8 de febrero de 2011

Fragmento de Hamelín




Me desperté aturdido. Como salido de una pesadilla concéntrica… no sé cómo explicarlo bien. Tengo la leve sensación de que estuve saltando de pesadilla en pesadilla, cada una más corta que la anterior, pero más fulgurante y terrible a medida que iba entrando en esos pantanosos terrenos de mi propia mente. Por un momento tuve la leve sensación de estar escribiendo el sueño de alguna señorita que juega a trazar palabras sobre bordes de madera. Mi amigo Paolo Dimitri, un eterno estudiante de derecho, me hablaba sobre la remota posibilidad de que todos nosotros podíamos estar metidos en un mundo soñado. Afirmaba su hipótesis en el hecho de que uno es capaz de soñar a personas totalmente desconocidas por nosotros. Supongamos que estamos en la estación de un metro, repleto de personas conocidas o desconocidas. ¿Quién podrá negarnos que aquellos que aparecen en esos pasajes no tienen su propia conciencia, su manera de ser en el mundo? Por otra parte, es casi imposible estar totalmente conscientes de que nos encontramos atravesando constantemente entre los umbrales de la vigilia y el sueño, conducidos casi de forma automática por ciudades o potreros chamuscados. Mi amigo Paolo repetía a menudo que él aspiraba a buscar una súperconciencia que lo condujera libremente alrededor del mundo que iba siendo trazado en su mente, cuando dormía. Hasta que desapareció, se fue para siempre en el sueño eterno.

Ahora, había una segunda cuestión que me parecía más intrigante y sospechosa. ¿Por qué estamos tan seguros de que nuestra mente, nuestro inconsciente (si es que tal cosa existe) efectivamente va recreando ese mundo soñado, que muchas veces puede ser más real o irreal que el mundo verdadero? A veces creo que una inteligencia ciega, divina, está tanteando sus primeros pasos en un mundo que está por venir, una entidad secreta de la cual no tenemos noticias, y que está valiéndose de nuestros cerebros cuando duermen, para poder fabricar un mundo paralelo al nuestro. No obstante, a veces tengo una impresión de que estamos viviendo en un extraño simulacro de un mundo verdadero, que ya se fue, que ya no está.

Todas esas cosas consideraba en mi mente, tratando de recordar vanamente lo que me había ocurrido. Lo cierto es que me desperté de mi cuarto. Lo cierto es que no seguía soñando, pues estas páginas lo atestiguan. Y si fuera todo un sueño más dentro de otro, estas páginas se habrán borrado, y nadie podrá leerlas. Pero si no estuviera yo en algún mundo en el cual puedan leerse estas páginas ¿qué ocurriría? Yo quería hacer un experimento. Quería soñar y dejar algún objeto importante antes de despertar. Algo que no llamara mucho la atención pero que tampoco fuera totalmente olvidable. Un vaso, una mesa, una silla, podían confundirse con los cientos de objetos que aparecen y pueblan las regiones del mundo soñado. Sin embargo, si tomaba un vaso y le trazaba una línea con un marcador negro, todo podía ser distinto. Mi plan era soñar y marcar un objeto, para luego ver si en mi segunda venida al mundo soñado estaría nuevamente marcado.

(Novela planeada para el 2012)