12 de abril de 2011

Imagen (parte III)

¿Pasa algo distinto del resto de los humanos en la cabeza de quién crea? Sí. Y no. No, porque el mero hecho de crear algo, más aún si es dado por la contingencia, para la fama, por el dinero, o cualquiera sea el móvil que sustente el acto creativo, la mente tiende a establecer patrones y cánones con lo existente. Va más a lo imitativo que a lo imaginativo. Pero cuando el móvil de un acto creativo no es ninguno, entonces deviene la obra maestra. El artista entonces, debería ser capaz de ejecutar una obra que pueda estar hecha para no ser leída, o para ser quemada, o no dada a la imprenta. Libros puestos en frigoríficos. De la conjunción de la obra instantánea, hecha para no perdurar, de sus cenizas, tendría que emerger la obra maestra, la que nos sobrevive. Toda obra maestra es de carácter iniciático. No para cualquiera. Entonces, hilando con la primera interrogante que abre esta página, en la cabeza del creador auténtico pasa algo así como un estallido de imágenes, una sucesión de lugares y rostros y personas que nunca hemos visto, quizás hemos atisbado en sueños o en otras narraciones, pero que ahora, recién ahora, se presentan con toda su realidad y nos exhortan a que los narremos. A ser dados desde ese otro mundo a este. 

Aquellos que logren ese extraño estado de vigilia y de sueño entremezclados, tendran la llave, el númen, el propio tractatus para no aburrirse nunca más en este mundo.