15 de septiembre de 2011

La flor pánica

Anoche venía caminando,
y sin darme cuenta entré a un fundo
bien viejo
lleno de fantasmas
(decían que ahí habitaban).

Unos perros comenzaron a ladrarme
y fueron dibujando en la ceniza un puñal
donde se tatuaba el nombre del difunto.
Se reía, detrás de mí, recortando cada paso;
mi sombra entró en cadencia;
los pasos magullaron y tosieron
como cadenas llenas de grilletes
que restellaban a cada cedazo
dado por las uvas macilentas.
De las sombras manaban sombras
y a ellas me fui dando
hasta opacarme
en un vendaval de abluciones
que limpiaban mis hombros, mis talones.

-Soy el que no está
el que sigue morando entre las parras
el que obedece el dictado del finado- dijo la figura.

Agarré la hoja escrita y la quemé;
atrás el fantasma se deshizo
constreñido
muerto en la letra muerta.

Respiré.