21 de octubre de 2009

Los Ángeles hacen la Bóveda (esbozo de novela)

Y a partir de esa imagen, del fragmento de un sueño sonoro, salió la frase. Al día siguiente salí con mi perro a pasear. Un mendigo me imploraba una moneda. Puse una en su mano, y le pedí que la conservara como si fuera de oro. Luego la ciudad se destruyó, algo muy de film norteamericano o clase Z. Todos desaparecieron o mutaron en criaturas radioactivas ávidas de sangre. Acá viene una variación de una vieja fábula árabe. El mendigo se hizo anciano y recorrió todo el mundo, pero la moneda no le servía de nada. Bastaba con meterse a un supermarket para comer de todo. Se puso ropas elegantes, evidentemente. Un abrigo largo y negro, como de escritor de novelas negras. Pero algo más trascendental que un abrigo le faltaba. Quizás buscaba el amor, o mejor dicho, la insólita y perecedera compañía de los otros. Estaba solo, con su moneda afirmada en su bolsillo. No sabía leer, y había perdido casi el lenguaje humano. Pero cierto día divisó una ciudad amurallada, con cientos de luces de neón vibrando en el cielo. Loco de felicidad lanzó la moneda por un río y atravesó los grandes portones. Cuando llegó, se dio cuenta que en esa ciudad todo se podía comprar con una moneda, inclusive el amor de una mujer.