16 de septiembre de 2009

Teoría de la Novela

Yo antes tenía una Novela. De ella recuerdo algunas vagas impresiones. La manera en que sus párrafos se intercalaban, algunos adjetivos tendenciosos que se repetían, su peculiar manera de abrir y cerrar capítulos, su retórica a prueba de balas. Con el transcurrir de las páginas, sus personajes parecían no volver, algo se los iba tragando, o simplemente eran reemplazados por nuevas marionetas que respondían tímidamente a sus rasgos. Los personajes fueron suplantados por la Novela. En ella había una peruana que usaba implantes ortópedicos, tanto en sus brazos como en sus piernas. Físicamente no era bella, pero sus ocurrencias me deslumbraban. Era estudiante de pedagogía en castellano, y en sus ojos se leían una verdad oculta a la mirada del resto. También había un personaje adorable, un estudiante de medicina que le gustaba jugar al fútbol en los cementerios, con una calavera en vez de un balón. El mundo se acababa, pero todos dentro de la Novela lo afrontaban con una dignigidad memorable; nada de llantos histéricos, ni de consolaciones religiosas, ni de orgías.
Pero la Novela me engañaba, haciéndome creer con una pretenciosa ilusión, que adentro corrían como bravos huracanes los acontecimientos. No está de más decir que los acontecimientos eran mujeres. Las mujeres, por lo tanto, fueron brotando de sus páginas como heridas o cuchilladas brillando en la oscuridad. En una extraña nota al pie, la Novela afirmaba ser la copia número 365 de otra Novela, mucho más perfecta y armoniosa y legible.
En aquellos años yo era una letra de la Novela que aspiraba a ser personaje.
Luego la Novela desapareció de mi biblioteca. Desde entonces, intento secretamente recuperarla por medio de mis escritos, que no son otra cosa que meros simulacros de un Simulacro Mayor. En ello se me va la vida.