13 de agosto de 2010

He pensado desarrollar algunas historias...

... Pero no les encuentro los mecanismos necesarios para echarlas a correr. Por ejemplo, hace un tiempo vengo planeando una novelita sobre un grupo de sádicos millonarios que matan por placer. Uno, planea estrangular con un hilo de cocer a una costurera. Otro, bocetea en manidos papeles el asesinato de un nadador mediante envenenamiento por agua. Un tercer fanático (pueden ser tres, o cuatro, o un centenar de fanáticos, eso no importa por el momento) se rompe la cabeza tratando de que un actor porno se fracture el pene. Algún lector ingenuo creerá que estos métodos son fantásticos por la propia inverosimilitud de los enunciados, pero se dará cuenta, si hace las investigaciones pertinentes, que no son tan fantásticos. Son realistas. Pero, ¿para qué escribir realismo? Si ya hay tanto realismo en boga. Por cierto, el realismo es una invención que no tiene más de 150 años. La literatura siempre ha sido fantástica. Pero no quiero perder el hilo (de cocer) sobre esta historia que me gustaría desarrollar. 

Estos sádicos podrían provenir de la mejor clase acomodada; asaltarían bancos por gusto, irían a protestas "para mejores condiciones salariales a los trabajadores" por hobby, estarían inscritos en el Partido Comunista, por joder, y así, cada cosa de estos rufianes, de sus vidas, serían una pura ejecución involuntaria, un goce estético total, casi natural de la pura afectación de sus actos. Porque para ellos todo es pura afectación, o más bien método. Método para cortejar a la amada, método para pedir una línea bancaria, método para preparar croissant con cafecitos. etc. En ese plano, ellos, y sólo ellos,  serían los verdaderos, únicos y posibles artistas. Esto no quiere decir que toda la historia esté desprovista de lógica, o que algún estudiante de arte sea menos artista que los artistas que propongo, pero lo esencial, y reprochable por parte del lector, es que no tenga cada personaje una psicología plenamente elaborada, un mínimo de consistencia esperable. O quizás no, quizás todos los rufianes sean clones, copias de un original inexistente, meros muñequitos que se mueven en el teatro del universo. Al fin y al cabo, son millonarios. Y artistas.
Pero me detengo en un punto central de esta disquisición: he pensado desarrollar algunas historias, y sigo sin desarrollar nada. Cómo me gustaría que algún lector le pusiera un título a la novelita de estos hipotéticos asesinos. Quizás ahí recién me animaría a escribir las primeras líneas.