24 de septiembre de 2009

Después del Terremoto

Después de la curadera bestial, atravesé el puente de la memoria, caminando hacia atrás, con un libro en las manos. El libro en el que llevaba mi nariz metida, se titulaba El día de la mandrágora. Su autor, Nilo Porvenir. Fuera de consignar esos datos, iba leyendo de atrás para adelante, para atraer como un imán los pedazos de múltiples mundos que rugían por existir. Adentro de sus páginas brotaban flores, valles, lagunas, crepúsculos, relojes, sombreros de copa, fantasmas, arrayanes, revólveres, clubes de fútbol, mujeres que de sus agujeros brotaba un vino milenario. Ahí adentro, los personajes se alborotaban para beber desesperadamente de estas hendiduras, que las mujeres exponían libres de todo pudor.

El libro llegó a mis manos gracias a Pablo León, que me confesó ser el transcriptor, el albacea literario de Nilo Porvenir. Con la urgencia de quienes precisan calmar la sed con un jarrón de cerveza, nos dirigimos a un pequeño tugurio, ubicado en un rincón de la Plaza de Armas. Cuando uno bebe y fuma, las ideas salen entrecortadas, o medio disparadas, abiertas y cerradas bajo el influjo de una digresión que se tropieza en cada jugada. No fue esta vez la excepción. Pero debíamos seguir bebiendo y conversando, variando la escenografía del acto, cambiar de espectadores, transfigurar al dramaturgo. Salimos del restorán. Un mendigo nos requisó el Zippo. Llegamos al pub Monja en llamas. De fondo tocaba Cazuela de Cóndor. Pablo me comentó que llevaba más de tres años habitando un mundo paralelo, del cual extraía la materia gris para sus relatos. ¿No se te hace confuso pasar entre varias realidades?, le pregunté. Me explicó que siempre había un pequeño desfase temporal cuando salía de Umbral (así se llamaba su mundo) y entraba al mundo en que cohabitamos todos, las almas que titilábamos con gestos y voces de ultratumba. Pero esos desfases se corregían con la voluntad de perseguir la sombra de los árboles, que eran los verdaderos señeros de esta vida, terminó Pablo, con su elegante explicación.

La tarde recién empezaba. Antes de abandonar el pub, escuché que Cazuela de Cóndor cantaba algo sobre un ataúd donde habitaba un monstruo, y advertía que no se debía abrir bajo ningún motivo. Horas más tarde, antes de la borrachera bestial y definitiva, llegamos al restorán céntrico La Pupila Dormida. Del encuentro tomé notas (incluso hice algunos dibujos), que más tarde transcribiré.