4 de abril de 2011

Imagen (parte II)


¿En qué momento ingresaron a la palestra narrativa los hombres con sombreros bien calados? Bien calados en un sentido más arquetípico que real, pues no deja de ser un hecho de que "aquellos" pueden vestir como la moda lo promueva. Cuando en una novela aparece un muerto ¿qué hacer? Y cuando aparecen dos muertos y tres, así en lo sucesivo, ¿es una suma de quehaceres? No. No lo parece en una primera instancia. La muerte  puede sobrevenir ya sea de manera natural, como en una novela anciana, o por asesinato (mucho más escalofriante), como en una novela pascal. La acumulación de asesinatos no debería llevarnos a pensar apresuradamente en una tragedia o en un hecatombe. La realidad se encarga de parir más muertos que vivos. Lea el noticiario y contabilice sólo a los cadáveres noticiados. En un día aparecen más muertos que en cualquier novela leída. En mi primera novela (la primera pública, hay otras tantas impúblicas), El Secuestro, tanto como la que vendrá, La Secuencia Chobart , me dispuse la tarea nada grata de repartir cadáveres por toda la mesa. Por doquier. Cada tantas páginas, ¡pum! un muertito. Eran novelas disfrazadas de Chandler, pero que formaban imágenes muy distintas a las sugeridas. Había que poner un policía, alguien que se hiciera cargo de los crímenes en cuanto papeleo, nada de lloriquear, eso está claro. Me tentó la idea de dejar a los cadáveres abandonados, pero eso le confería a los libros un toque bélico o surreal que no buscaba. Había que jugársela por un híperrealismo que desbordara a la realidad. Porque cuando en literatura no hay desborde, no hay literatura. O mejor dicho, la hay, pero corrupta, del siglo XIX.

En mi primer libro puse a muchos policías, o uno solo en un espejo de laberintos. En el segundo, en la Secuencia, tenía que ser el choque entre dos mentes, al clásico estilo noir. La mente criminal y la mente del policía pensando como criminal. O la mente del criminal y la mente del policía pensando como el policía. Podían darse aquellas variantes, sin forzar ni recurrir al elipsis fácil. Entonces, la imagen que se formó fue la imaginación de charcos de sangre recorriendo temblorosamente, página a página.