16 de diciembre de 2010

Tifón. Novela. Ediciones Xipe. 125 pp. Encuadernación: en rústica cosida a mano

(comentario de una de las tantas novelas de Robles Martínez)

 

En el primer capítulo se habla sobre un viento que aparece en una zona rural, pero que no se deja caer en cualquier ocasión, sino sólo cuando va a ocurrir una catástrofe en algún lugar del mundo. Se nos describe el pueblo completo; la plaza cívica, el largo río que atraviesa el valle, el bosque de pinos aledaño a un cerro, la gruta de una virgen milagrosa en una perforación terrestre, un largo camino donde salen y entran camiones cargados de plata y oro. El viento, se presume, está por aparecer.

En el segundo capítulo aparece una muchachita que llega a una cabaña empapada por la lluvia. Se tumba sobre un sofá. Un campesino entra y trata de despertarla, pero no reacciona; parece ser que su cuerpo estuviera “paralizado, como una mosca inerte sobre el excremento”, y su mente se encontrara “agujereada por el agua”. El campesino toma de la mano a la muchachita, y sin decirle ni una sola palabra, le seca el pelo con una toalla. La escena se descompone. El narrador comienza a divagar en torno a la conexión que existe entre la soledad y el viento. El campesino balbucea un incoherente monólogo, que habla sobre las clases de viento, las clases de cosecha, las clases de siembra, sin hilar las ideas, de manera caótica, desparramada. Con esto termina el segundo capítulo.

“Antes de la extracción de las cuatro muelas del juicio le dan una pastilla amarilla, que sumada a la anestesia local, dejan al operado prácticamente knockout. Su madre no es quien vela por él, si no su novia, que con estoicismo se desvela para darle sus medicamentos.” Con esa frase comienza el tercer capítulo. A continuación se nos explica que se trata de un joven universitario que tiene diversas alucinaciones, provocadas por diversas drogas que prueba, supuestamente para calmar los fuertes dolores que sufre en su mandíbula. Al cierre del capítulo, se describe un delirio en el cual el joven ve un viento enorme que asola una ciudad completa.

En el cuarto capítulo vemos a un niñito que desde su balcón se hace distintas preguntas: «¿Porque dos personas se abrazan en medio de la placita? Van caminando y se toman la mano y se dan besos, ¿por qué? ¿Por qué el viento me habla a mí y me dice que me arroje por el balcón? ¿Me quiere llevar hacia algún lugar?» El niñito desaparece del balcón y a continuación la casa se derrumba. Nadie ve la escena, sólo el narrador, que paulatinamente se va asemejando cada vez más a una presencia invisible que lo envuelve todo.

En el quinto capítulo, y final, se narra minuciosamente a un tornado que borra de la faz de la tierra un pequeño pueblo rural. En ese pueblo no vive nadie, sólo fantasmas que deambulan entre las casas, esperando una señal o algo que los saque de su condición espectral. El narrador cierra su relato con una antigua fábula que cuenta la historia de un mercader errante, el cual va recolectando los anillos de distintos matrimonios deshechos. Algunos creen que lo hace porque en su afán de codicia, quiere fundir el oro y fabricarse una enorme torre para desposar ahí adentro a una doncella virgen. Otros, son partidarios de que el hombre está atormentado por una antigua mujer que lo abandonó, y que a modo de venganza pretende entregarle un saco lleno de sortijas de matrimonio. Al final del relato, el hombre se encuentra con un juez que le confisca toda su mercancía, acusándolo de no haber pagado los impuestos al rey. Es entonces cuando el mercader explica que ha reunido esos anillos porque una voz le ha anunciado el fin del mundo, pero que sólo se detendrá si él entierra en una colina todo el botín que ha ido recolectando a lo largo de los años. El juez se burla en su rostro, y lo hace azotar por farsante. Ya sin ningún dinero, y con la espalda deshecha por los latigazos, el comerciante vuelve a su pueblo natal y sube a la colina donde tenía que enterrar el tesoro para salvar al mundo. Al llegar al lugar cae de rodillas e implora a la voz que lo perdone, que lo intentó todo pero que el destino le fue adverso. Es en ese momento cuando aparece un gran viento que destruye a todo el poblado, menos a él, que se encuentra en un lugar tan estratégicamente ubicado, que sólo siente una brisa suave y reconfortante.

24 de noviembre de 2010

Huellas (apuntes desclasificados de El Secuestro)


1. Todo lo que tiene que decir el Mayordomo, lo dice en las primeras cinco páginas.
2. En un aparte de la novela se abre una agujero hacia una dirección impensada: atención cuando se habla de un pintor y una secta de chiflados.
3. En realidad la novela está totalmente agujereada hacia múltiples direcciones.
4. Existe una extraña conexión entre Robles Martínez y Maurice Chobart. Esa relación se revelará pronto.
5. El Secuestro transcurre en una ciudad latinoamericana a comienzo de los años 60.
6. El policía Humberto Cáceres se dirige a Referencias Autorales a buscar los archivos de Robles Martínez, pero encuentra la carpeta vacía.
7. El contenido de esa carpeta está resguardado bajo siete llaves. Muy pronto se tendrá noticias de ésta.
8. El Secuestro no nace en la primera página y muere en la última. Es posible hallar material perdido en otras fuentes.
9. El hipotético hallazgo de estas fuentes es exclusiva responsabilidad e interés de parte del lector.
10. En la primera parte de la novela se menciona apenas el nombre de un policía, no teniendo mayor injerencia para el resto de la historia. 
11. Sin embargo, este personaje será clave en una novela posterior.
12. El Secuestro no es una pieza más en una larga continuidad de historias. Es apenas el punto cero, el arranque para otras historias que se desarrollarán en el futuro y en el pasado, de forma simultánea y secuencial.
13. El Secuestro no es parte de un universo cerrado, sino al contrario: pertenece a un mundo que se abre y se cierra a diversos intersticios, a multiversos que descansarán en distintos soportes.

(...sigue...)

