7 de septiembre de 2009

Flor de oro

Maori Pérez me dice/ que ha perdido a su amor y que la luna/pronto dejará de existir/engullida por un monstruo./Las veces en que salgo a caminar perdido/ con la elegancia del solitario/y en mi corazón se albergan las dudas y los relojes/inutilizados por su corta duración/ veo que aparece Maori Pérez como una sombra/vestido de santo o de fraile asesino/ y me dice que estamos frente a las últimas intermitencias de la realidad/que poco a poco ha sido abolida por la Mente./No sé qué pensar, pero me entrega un escrito/ dice:/las alas hacen a la bóveda/luego la impresión termina y me refugio/debajo de un gran árbol/hasta que la lluvia cesa./Leonia me dice que ella se salvará del apocalipsis/que un grupo secreto obra en silencia para salvar nuestras almas/y que Jesús aparecerá escupiendo fuego y llamaradas de sus ojos./ Cuando escucho esa palabras de Leonia, tomo un poco de polvo/y se lo lanzo a la cara/mientras sostengo firmemente mi cigarro./ Camilo Herrera/vestido de carabinero/ quiere escribir un libro conmigo/ sobre un hombre en silla de ruedas/y protegido por un guardespaldas nazi/ "como flores ácimas"/decía L, con toda su tranquilidad trágica y dionisiaca./Entonces caminé lentamente, más lentamente que la última vez que caminé lento/y me fui adentrando a una ciudad sin nombre,/con una sola moneda en mi bolsillo/ es la ciudad de los novelistas/me indicó un señor de levita y sombrero./Entré a un bar/que es lo que siempre hacen en las películas/los extraños en ciudades extrañas./Como en las películas,/los parroquianos me miraron de manera desconfiada/digo, casi de manera paranoica/ pedí una jarra de cerveza/y me fui tímidamente a un costado./Ahí adentro nadie hablaba,/ pero gesticulaban como frases/ y con gestos que dejaba entrever cierta erudición en lo dicho./ De golpe/ reconocí ahí adentro a Musil y a Walser/tremendamente envejecidos/melancólicos/ haciendo sombras chinas/ como dos viejos enternecedores/ sacados de una novela de Enrique Evil-Satan./Otra alucinación:/Vi a Leonia hablándome de las torturas físicas que sufriría en el infierno/ pero que aún no era tarde para mi conversión./No es esa mi versión/le respondí/y ya es tarde, es demasiado tarde./La visión se esfumó./Las luces se apagaron, y apareció Pablo Toro/desengañado, errado/ junto a su banda/ versionaron las canciones del Indio Solari/ y sentí que una frenética vibración me conmovía el sexo/las vísceras/las entrañas./ Sentí el irrefrenable deseo de tomar a una chica de la cintura/ y lanzarla de cabeza contra una mesa/pero en el bar sólo habían hombres/ y pensé en las largas jaranas de Donoso/ y lo que escribía Diego en su artículo/olvidándose que fue Symns el que desenmascaró al viejo/y al menor que se enculaba con todo el cariño/del mundo./ A esas alturas me di cuenta que del bar no se podía salir más/Pablo Toro sudaba a mares/cantaba algo sobre las mujeres más hermosas del mundo/y que no había flor más amarga/ que el rechazo absoluto./Me levanté, me hice un corte en el pecho/ y retiré mi corazón./Lo transformé en una cárcel de oro/en una cárcel diminuta/portátil/para encerrarme en ella y comenzar desde ahí/ a escribir esto que mi lector/mi cómplice amigo/descifra conmigo/codo/ a codo.