31 de marzo de 2011

Imagen (parte I)


Imaginé una gran novela. Una novela urdida desde otro tiempo, desde otro mundo. Ahí adentro la realidad se transfiguraba. Los héroes eran derrotados mucho antes del prólogo, cuando no se cristalizaba la primera palabra. La primera palabra de la novela era imaginada sobre un concepto real. La primera palabra de la novela, por ende, no aparecía en ningún diccionario. Imaginé entonces que su escritura abarcaría mi vida completa, y aún seguiría escribiéndose tras mi muerte. Una obra no infinita, sino eterna. Los lazos imaginarios revelaban para el lector intersticios de su propia biografía. Tenía que ser de ese modo, o no tendría valor escritural la gran novela urdida. Por ello, la novela tendría que abarcar miles de formas; probar múltiples esquemas. Imaginé la manera de llevarlo a cabo. Volqué mis días en esa ingrata tarea. Lo primero era borrarme, automorfosearme en otro, borrar una superficie pero mantener su centro. Así, imaginé la palabra Rumel, que quiere decir desde siempre, eternamente, como es el universo. Y Pablo, que quiere decir pequeño. Entonces el nombre sería una pequeña eternidad. El otro, nombre con el cual me registraron en una roñosa oficina de San Bernardo, quedó atrapado en un tiempo que ya fue, que no me pertenece. De él guardo sus recuerdos y alguna de sus facciones. (En un saco imaginario apilo sus penas, que ahora sirven como pequeños juguetes que disparan tramas en múltiples direcciones). Él, el otro, desapareció por un requerimiento propio que le exigió la Gran Circunstancia. No se culpan a los otros de aquel deceso, ni aún a él mismo, que tuvo la valentía de llevar a cabo su propio deceso, su transformación. Lo acá referido puede resultar algo oscuro para algún lector que me reconozca, pero no se puede arrojar mucha luz sobre un hecho tan propio y reciente. Si hubiera más luz, el papel quedaría cegado y quemado, no pudiendo revelar su verdadera escritura. Hay que proceder por intermitencias de luz.

Yo me imagino todas estas cosas. Y las voy fijando en papeles o en música o en imágenes en movimiento. Imaginar, por lo demás, no quiere decir soñar, pero se emparentan. Cuando se sueña, se imagina en el sueño. Cuando se imagina, se sueña en la vigilia. Todo lo imaginado es real y ocurre, no neceseriamente en este mundo, pero sí en el universo. Lo imaginado es potencia en el futuro y misterio en el pasado, porque lo imaginado ya no puede ser presente.