8 de noviembre de 2010

Go to hell



"Mi mano puede dar en la mejilla de una mujer, pero el abofeteado seré yo, porque habré violentado mi dignidad" Antonio Di Benedetto

La primera bala ingresó por el hombro derecho, quedándose enquistada entre la articulación de la clavícula y el acromion. La segunda fue mucho más certera. Entró de lleno entre ceja y ceja. Hubo salida de bala. La sangre y los sesos mancharon una reproducción de Manifiesto autorretrato, de Maurice Chobart. Aquél, silencioso en el trabajo, no levantaba nunca la voz. Sus compañeros no sabían si era por timidez o por algo más. Probablemente era un hombre quitado de bulla, silencioso, el extraño más extraño entre los silencios que conformaban su enclenque figura. Había ascendido a gerente hace menos de un año. Hombre trabajador, serio, bien trajeado y perfumado. Sus hijos lo atendían parsimoniosamente, llevando la atención a exquisitos y exagerados detalles: le dejaban las pantuflas junto al diario dominical, un café bien caliente y el cenicero de hueso, traído desde el extranjero. Sin embargo, aquella tarde del sábado, su nervuda mano dio tres veces contra el rostro de su mujer. No era la primera vez, ciertamente. Eyaculó en su pelo y en su ropa. La mujer, aturdida ante el sistemático zamarreo, tuvo que succionar su pene hasta dejarlo totalmente limpio y seco. 

Fernando Bruna, el detective que investigó el caso, observaba una y otra vez la fotografía del difunto. Era como si sus facciones -la cara delineada y sombreada por las luces- portaran el ADN de aquellos hijos de puta que gozaban violentando a las mujeres. ¿Eran esos ojos inexpresivos? ¿esa boca desprovista de sonrisa? Todos compartían el mismo rostro, como si fenotípicamente se engarzara esa patética cara entre los millones de golpeadores de mujeres del mundo, sin importar etnia ni religión ni cultura. En la última gresca, el hijo de aquél había decidido acabar de una vez con la bestia. Lo cercó en su laberinto, aprovechando su avanzado estado etílico. No costó mucho. Su cuerpo y su espíritu temblaron, al unísono.Jaló dos veces el gatillo de la escopeta. La bestia se desparramó frenéticamente.Ya está. Que ni en paz descanses.

5 de noviembre de 2010

Esbozo de Robles Martínez


Una portada de un libro de Robles Martínez.

Primero fue en antigua reunión de amigos. Hablábamos de gente extraña, de seres ocultos que habían elaborado una obra secreta, más secreta aún que la propia existencia de ellos. El tema redundaba en torno a personas frágiles que habían pasado totalmente desapercibidas en el desafiante ambiente cultural de aquellos años. Entiéndase desafiante como amenazante, signos de una época en la cual todo transcurría de manera más lenta, con riesgos duplicados ante la creciente paranoia. No existía la autopromoción, ni los bombos y platillos orquestados por algún agente de la cultura.

Lo segundo vino después, en el alba, pero antes de pasar al segundo, elaboremos con más detalle el primero. Imagínense una reunión de amigos; hombres bebiendo algo alrededor de una mesa y hablando sobre variados temas en algún lugar de la tierra. Uno habló de la secreta obra de Jim Mendonza, pintor autodidacta, fallecido en ambiguas circunstancias. Otro mencionó a un tal Maurice Chobart, investigado por la policía desde hace años. Nadie sabía aún su real paradero.Un tercero, que sucede cronológicamente al momento segundo, dijo que el caso de Robles Martínez era aún más llamativo que los anteriores mencionados: Cobran una millonada por sus libros, aunque no lo crean amigos, de verdad, quizás exagere un poco.

Lo interrogamos el resto de los presentes, unos con miradas, otros con palabras farfulladoras y quebradas: Aunque parezca sacado de una mala novela, o de un buen cuento, o de una mediocre película, pero la verdad amigos míos, es que Robles Martínez prácticamente no existe. Con esto quiero recalcar que en realidad están sus obras, aún se puede encontrar una que otra en algún viejo puesto de saldos. Pero si consideramos que no tiene partida de defunción, ni siquiera alguna lápida perdida en un enmohecido cementerio, entonces su existencia física es puesta en duda. Al menos que su ser físico exista en este universo. Ello puede dejar abierta la posibilidad de que sus libros hayan sido enviados desde un universo paralelo al nuestro.

El que hablaba de esa forma exagerada, un poco rocambolesca, como extraído desde algún guión no muy bien elaborado, agregó que en algún mercado clandestino se cotizaban los libros de Robles Martínez que nunca habían visto la luz. ¿Cómo es eso? Se refería a obras que no habían sido comercializadas de manera pública, disponibles para cualquier transeúnte con el dinero necesario para adquirirlas. Son auténticas obras de arte, remató.

Lo segundo viene después del alba. Entre lo primero y lo tercero.

Nuestro amigo, luego de aburrirnos con una larga digresión en torno a la obra, el arte y su autenticidad, pude percibir que en verdad ni siquiera hablaba de algo normal. Me explico mejor. Cierto escritor español, de cuyo nombre no quiero acordarme, ideó en la ficción un libro que era capaz de asesinarte tras ser leído. Esto en la ficción, en el mundo de las letras. Pero la gran apuesta de Robles Martínez, en la realidad, fue que generó una especie de terrorismo cultural con sus obras. Supuestamente, quien era expuesto a las líneas de sus libros por algún tiempo, podía enloquecer. Sabemos que hay libros buenos, para relajarse, (¿con efectos sanadores? quizás sería llegar muy lejos al arriesgar tal hipótesis) con una carga energética positiva entre sus líneas. Jung se expresó con más propiedad de este tema en su Über psychische energetik und das wesen der träume, pero el que llevó más lejos esta teoría fue el místico alemán Gimmel Hizarrk, famoso por su obra Das Buch der Gartenzaun, en la cual intenta demostrar que las obras de arte abren puertas mentales a ciertas ideas arquetípicas que descansan en nuestro inconciente. Hizarrk bosquejó la idea de que una determinada disposición simbólica podía provocar la locura en el receptor de la obra. Pero no me explayaré más referente a este tema, del cual existe abundante bibliografía.

Lo segundo, lo que venía después del alba, es la posterior recreación, o en palabras más exactas, la escenificación de las obras de este autor. Pude encontrar un par de obras en una polvorienta librería de Valparaíso. Novelas que no tenían nada de extraño si se las leía distraidamente. Entonces mi búsqueda se inició ahí, tomándome como desafío el hecho de glosarlas una a una, para ver qué pasaba. Ingenuamente creía que de esta forma podía acercarme de una u otra forma al preciado botín de Robles Martínez; aquellos libros que enrarecían la mente a quienes los leyeran. Sin embargo, tal cosa no ha sucecido, hasta la fecha en que redacto esto.

