11 de septiembre de 2009

Si tuviera que escribir a mano

Recuerdo que partí escribiendo a los siete años, en una vieja máquina de escribir Smith-Corona. Más que escribir cosas mías, transcribía algunas líneas de los Papeluchos que leía, o de los suplementos deportivos de la Nación. Me gustaba ver cómo iban apareciendo las letras en el papel, oír el sonido de las teclas, hundir mis dedos en la máquina me hacía sentir como una especie de alquimista, que transformaba en letras fragmentos de libros ajenos.
Recién a los doce años empecé a escribir mis propias cosas. La máquina de escribir se había averiado, por lo cual mi abuelo me compró una Olivetti más moderna. Por aquella época, estaba yo alucinando con los clásicos (Verne, Salgari, Dickens, Stevenson), de la biblioteca familiar. Por supuesto, nunca tuve la biblioteca de Borges, con todos los libros escritos en su lengua original. Era una biblioteca modesta la mía, pero que tuvo la gracia de iluminarme en mis primeros años de lector. Por esos doce años, me había leído la trilogía completa del Señor de los Anillos, y uno que otro cuento de Lovecraft. Sin saber nada de política, escribía historias de condes que buscaban la sangre de doncellas vírgenes, de reyes malígnos que secuestraban a pueblos enteros y que envenenaban los ríos, de caballeros que renegaban de su juramento y se había ido hacia el lado de la oscuridad. Todo lo hacía a mano, en un cuaderno Mistral de preferencia. En aquellos años había leído uno que otro poeta (Neruda, Huidobro, César Vallejo) pero la poesía me parecía algo demasiado cursi o inentendible, lejana es el término más exacto.
Pero a los quince, revisando los anaqueles de la biblioteca de mi colegio, di con Poemas para combatir la calvicie, una antología de Nicarnor Parra. Eso era la poesía, eso era lo que tenía que escribir, pensé. Me inventé una amante imaginaria (siguendo el juego del hombre imaginario) y le escribía poemas que no eran nada imaginarios, digo, eran brutales y sarcásticos, por no decir toscos y de mal gusto. Pero eran mis poemas, y los ocultaba bajo siete llaves, para que nadie más que yo lo léyese, pues en el fondo intuía que debía pulirlos mucho más.
Cada ocurrencia la anotaba en un gastado cuaderno Torres de tapas oscuras. Eran cuadernos feos, sin duda, pero no me importaba. A los dieciocho años, las computadoras ya habían ingresado a la realidad. Mi vieja máquina de escribir descansaba moribunda en un rincón de mi closet, con el rodillo desgastado. Al comienzo, sentía el word como una extensión de una máquina de escribir, pero no, era otra cosa. No tenía ese aire solemne del escritor que en una pieza mal iluminada, vestido de funcionario público, intenta desentrañar el mundo. El word era más bien como un escritor dentro de una novela de ciencia-ficción, que ya ha perdido el gusto por el papel y el lápiz, rasgando y manchando una superficie sólida.
Han pasado los años, y siempre miro con algo de nostalgia a los lápices y a las hojas. Ya casi nadie se escribe cartas que no sean de manera digital. Hemos ido entrando a la velocidad de la luz a la era de la mediación tecnológica. A veces, he pensado hacer una falsificación. Escribir una novela en word, completamente, para luego traspasarla en una libreta moleskine. Falsificar la idea del manuscrito. Revalorizarlo por medio de una treta, pues tengo entendio que la fecha de creación de un archivo word no se puede adulterar, ¿pero una libretita? ¿Un papelito? Evidentemente que sí. Y el soporte de este manuscrito apócrifo, pero verdadero, sería una Moleskine. Desde hace mucho tiempo que quiero una Moleskine, para caminar entre las sombras con un abrigo largo y una pipa, sombrero verde oliva, y sentado, ponerme a escribir profundos pensamientos y curiosos aforismos, pero sólo hacer la performance de que lo hago, la idea es que la gente al pasar se pregunte: "¿qué hace ese señor tan solitario escribiendo?¿Estará loco?Debe ser un escritor, sin duda."
Anónimo y fantasmático lector. Hazme llegar una Moleskine, para este mes o para cuando sea. Verás cómo se me dispara la escritura en ese pequeño recuadrito forrado en cuero, o simplemente no se me ocurre anotar nada. Pero es muy probable que una palabra me salga disparada, y sin querer, termines herido.