11 de enero de 2009

Bosquejo de una ciudad (Santiaguina)



La lluvia arreciaba. En las grises calles se sentía un aire empalagoso, capaz de perforar los poros y los pensamientos más secretos de los transeúntes. No faltaba mucho para el equinoccio, momento mágico en que se desataban todas las maquinaciones secretas contra la ciudad. Los helimóviles despegaban rápidamente de la superficie y se internaban en la laberíntica autopista, contrastando con rudeza eJustificar a ambos ladosvanescente el hollinado pavimento donde se desplazaban automáticamente los peatones. Los carteles de neón brillaban sobre sus patas, amartilladas fuertemente sobre los rascacielos de cristal, anunciando barbitúricos y productos de belleza pasados de moda. Para los habitantes de aquella ciudad, era común que cada dos o tres cuadras apareciera un grupo de asaltantes enloquecidos, portando máscaras antigases y chalecos blindados, para ser pronto barridos un par de metros más allá por los guardias robots, que sea dicho de paso, liquidaban sin misericordia (obviamente imposible pedir piedad a un ente programado) a los insurgentes con una destellante ráfaga de lásers. Unas cuadras más arriba, un grupo de bioterroristas lanzaban proclamas y arengas incendiarias, anunciando una nueva era anarquista y libre de la opresión del maquiavélico sistema. Las barricadas eran el primer síntoma de una enfermedad convulsiva, bravamente desintegrada por los agentes de la paz y el orden que ametrallaban desde una trinchera oblicua para aplacar a los subversivos. Los barrios rojos proliferaban como las ratas en los márgenes del centro cívico, lugares amparados por una ley perversa, donde además de comercializarse sexo, se traficaba de manera autorizada, órganos, drogas duras, videojuegos prohibidos y más reducidamente y aunque parezca extraño, novelas. Novelas en las cuales los héroes eran agentes corruptos del gobierno que coludidos con la mafia china destruían el corazón, el centro, de un gobierno terminal e inoperante, condenado a ser la sombra de una sombra, un respiro terminal conectado a un mugroso respirador artificial.

(Apuntes para una novela de ciencia-ficción)