28 de octubre de 2010

El año

El año de las turbulencias. El año del terremoto. El año del colapso nervioso. El año de los maremotos. El año del desencanto. El año del debut. El año de las microeditoriales. El año de los payasos. El año de los fariseos. El año de los charlatanes. El año de los jóvenes. El año de las mutaciones. El año del año. El año de los robots. El año de los policías. El año de los bebés. El año de los ladrones. El año de las películas. El año de los zombies. El año de la informática. El año del ano. El año de la paranoia. El año de la explosión. El año de las protestas. El año de la expansión. El año de los enanos. El año del revólver. El año de la familia Fontberry. El año de la dilatación. El año del espejismo. El año del oasis. El año de la mano.El año de la comezón. El año del hígado. El año de Bolaño. El año de la contracción. El año de las multinacionales. El año de la despedida. El año de los ancianos. El año de la risa torva. El año de aquellos sentados, alrededor de una mesa, jugando al póker.

1 de octubre de 2010

Rococó



Nunca he sido demasiado bueno para adornar las paredes de las distintas habitaciones que me han contenido en mi vida. Si mal no calculo, han sido por lo menos unas cinco o seis viviendas en las que habité por diversos episodios que no viene al caso relatarlos ahora. Lo que yo quería decir es que nunca fui bueno en aquello, en lo decorativo. ¿Poner fotografías de mujeres desnudas? Siempre me pareció de mal gusto. De niño sentía un poco de rubor al entrar a otras habitaciones, con sendos pósters de la cuarta, la bomba 4, o playboy. Una fijación rayana en la estupidez y la ordinariez. Mujeres con tetas flácidas o siliconadas colgando como monolitos en abismos y quebradas imposibles. Imágenes sin la autenticidad de un verdadero desnudo fotográfico, pulido a fuego vivo en el laberinto de luces y sombras.

Distinto es el caso de las ilustraciones o reproducciones de pintura. En mi primera pieza tenía algunas imágenes de Luis Royo. Pero Luis Royo era demasiado, no sé cómo decirlo, era demasiado pop y perfecto en sus detalles, pero sus mujeres parecían muertas, demasiado arquetípicas, como si el ilustrador hubiese estado toda la vida dibujando una y otra vez a la misma mujer, pero disfrazada de guerrera épica, astronauta o ángel.  No hay tensión en su trabajo. No hay nada nuevo. Si ahora tuviera que elegir a un ilustrador, no dudaría en poner imágenes de Suehiro Maruo, aquel dibujante japonés que lacera hasta la exageración la carne humana, repleta de gusanos y vísceras fosforescentes. Pero Maruo y Royo son cosas tan distintos como un cuarto de queso de libra y un jugo de ranas. 

Pero la idea no era ponerse a describir el trabajado de otros autores. La idea de todo este escrito era hablar de la pared en blanco. Lo anti-rococó, que no tendría porque ser el minimalismo tampoco. Hablo de otra cosa. Del espacio vacío. Francamente, me ha sido mucho más útil que la foto o la pintura de cualquier autor. Lo digo por aquello que genera la sostenida mirada de un fondo blanquecino, que podría ser verde, azulado o del color determinado de una habitación. Pero ahora me voy a detener en esta pequeña digresión, para ponerme a seguir una novela que tengo por ahí. Más adelante hablaré de paredes.

28 de septiembre de 2010

Doxa, aquella muñeca



Intenté de muchas formas no escribir esta historia. Mero recurso retórico en todo caso. Doxa ingresó a mi vida aquella tarde de 201X. Tenía los ojos dorados, demasiado grandes como para retirarlos con una sola mano; había que utilizar pinzas galvanizadas. Su boca siempre estaba en una "O" de soprano, como aquel círculo maldito que crecía violentamente en el patio de mi casa, ahí al lado de la higuera. Ese gran agujero gordo se tragaba todo lo que encontraba, desde niños, ancianos hasta animales. Considerar: es un agujero bastante peligroso, y que además ha sido largamente estudiado por los científicos de Corner Bay, aquel enorme y cristalizado edificio con forma de V, ubicado entre las avenidas Pounder y Aguirre Gómez. Doxa, aquella muñeca, fue la primera en darse cuenta de que el agujero crecía y crecía en aquel lugar maldito que gustosamente me gustaría olvidar de una vez y para siempre. Llevábamos tan sólo dos semanas de casado con Doxa, ese fabuloso artificio mecánico que estaba siempre dispuesto a entregarme placer absoluto. Era un artilugio adorable, el triunfo de la ciencia. Hablaba poco, sólo en plan de alertar. Incendio, lluvia ácida, etc. Ese tipo de cosas solía transmitir. Era adorable. Una vez le ingresé en su memoria varios poemas de corte clásico, para que mis invitados la percibieran culta y refinada. Desde la oscuridad, yo aún temblando y mareado por la grupa de alcohol que me había mandado al seco, terminó recitándome completo el Asno de oro, de Apuleyo. Me ponía demasiado excitado todo aquel discursito. Hubo una semana en que tenía que lavar seis veces al día a Doxa, limpiando los residuos que se acumulaban grotescamente en sus hermosos orificios. Aquello no me importó cuando ingresé al gran hoyo de Doxa, convirtiéndome yo mismo en aquel agujero que crecía y crecía en el fondo de mi patio. Terminé devorándome a Doxa y a mí mismo.

A continuación vendría el mundo.

6 de septiembre de 2010

El cine fantasmático de Alonso Luna

Alonoso Luna consiguió un dinero con Hernán Fontberry para producir su segunda película. Luna había filmado cortos caseros con su propio bolsillo y tras ganar un fondo estatal logró producir su primer largometraje.  Lo que hacía Luna, su producción cinematográfica, podía denominarse como cine de guerrillas, un cine hecho a puro pulso, con actores amateurs, que en realidad ni siquiera calificaban de actores amateurs, eran tan sólo los amigos de Luna y un hermano deportista suyo, que se prestaba para aquellos extravagantes experimentos. Pero Alonso Luna ni siquiera hacía cine de guerrillas, aquel invento norteamericano para designar a autores independientes que no eran del todo independientes.  Lo de Luna era más precario que una película de cine underground, financiada con las migajas de una productora fantasma, que en la realidad aquellas productoras fantasmas eran montadas por productoras grandes y opulentas, disfrazadas de parientes pobres del gran circuito. 

