12 de octubre de 2009

Elegía a P.K.D

El registro de la locura, los mundos que se desincronizan de manera bestial, alargas tus manos y palpas de cerca la realidad, una bola fragmentada por anillos espectrales, la rosa multifacética multiplicándose en el laberinto. Al año de tu locura, enclaustrado largamente en esas soledades de humo, alcohol y veronal, tu mirada de niño se prende en llamas; vas pariendo mundos a una velocidad inusitada. Borracho, drogadicto, en los posos del café se lee el destino de los hombres, figuras retorcidas que cobran vida al interior de las explosiones cósmicas que registra incesantemente tu cerebro. Tu aliento, como un coro de ángeles terribles que viajan a la velocidad de la luz y se crispan hacia adentro, con todo la desmesura de la suplantación de identidades, tarjetas bancarias quemadas, planetas fantasmales habitados por monstruos, cosmonáufragos a la deriva galáctica, androides emulando humanos, ojos vibrando bajo la sombra, un aturdidor rayo láser atravesando cabezas, abriendo manantiales de fuego que recubren las epidérmicas capas de la realidad, un zigzag especulando con los vértices del número dorado. La realidad, la realidad, la entelequia Única e indivisible, labrada por las manos de un autómata perfecto, la alucinación de una mente psicótica, vibrando en las ondas celestiales y divinas, curvando el espacio en espirales radioactivos, para transfigurar en polvo un pedazo de nada, la ceniza que se hace olvido, bajo la memoria de los hombres.