 2008

So lonely (14 feb/08)



The Police - So Lonely Lyrics


(Sting)
Well someone told me yesterday
That when you throw your love away
You act as if you don't care
You look as if you're going somewhere

But I just can't convince myself
I couldn't live with no one else
And I can only play that part
And sit and nurse my broken heart

So lonely/ So lonely/ So lonely/ So lonely

So lonely/ So lonely/So lonely

So lonely/ So lonely/ So lonely

So lonely/ So lonely

Now no one's knocked upon my door
For a thousand years or more
All made up and nowhere to go
Welcome to this one man show

Just take a seat they're always free
No surprise no mystery
In this theatre that I call my soul
I always play the starring role

So lonely/ So lonely/ So lonely/ So lonely

So lonely/ So lonely/ So lonely

So lonely/ So lonely/ So lonely

So lonely/ So lonely

(guitar solo)

So lonely/ So lonely/ So lonely/ So lonely

So lonely/ So lonely/ So lonely

Lonely, I'm so lonely
I feel so alone
I feel low
I feel so
Feel so low
I feel low, low
I feel low, low, low
I feel low, low, low
I feel low, low, low
I feel low, low, low
I feel low, low, low
Low, I feel low
I feel low
I feel low
I feel so lonely
I feel so lonely
I feel so lonely, lonely, lonely, lone
Lonely, lone
I feel so alone, yeah

So lonely...

12 de febrero de 2008

Maori Pérez: Mutación y registro

Estoy en un avión hacia ninguna parte. Esa es la frase que veo en los rostros de todos. Caras de exilio. Caras derrotadas. Como un muro pinkfloydeano. Muerte en vida, muerte voladora, con hélices cortando el aire. Rebanando nuestros sueños. (Maori Pérez, del libro comentado)
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Publicado a fines del 2007 por la editorial Ciertopez, nos encontramos ante un autor dotado de una voz inusual, y más inusual aún, si consideramos que en el alicaído panorama de los escritores jóvenes que afinan su pluma, es raro detectar autores sólidos con voz propia, que en sus libros no posean páginas de sobra o relatos completos fácilmente descartables. Con Maori no ocurre eso. Así, la filiación que Pérez ha resaltado en los medios de prensa con Bolaño, sólo es circunstancial, pues más delata una estrategia de lectura, de acercamiento a la letras y la vida, que a su manera particular de escribir.
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Diez son las piezas que componen este libro de cuentos, repartidos en poco más de ochenta páginas, los cuales -haciendo un rápido planeo- barajan temas como la tortura, el egoísmo, la depresión, el vacío, el amor, la ira, el lamento. La portada del libro es decidora. Manchas de tinta, emborronamientos, huellas monstruosas, componen el estilo (o la rúbrica si se quiere) de Maori Pérez; la forma en que desliza las palabras y sus secuencias entrecortadas, provocan en el lector una suerte de entrecruzamiento caótico entre la realidad y la alucinación, el sueño y la pesadilla, la vida y la muerte, la memoria y la amnesia.
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La manera de escribir de Maori tiene mucho del expresionismo alemán que resalta lo grotesco y lo sórdido, pero no de forma snobista o kitsch, si no que de una manera elegante y terrorífica, que sin lugar a dudas nos lleva a pensar en Kafka, o en las pinturas de Kirchner, Heckel, o al más cercano dibujante argentino Alberto Breccia. Pero sumado a esto, la delineación, los colores, las fugas sin fin y las aperturas y mutaciones de sus letras, corren por vida y cuenta propia. Acá no hablamos de una promesa joven literaria, no hablamos de un libro que pudo haber dado más, acá se habla de un libro-símbolo tallado a fuego, de un escritor que ha dejado el rótulo tan mercantil de "promesa", de un autor que ha engarazado sus manos al estanque volcánico de la palabra, y que por medio de un estilo poético, deshinibido, fresco y rupturista, ha fabricado sus primeras espadas y armaduras.
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De seguir bordeando su libro, sólo conseguiré entrar en una digresión sin sentido. No me queda más que decir: léanlo.
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¿Cómo conseguir su libro?
Visitando el blog del autor
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O escribiéndole a: veintiunanoches.@gmail.com