Luna hacía cine de barricadas, o a lo sumo, de basura reciclada de los vertederos clandestinos. Su primer largo, intitulado, Segmentos febriles, relata la historia de un guardia de supermercados, aficionado a comprar chucherías en los mercados libres (como se les llamaba a aquellas ferias de pulgas multitudinarias creadas para paliar la manifiesta cesantía) siendo cliente predilecto de aquellos vendedores ocasionales de lavadoras automáticas estropedas, televisores en blanco y negro, reproductores de VHS, cintas magnéticas vacías, etc. El guardia del súpermercado, solterón, de unos veintitantos años, se entretiene durante tardes enteras a reparar esta tecnología desfasada, obsoleta ante la rapidez de inventos que inundaban los escaparates de tiendas electrodomésticas. La película es muy parca en cuanto a diálogos. Durante la primera mitad, vemos al protagonista ejerciéndo de guardián en un súpermercado, silencioso, casi ensimismado ante la rutinaria tarea. En su hogar, que comparte con la madre y Ulik, su perro, apenas se ve turbado el ambiente soporífero por el zumbido de las moscas, los ladridos del perro y el entrechocar de los palillos de su madre, quien teje una bufanda para la mascota. El protagonista reparte su tiempo entre el trabajo, las compras dominicales de sus chucherías y los escasos progresos en su mesa de disección, donde abre, mutila y revisa sus aparatos. adquiridos a precio de huevo. Ha logrado hacer funcionar una secadora para el pelo, la cual utiliza su madre, un destornillador electrónico, para él mismo, que le facilita sus tareas de mecánico improvisado, y un walkie-talkie viejísimo, que lamentablemente no tiene su par para poder hacerlo funcionar de manera adecuada. Casi al final de la primera mitad de la película, el mutismo soso y reinante se rompe, cuando se provoca un asalto en el súpermercado donde el protagonista trabaja.Tres jóvenes portando máscaras plásticas de animalitos (un león, una oveja y un lobo) disparan a quemarropa a una de las cajeras del establecimiento, ante la lentitud de ésta para entregarles rápidamente el dinero. El protagonista, preso del shock, se esconde tras una puerta lateral, casi al borde del desmayo, incapaz de cualquier acción para intentar repeler el atraco, o al menos para informar a la central de seguridad, que no logra reaccionar con rapidez ante el imprevisto. Planos cerrados filmados con cámara al hombro, le otorgan toda la belleza poética y turbulenta a la escena, coronado con un largo travelling de las distintas cajas del súpermercado y sus correspondientes pasilllos, con las escasas personas tendidas en el suelo o parapetadas tras frigoríficos, al borde del llanto y la desesperación. Luego un corte. Un curioso stop-motion con variante de pixilación, muestra la cara frenética del protagonista, huyendo del súpermercado, atravesando rápidamente la escenográfica ciudad, que se ve gris, casi despedazada, hasta llegar a un enorme potrero. Un primer plano de una radio a pilas destruida. Luego todo se va a negro. Vemos a continuación al protagonista tratando de hacer funcionar su nuevo adquisición, con infractuosos resultados. No sabemos cuál fue el descenlace del asalto al súpermercado, sólo vemos al joven con su oreja pegada a la radio a pilas, tratando de oír algo entre las distorsionadas voces, que se superponen y se anulan, sin lograr entender nada de lo que dicen.
(continúa...)

20 de agosto de 2010

Los catapultos, la novela

Entonces la novela comenzaría así. Jorge Jorge, su protagonista, despierta una apacible mañana recostado en su suave y tersa cama (me imagino que un ser humano se puede despertar de miles de formas, ¿no? Ésta es la más genérica, pero acá viene lo bueno). Se despereza, corre las cortinas (ponemos un rayito de sol con toda la descripción de la escena) se lleva la mano a los testículos en intención acariciadora, bosteza. Todo está en orden, ni un elemento se ha salido de su cauce. Jorge Jorge recuerda que la última noche se bebió solo una botella de pisco, mientras ensayaba torpes cartas de amor a la luz de su linterna (su destinataria no nos interesa por mientras). De súbito siente la voz de su madre (Jorge Jorge es un niño, tiene 19 años, y como la mayoría de los niños de 19 años, sigue viviendo con sus padres) que lo llama a desayunar.

En ese momento las cosas se trastornan, truncándose todo de manera inevitable.

La voz de su madre es la de siempre, fea, aguda, pero cuando se dirige al comedor ve que la cara de su madre repentinamente (de la noche a la mañana) es otra. Es decir, es otra persona, otra figura, que asume la personalidad de su madre. Jorge Jorge piensa velozmente, en fracciones de segundos pero que en términos narrativos se prolongará por decenas de páginas, piensa Jorge Jorge que tiene básicamente dos reacciones ante el hecho: salir de casa como loco, aúllar a los cuatro vientos que no, que esa señora no es su madre; o al revés, disimular lo mejor posible que todo va bien, como si la cosa no fuera con él.

En la primera posibilidad se desarrolla una historia de la locura. Jorge Jorge se tropieza con la falsa madre, la golpea, la tetera se voltea, se quema los muslos, tropieza con una mesa y se rompe una pierna, el gato se prende en llamas, los vecinos se alertan, llaman a la policía y Jorge Jorge termina finalmente encerrado en el frenopático, escribiendo en las paredes con restos de orines y caca. En la segunda posibilidad se desarrolla una historia de la hipocresía. Jorge Jorge se muestra condescendiente con su falsa madre, le hace los mandados sin chistar, obedece a sus más mínimos pedidos, en suma, se comporta como el hijo modelo. Jorge Jorge no sabe si su sumisión es en parte por temor a que descubran su farsa, en parte porque no quiere quedar de loco (desarrollándose así la primera historia), en parte porque no hay otra alternativa, o a lo mejor las tres cosas a la vez o ninguna. Jorge Jorge de todas formas terminaría loco, pero no como loco encerrado, sino como loco suelto.

Todo eso irá ampliamente narrado, en unas veinte páginas, o mucho más. Todo depende de cómo pueda calibrar mi muñeca. Entonces, Jorge Jorge vuelve de un mazazo a la realidad, y es el momento en que debe escoger una postura. La madre falsa sostiene una tacita de café. La madre falsa lo mira desde su bata azulada con ojos desorbitados, con una sonrisa muy  torcida, de mueca muy mal hecha, marginal. Entonces Jorge Jorge escoge la opción menos pensada: la mejor de todas.

¿Se puede imaginar el lector cuál puede ser?

Asesina a su madre. Siempre hay que meter cadáveres en las novelas, así se pone más interesante todo. (Que el lector perdone mi cinismo, pero es un truco antiguo tan usado y manido, que no obstante siempre resulta). Pero los detalles y otros pormenores serán desarrollados en Los catapultos, novelita que francamente ya no pienso escribir. (O sí, la quiero escribir, pero de otra forma, con otro inicio, y otro final, a modo de desconcertar a mi fantasma). 

13 de agosto de 2010

He pensado desarrollar algunas historias...

