22 de octubre de 2009

El Escritor, II

El secreto terrible que ocultaba el escritor, se explicaba por la enferma odiosidad que sostenía con un individuo, con un pintor, para ser más exactos. Planeó su asesinato de una manera un tanto extraña.
Este pintor amaba a una serpiente con tanto ahínco, que por medio de la magia vudú enlazó su alma a la del ofidio. Parecerá algo fantástico, pero muchos vieron al pintor sacando de su boca una enorme lengua bífida, y una vez que la untaba en un frasco de óleo, la utilizaba como pincel para una serie de cuadros. Esto le confería a sus trabajos un aspecto inmejorable, con trazados que sólo el músculo de una lengua mutante podían lograr. La serie más celebreda por la crítica fue Esplendor y Cosmos, pinturas abstractas que representaban múltiples mandalas que convergían en todos los puntos del espacio, figuras geométricas recortándose en sus vértices, espirales emergiendo de fractales giratorios, estrellas y constelaciones contrayéndose en la galaxia, explosiones e implosiones de agujeros blancos y negros, etc.

El asunto es que el pintor comenzó a comportarse cada vez más como una serpiente. El animal totémico pasó a ser parte de su genética. Se le empezó a ver reptando en el piso, enguyendo ratones sin masticarlos, buscando siempre partes húmedas y frías, cambiando la piel como si fueran escamas. El pintor siempre andaba con su serpiente enrollada en el cuello, como si se tratara de una bufanda.

La serpiente, a la que consideraba su alma gemela, fue asesinada de manera psíquica por Pablo Rumel Espinoza. El acto no le demandó mucho esfuerzo físico, pero sí mental. La explicación puede ser un poco confusa, pero ocurrió de la siguiente manera: El escritor soñó (fue un sueño lúcido) al pintor y a su serpiente, y para completar su plan, tuvo que soñar a un cómplice. Pensó de buenas a primeras en generar a alguien con mucha fuerza física, a una especie de Sansón, sin embargo, se decantó por la astucia y el ingenio. Soñó entonces a una chica que lo ayudaría. La chica le explicó que la forma más sencilla de matar a una serpiente era utilizando un cebo y luego una pala. Pablo Rumel Espinoza, dudoso de la estratagema, le explicó que lo mejor sería tenderle una red para cazarla, y luego despedazarla a punta palos. No, le contestó ella, eso demoraría el triple de tiempo, tendrías que soñar durante un mes, tu cuerpo y tu mente no lo soportarían. Basta con que sueñes tres noches, le explicó, y resultará perfecto, como yo te digo, sentenció la muchacha.

Soñar una pala requería poco esfuero. Pero en el caso del cebo era un poco más complicado. Pablo Rumel Espinoza no sabía qué utilizar para la serpiente, aunque lo más evidente era soñar con un animalillo. Finalmente decidió soñar con un gato de color negro. No está de más decirlo, pero la serpiente del pintor se llamaba Chebart, y era una pitón, una constrictora amarillenta que medía casi un metro de largo. El gato negro, le dijo la chica del sueño, que además era tarotista e interpretaba los sueños de manera jungiana (arquetípica), simbolizaba a la burguesía que floreció en el siglo XIX y que la serpiente del pintor representaba la salud, la transformación y el infinito.

El asunto puede multiplicarse casi hasta el aburrimiento atroz. No estaría de más desviar la atención del lector y ponerme a relatar detalles nimios, o simplemente a desechar la historia y comenzar una nueva. Así podría encontrar a un hipotético lector Ideal. Pero no. ¿Para qué intentar ser experimental? Eso es algo ya viejo. Los caminos narrativos están vedados. Habrá que buscar puentes, otras conexiones. No repetir la novela decimonónica como consigna. No me desviaré más. Sigo.

Pablo Rumel Espinoza necesitaba soñar a una serpiente que fuera idéntica, aún en el más mínimo rasgo, a la del pintor. Esta parte del relato es demasiado larga de consignar. Habrá que esperar hasta una próxima entrega, para ver en qué finaliza todo esto. (Aunque sabemos de entrada que tanto el pintor como la serpiente murieron).