... Pero no les encuentro los mecanismos necesarios para echarlas a correr. Por ejemplo, hace un tiempo vengo planeando una novelita sobre un grupo de sádicos millonarios que matan por placer. Uno, planea estrangular con un hilo de cocer a una costurera. Otro, bocetea en manidos papeles el asesinato de un nadador mediante envenenamiento por agua. Un tercer fanático (pueden ser tres, o cuatro, o un centenar de fanáticos, eso no importa por el momento) se rompe la cabeza tratando de que un actor porno se fracture el pene. Algún lector ingenuo creerá que estos métodos son fantásticos por la propia inverosimilitud de los enunciados, pero se dará cuenta, si hace las investigaciones pertinentes, que no son tan fantásticos. Son realistas. Pero, ¿para qué escribir realismo? Si ya hay tanto realismo en boga. Por cierto, el realismo es una invención que no tiene más de 150 años. La literatura siempre ha sido fantástica. Pero no quiero perder el hilo (de cocer) sobre esta historia que me gustaría desarrollar. 

Estos sádicos podrían provenir de la mejor clase acomodada; asaltarían bancos por gusto, irían a protestas "para mejores condiciones salariales a los trabajadores" por hobby, estarían inscritos en el Partido Comunista, por joder, y así, cada cosa de estos rufianes, de sus vidas, serían una pura ejecución involuntaria, un goce estético total, casi natural de la pura afectación de sus actos. Porque para ellos todo es pura afectación, o más bien método. Método para cortejar a la amada, método para pedir una línea bancaria, método para preparar croissant con cafecitos. etc. En ese plano, ellos, y sólo ellos,  serían los verdaderos, únicos y posibles artistas. Esto no quiere decir que toda la historia esté desprovista de lógica, o que algún estudiante de arte sea menos artista que los artistas que propongo, pero lo esencial, y reprochable por parte del lector, es que no tenga cada personaje una psicología plenamente elaborada, un mínimo de consistencia esperable. O quizás no, quizás todos los rufianes sean clones, copias de un original inexistente, meros muñequitos que se mueven en el teatro del universo. Al fin y al cabo, son millonarios. Y artistas.
Pero me detengo en un punto central de esta disquisición: he pensado desarrollar algunas historias, y sigo sin desarrollar nada. Cómo me gustaría que algún lector le pusiera un título a la novelita de estos hipotéticos asesinos. Quizás ahí recién me animaría a escribir las primeras líneas.

25 de julio de 2010

El hijo de Leibniz

Sufría de un molesto dolor de encías. Como durante la noche mi perra ladraba, intentaba conciliar mi sueño escribiendo algo, cualquiera cosa. No importaba tanto el motivo como el mismo hecho de escribir. A veces se me aparecía en la cabeza la imagen de un colgado. Este colgado era un niñito que tenía una filmadora en su pecho. Por algún extraño mecanismo que desconozco, cuando dormía, soñaba con las películas que hacía el niñito. No lo había dicho, pero el niñito me lo imaginaba colgado del cuello, para no recaer en la estúpida tautología de decir: el niñito se había ahorcado porque tenía una soga en el cuello, amarrándose a un árbol. En mis sueños el niñito aún seguía vivo. La filmadora salía de su pecho. Este, "salía" quiere decir que tenía incrustada la cámara a su pecho. El dolor de encías persistía. Mi perra seguía ladrando y menos podía yo conciliar el sueño. Eso provocaba que mis labios se rajaran en dos, justo en el centro. ¿Tenía que ver el dolor de encías con las imágenes de mi cabeza? Nunca lo averigué bien. Después de escribir y de imaginar, soñé. A la mañana siguiente, decidí ponerme una filmadora en el pecho, sujeta con papel adhesivo, para a continuación ahorcarme en el árbol. No saben lo fabulosa que es la vista desde aquí.

8 de junio de 2010

Putero, indómito, loco, sádico, homosexual, pedante, hermético, borracho, profeta, lunático....

http://www.novelachobart.blogspot.com/

3 de mayo de 2010

Apuntes sobre una historia robada


Hubo una época, ya olvidada por la mayoría, en que apareció una extraña secta que comenzó a acaparar a muchos fieles. Utilizando las ceremonias y las doctrinas de los derviches, combinaban esta estética con la antigua religión que reinó en el Ganges. Se denominaban La Serpiente. Se especuló que se trataba de un grupo económico que buscaba -como todo grupúsculo megalómano- instalarse en las cúpulas del poder, y desde ahí imponer su nuevo régimen. En los enormes y gastados muros de la hemeroteca pública, se podían consignar cientos de revistas y boletines pseudocientíficos que estaban catalogados bajo la pretenciosa y algo humorística etiqueta de “Conspiraciones”. El periodismo de ese entonces nutría sus páginas con estas supuestas conspiraciones secretas que surgían en todas partes del mundo, señalando que algunas eran tan antiguas que se remontaban a la primera época cristiana. Vladimir Von Himelzark, teólogo, asustado ante la avalancha especulativa que generaba opiniones encontradas entre la gente, citó a un antiguo místico sufí, Ibn Arabí, el cual decía que el ser humano tenía que abrirse a todas las experiencias posibles, para poder ser hombre y no quedarse en el intento. Von Himelzark había sido invitado a un programa televisivo de baja sintonía, pero él sabía que aún así tendría a un público cautivo de sus palabras. Y lo que vendría a continuación, recorrería la vuelta al mundo.
De una bolsa de papel oscura, Vladimir sacó una cabeza humana. El entrevistador pegó un acrobático salto hacia atrás, un salto poco televisivo, pero que ante la descabellada situación se justificaba. El teólogo se levantó de su asiento, y dijo: “acá cómo ven, una persona que quiso abrir su cabeza a todas las posibilidades que nos entrega el mundo, pero un rayo cayó del cielo y lo fulminó en el instante. No crean nada de lo que les dicen, y jamás vayan a rezar por un Dios que cortó los cables a tierra hace muchos siglos. Estamos creados a imagen y semejanza de Satanás…” Pero antes de que terminara sus palabras la señal se cortó.

De lo que ocurrió detrás de las cámaras mucho se ha escrito y comentado. Algunos dicen que el teólogo escupió una sustancia morada y muy ácida de su boca que llegó corroer el piso. Otros, que se desvaneció bajo una cortina de humo. No falta quienes atestiguan haber estado ahí y desmienten estas versiones. Dicen que el teólogo se había parado en las manos y pronunció unas palabras ininteligibles. Luego sacó una rosa negra de su bolsillo, se la tragó, y se apagaron las luces del estudio. Lo único que cierto es que cabeza y teólogo desaparecieron de la faz de la tierra. La policía estuvo analizando fotograma por fotograma la grabación, rastreando de manera detallada con un poderoso zoom digital todo lo que se grabó antes del corte de transmisión. Se determinó que la cabeza era real en un 90% y el 10% de utilería. Pertenecía a un hombre de unos veinticinco años, pero sus rasgos faciales coincidieron con más de ochenta en la base de datos. Fueron ubicado setenta y ocho, todos vivos. Uno se había ido del país hace muchos años y ahora trabajaba en una empresa de lácteos alrededor del mundo. El otro había muerto hace más de cinco años. Se dictaminó exhumar su cadáver. Cuando abrieron el ataúd, se dieron cuenta que su cabeza había sido cercenada. El sepulturero que estaba junto a la diligencia, se persignó y rezó tres padres nuestros, para que el difunto obtuviera nuevamente la paz, argumentó. El joven había muerto por una sobredosis de aerosoles, y según el parte médico, tenía un tratamiento contra la adicción que venía desde sus trece años años, cuando aún estaba en la escuela y había abandonado hace poco la tierna infancia.

Cuando los niños se negaban a comer la comida, las madres lo asustaban con el teólogo de la televisión. Les decían que les cortaría la cabeza y se los llevaría al infierno. Una banda de heavy metal le dedicó un disco a su nombre, que se tituló Headbanger Addiction. En la portada aparecía un intrincado dibujo lleno de símbolos y alusiones diabólicas. En el centro, la imagen del teólogo junto a la cabeza. El disco no vendió muchas copias, pero varios de sus singles sonaron durante más de un año en las radios, y fueron ampliamente pirateados en la web.

Las palabras del teólogo, sin embargo, tuvieron su esperado eco en un montón de especialistas de todas las áreas. Entrevistaron a Ernesto Verdenegro, sociólogo de la Universidad del Estado, de bajo perfil hasta ese entonces, que trató de explicar el fenómeno bajo la lógica del delirio. Dijo que la cantidad de información y de imágenes que rondaba en torno a la desaparición del teólogo auguraba una nueva era, la era de la simulación y de la alucinación colectiva pero con todos los soportes técnicos a su disposición. Se explayó en su idea, indicando que antiguamente, en los inicios remotos del hombre, se había creado una casta sacerdotal arquetípica para ejercer un control mental sobre la tribu. Por medio de ungüentos, música hipnótica, pequeñas bombas de humo, y un largo instrumental más, generaban una realidad llena de efectos especiales, como diríamos actualmente. La casta desarrolló a su vez la medicina, para darle mayor espectacularidad a sus intervenciones, y justificarse ante la tribu y a los gobernantes. Se hablaba de fuerzas cósmicas que dominaban al mundo y que podían ser controladas mediante la oración, de seres de ultratumba que eran capaces de controlar las mentes de los más débiles y enfermos. En un momento del discurso, el sociólogo empezó a tiritar y a tartamudear. El tono de la voz le cambió por uno más profundo. Le salió espuma por la boca. Luego se desmayó y cayó suelo. Un equipo de paramédicos lo atendieron en el acto. El sociólogo trataba de incorporarse pero unos fuertes sacudones lo lanzaban con violencia hacia atrás. Empezó a patalear y a agitar los brazos. Su cabeza rebotó tres veces contra el piso flotante del estudio, pero por suerte le pusieron un cojín en la base de la nuca y lo amordazaron fuertemente de la mandíbula, para que no se mordiera. Todo eso pasó en la tanda de comerciales. Pasados sus dos minutos, el sociólogo se quedó inmóvil y luego se levantó, ordenándose la ropa y peinándose los cabellos. Dijo que no era un vulgar ataque de epilepsia lo ocurrido, si no algo más complejo de describir. Bebió un vaso de agua que le ofreció el productor y se retiró pensativo del estudio televisivo. Al día siguiente apareció en las portadas de los diarios más sensacionalistas.

Otro relato, que no tuvo ninguna repercusión mediática, pero que sí coincide mucho con éste, comenzó a desarrollarse en las fauces de una novela aún no escrita, ni siquiera pensada.

29 de marzo de 2010

La dictadura científica acaba de empezar



Todo el mundo sale de su mamá
Menos ciertos clones y la progenie asexual
Los Nazis no perdieron la guerra (x2)
Sólo se mudaron de Europa para América
Y el tío Sam los acaparó, les dio trabajo y los animó
Pa que siguieran ingeniando como moderarnos.
Quieren convertirte en enemigo de la tierra (x2)
Hermana mayor será la naturaleza
Salven el planeta y el humano pa la mierda
¡No! ¡Sí! ¡No! ¡Sí!
Total corporativismo
Apócrifo terrorismo
Risueño pos-moderno neofascismo
En un gentil totalitarismo
Atropellos, grandes mentiras
Un mundo de crimen y unas cuantas enigmas
Esa es la orden del día
¡Hécate, Diana y la virgen María! (x2)
y el hombre ácrata y el hombre ingenuo
serán devorados por el orden posmoderno
yo no sé ques verdad pero sé ques mentira
esta cárcel ubicua es una falacia maligna
mitad animal mitad extraterrestre
somos simios con ADN demente
simios con ADN demente
híbridos con potencial emergente
no le tengas miedo a las serpientes
sé tú mismo y usa tu mente
globalización, homogenización,
para un mejor control
miedo demagogos con propaganda
¿Deseas esas papas agrandadas?
¿No te gusta algo hasta que ves su marca?
¿No crees en Dios pero sí en la ciencia pagana?
No debe haber ayuda para el hijo de la viuda
Por monopolizar las verdades ocultas
Nació con la ilustración
Creció con mucha revolución
Y ahora vemos la revelación
De cómo emprende su sujeción
Con su reinado de fausta opresión
La perspectiva de Russell ya es realidad.
La dictadura científica acaba de empezar (x3)
La dictadura final se acaba de instaurar.

Gobierno mundial, reducción poblacional
Nuevo orden mundial, nueva era feudal
Tú no causas el calentamiento global,
Que tú no causa el calentamiento global
Porque es un proceso natural
A causa de actividad solar
No me cobren por exhalar
No me maten por respirar
Facebook es tu carpeta digital
Dile adiós a tu privacidad
Cámaras aquí, cámaras allá
Cámaras alante cámaras atrás
Amenazas confabuladas
Pandemias orquestadas
Desastres no tan naturales (HAARP)
En mercados artificiales
¡invasión extraterrestre!
El futuro no será como el presente
Pues habrán nuevos cuentos sin precedentes
En un planeta con naciones impotentes
Club de Roma, comisión trilateral
El fondo monetario internacional
Chatman House y el CFR
El Banco Mundial y la Reserva Federal
Bilderberg y las Naciones Unidas
A todos les encantan las ideas globalistas
Unión Europea, unión Africana
Unión del pacífico, unión americana (¡Wu!)
En el norte como en el sur
NAFTA en esteroides y el UNASUR
Se está consolidando tu esclavitud
Tecno-vasallaje pa la multitud
Todo será instantáneo no habrá lentitud
Sólo un mundo feliz y una raza sin virtud
Estás abdicando a tu libertad
A cambio de idioteces y subsistencia digital
A cambio de miedo en un régimen mundial
A cambio ‘e mercancías y singularidad
A cambio de abulia en una nueva sociedad
La dictadura científica acaba de empezar (x2)
La sociedad pos-industrial acaba de cambiar

Falacias neo-maltusianas
En tecnocracias infrahumanas
La ciencia con su idiosincrasia
Hará de ti una especie exacta
Con el pragmatismo, transhumanismo
El fanatismo del ambientalismo
Darwinismo, fetichismos
Fármacos y consumismo
Ciencia sin amor es una anatema demoníaca
Sexo sin amor es una anatema demoníaca
Nuestro paraíso está llenándose de caca
Despierta ahora o permuta con la masa
Porque los demonios sí existen
Son bien listos y son reptiles
Tienen puertas y no es un chiste
El querer saber aún persiste
Al-Quaeda es la CIA
Ver un unicornio es como ver un terrorista (¿qué?)
Ver un unicornio es como ver un terrorista (¿qué?)
Pronto, todos, seremos terroristas
Embrutecimiento sistemático
Pa que consumas como un maniático
Igual de reemplazable que un neumático
Estoy rodeado de lunáticos
No eres un ser independiente
Ya no eres un ser independiente
Sino eres un recurso humano
Desde que estás en primer grado
Porque la escuela no es para educar
Es para transmutar tu identidad
Para manipular tu individualidad
Para condicionar tu realidad
Y para purgar tu originalidad
Pa que seas un peonsito más
Masificación de la instrucción
Juventud en una línea de producción
Destruye tu televisor (x2)
Tú eres más que un consumidor
Levántate y bótate el control
Jueces puercos profesores
Padres curas dictadores
Paradigmas opresores
Extraterrestres manipuladores
Ilotas trabajadores
Chips en tus interiores
De derecha o de izquierda
Moderado o de extrema
Todo es la misma mierda (x2)
Socialismo o neoliberalismo
Comunismo o capitalismo
En fin son elites haciendo lo mismo
Usando la ciencia en nombre de un ismo
Para enristrarte por los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos de los siglos
La dictadura científica acaba de empezar (x4)

9 de marzo de 2010

Papiroflexia (ejercicio sobre un pedazo de papel)



El registro de la locura
los mundos que se desincronizan de manera bestial,
alargas tus manos y palpas de cerca la realidad, una bola fragmentada por anillos espectrales
la rosa multifacética multiplicándose en el laberinto.
Al año de tu locura
enclaustrado largamente en esas soledades de humo, alcohol y veronal
tu mirada de niño se prende en llamas;
vas pariendo mundos a una velocidad inusitada.
Borracho, drogadicto, en los posos del café se lee el destino de los hombres
figuras retorcidas que cobran vida al interior de las explosiones cósmicas que registra incesantemente tu cerebro.
Tu aliento
como un terrible coro de ángeles que viajan a la velocidad de la luz
se crispan hacia adentro,
con toda la desmesura de la suplantación de identidades,
tarjetas bancarias quemadas, planetas fantasmales habitados por monstruos,
cosmonáufragos a la deriva, androides emulando humanos, ojos vibrando bajo la sombra, un aturdidor rayo láser atravesando cabezas, abriendo manantiales de fuego que recubren las epidérmicas capas de la realidad, un zigzag especulando con los vértices del número dorado.

La realidad, la realidad
la entelequia Única e indivisible
labrada por las manos de un autómata perfecto
la alucinación de una mente psicótica
vibrando en ondas celestiales y divinas
curvando el espacio en espirales radioactivos
para transfigurar en polvo un pedazo de nada
la ceniza que se hace olvido
bajo la memoria de todos los hombres.

5 de febrero de 2010

Pierre Bayard, o el arte de la no-lectura


Siempre me ha gustado enfermarme, ojala de alguna dolencia que termine postrándome durante semanas en algún hospital público. No porque sienta un placer sadomasoquista en el hecho, sino porque libros como En busca del tiempo perdido, de Proust, o Umbral de Juan Emar, fueron concebidos para gente con piernas fracturadas, caderas rotas, tísicos, y toda una larga lista de patologías que nos inmovilizan, nos anclan en una cama. Es en esos momentos, de soledad absoluta, donde se tiene la libertad completa para que esas lecturas afloren. Sin embargo, la realidad suele ser cruel con nosotros, y por eso nos enfermamos tan poco, encontramos trabajo, nos casamos, tenemos hijos, etc.

En la farragosa y atenuante vida en que nos encontramos sumergidos, no nos queda otra que devorarnos los libros en esos arrebatos de soledad que nos ataca, aún sabiendo que en la biblioteca existen millones de libros que nos esperan con sus tapas cerradas, y hablo de los buenos libros, pues si contabilizáramos el total, sería como contar granos de arena en una playa.
Ante esa ansiedad de no-lecturas, Pierre Bayard expone una singular tesis. En su libro, Cómo hablar de los libros que no se han leído -título mordaz, más propio de un humorismo inglés que de uno francés-, Bayard se cuestiona el hecho de que en nuestra memoria, en nuestra biblioteca individual, existen un montón de baches, de lagunas mentales causadas por la desmemoria y/o la imposibilidad física o azarosa de conseguir libros fundamentales para nuestro espíritu tan culto, cautivo y cautivante de lecturas. Bayard toma esta premisa, pero da un paso más. Afirma que en un contexto académico, tales lagunas son imperdonables. La no-lectura de Hamlet para un profesor de literatura inglesa, es igual de devastadora que la no-lectura del Quijote, si se trata de un profesor de literatura hispánica.

Pero en este caso ¿a qué se refiere Bayard con la no-lectura? El asunto parte con la proposición lógica de que somos incapaces de retener la totalidad de un libro: la memoria actúa como una especie de fotocopia errónea, llena de jeroglíficos que luego son reinterpretados por nuestro consciente. Pierre Bayard traslada un concepto del psicoanálisis a este ámbito: los “recuerdos-pantalla”. Esto tiene que ver con ciertos recuerdos de nuestra infancia, que al ser tan dolorosos, nuestro inconciente incapaz de tolerar tales imágenes, suplanta con otro recuerdo al trauma, haciendo más tolerable nuestro porvenir. En el caso de la lectura, al no poder recordar cada fragmento del libro, creamos un “libro-pantalla”, una superposición general y bastante antojadiza del verdadero libro.

Sin embargo, el concepto de no-lectura no se limita a los libros olvidados, también existen las categorías de “libros hojeados” y “libros desconocidos”. Son tantos los libros que los cánones culturales (piénsese en el monstruoso Harold Bloom) empujan a leer, y es tan escaso el tiempo, que muchas veces debemos aplicar lecturas antojadizas, rápidas, para hacernos una idea general de un libro. También existen comentaristas que nos hablan sobre libros que jamás hemos escuchado hablar, ilustrándonos a veces en dos líneas, o con el mero título del libro en cuestión, de lo que podría tratarse tal obra. La no-lectura empuja entonces al lector a situarnos de manera imaginativa al interior de las páginas del libro hipotético, a recrearlo por medio de un par de líneas, o inclusive por la portada de libro.

Pierre Bayard, por cierto, no escribe un burdo manual para “hablar en público de libros que no se han leído”, sino que al contrario, toma como hecho fundamental que en todo ámbito de la vida humana reina una gran hipocresía –más aún en el mundo académico- por lo que la no-lectura no debe ser un escollo a la hora de hablar sobre aquellos libros no leídos, sino que nos insta a utilizar esta desventaja como un resorte imaginativo, que nos empuje a analizar detalles, arcos temáticos o personajes inexistentes, que sólo son capaces de existir gracias a la actividad creativa de los interlocutores.

Cada capítulo del libro contiene un ejemplo literario, que es examinado como si se tratara de hechos reales. Así, tenemos el secreto de la abadía y el libro maldito, en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, las delirantes aventuras de un escritor de best-sellers que es confundido con otro más selecto, en El tercer hombre, de Graham Greene, o el caso de un cerrado grupo de críticos y editores que publican y critican sin la necesidad de leerse los libros, en Las ilusiones perdidas, de Balzac.

Este libro es una exquisitez, tanto por su humor ácido y refinado, propio de un Oscar Wilde disparando a quemarropa (el cual también es mencionado en la obra) como por su sentido lúdico de la literatura, que podríamos encontrarlo en otro epígono francés: George Perec. Una vez terminada la lectura de la obra, de seguro que quedará discurseando en nuestras cabezas eso que siempre supimos referente a la conversación en torno a los libros, pero que nunca tuvimos la posibilidad de leerlo en un trabajo dedicado íntegramente al tema.

12 de enero de 2010

Vivir para morir- Aviador Dro (conmemoración 30 años!)






Ya está
Deja de pensar
Deja de dar vueltas sin parar
Si no podrías enloquecer:
Has sido preparado desde la niñez.
Esta es la unica verdad
La escuela te enseña a no rechistar
A obedecer
A ser uno mas
A mandar al cuerno tu oportunidad

Luego el ejército te hace un hombre
Un numero en vez de un nombre
Sigue a tu líder bota a tu amigo
Nunca sabrás por qué que has elegido
Ahora estás listo para trabajar
Rendir ,producir y luego acabar
Sentado en un banco del parque
Pensando quién eres
en dónde fallaste.

Vivir para morir

Entra en la mina de carbón
Ahora sabes lo que es traición
Quizás saliste o quizas te quedaste
No recuerdas ni como empezaste:
Estudiando fuiste un campeón
Y luego en tu empresa no tienes rival
Despiadado y sin corazón
Mejor un ascenso que una amistad

Ya estás bajo su control
Nómina strees y competición
Es la carrera de la rata
Asi tu vida es barata
Asi les sales a cuenta
Desde los quince hasta los setenta
Serás el "chico 90"
Pagaras el impuesto de la renta

Vivir para morir

2 de enero de 2010

El sol se apagó y apareció Dios

No sé de qué tratará este post. Cuando lo termine y lo relea, tendré una idea, por muy vaga que sea. Entonces, empezemos: Por lo general, las personas les gusta ser de "una sola línea", es decir, que el papel que interpretan varíe muy poco con las circunstancias. Hablo de seres convencionales, racionales, católicos por lo demás, y muy supersticiosos. Me refiero al chileno promedio. Cuando estos humanos se emborrachan no es que se deshiniban, que abran las trancas de sus puertas cerradas, sino que simplemente se les olvida interpretar el papel. Es una cosa de memoria, neuronal. Pero, ¿de donde viene esta personalidad que cada uno tiene? Un típico devoto de Dios, que le designa todo el devenir del universo al Gran Demiurgo, cree que el papel se le ha dado el mismísmo Señor, o que las circunstancias azarosas de la vida le entregó las pautas necesarias. Raro, eso huele a esquizofrénico, es decir, que un cristiano por ejemplo, hable de que Dios todo lo ve, todo lo sabe y todo lo maneja, pero que a la vez existe una porción de azar en la realidad. ¿En qué quedamos?
De todas formas, me parece un poco inútil discutir la existencia o no existencia del Ser Supremo, y si es que existe, discutir cuales son sus cualidades ontológicas. Y como es una discusión inútil, me parece un tema entusiasmante que se debe cultivar con gente lectora y atea, porque casi siempre los que menos saben de religión son los devotos. Aunque ahora que lo pienso, está de moda decir "soy agnóstico" o "ateo". Me parece tan facilista como decir: "soy evangélico", "soy cristiano". La próxima vez que me pregunten qué postura religiosa tengo, estrangularé a esa persona, aunque sea en su propia casa o en un paseo público. A continuación voy a tomar el cadáver y lo lanzaré desnudo por el río Mapocho, para terminar después bebiendo en algún bar (si el horario lo permite) o acostarme en algún banco de alguna plaza cercana.
Es entrenido hablar de religión, sobre todo con fanáticos. Digo, hablar el tema con altura de miras. Esas inútiles discusiones guardan tras sus roñosas páginas una estética de oro, pura. Yo pienso a la religión como un subgénero de la literatura fantástica. De hecho, siempre fue así. A los antiguos locos genios que redactaron los primeros libros sagrados se habrán ganado la vida haciendo toda esta literatura, para que otros, más locos y poderosos que ellos, lo tomaran todo al pie de la letra. Es como que Valis de Philp Dick, es decir, no el libro completo, sino el apéndice del final, se tomara al pie de la letra, y se organizara un culto alrededor de estas ideas. En fin, iba a hablar sobre Alfred Hitchcock pero me aburrí y salí con esta payasada. Para la otra será.