9 de agosto de 2009

Algunas notas en torno a Herzog

La fijación absoluta por la locura. O mejor dicho, por ese gesto de desesperación y dignidad que conlleva la locura. Werner Herzog, registrando incesantemente con su cámara los excesos de la alucinación. Personajes delirantes que podrían llamarse Beethoveen, Van Gogh, Musil o Proust. Cuando la locura, la psicosis, la manía, no son un afán de destrucción o de asesinato. Más bien de autodestrucción con fines exacerbados. Místicos, o casi.

Lo que en su cine fija Herzog a lo largo de casi toda su carrera, tiene que ver con grandes proyectos que salvarán a la humanidad o a un grupo selecto de ella. Sus películas están plagadas de seres mesiánicos con ideas fabulosas, de hombres que jamás podrán ser juzgados bajo términos humanos. O mejor dicho, escrutados bajo los prismas sociales y sus condicionantes que actúan como norma implacable, a la hora de configurar la vida de un sujeto. La ecuación, sociedad+circunstancias=persona, no le interesa a Herzog. Hablamos de gente que en algún momento vislumbraron una realidad oculta, y le rompieron la nuca al destino. Gente que por un azar inexorable, o por una causalidad trágica, llegaron a rumbos insospechados, a lugares a los cuales jamás se pensó que llegarían.

Recortes, o sinopsis híper-resumidas de su cine: Fitzcarraldo, un empresario que trabaja con hielo, pero que su pasión incontenible es la ópera. Su meta, desde el Perú trasladar una ópera hasta las Amazonas. Aguirre, la ira de Dios, se conecta directamente con la película anterior, y tiene como telón de fondo el proceso de Conquista Española en América. El plan de Aguirre es encontrar El Dorado a toda costa, atravesando las zonas más peligrosas del río Amazonas, aún cuando ello le cueste su vida, y la de sus hombres. Nota no menor: Klaus Kinski actúo en ambas películas. Y Kinski tenías serias perturbaciones mentales. Cuentan que era tan sucio y grotesco como los personajes que interpretaba. Era básicamente un sociópata. Desaliñado, comiendo como animal en la mesa, adicto al sexo y a las relaciones esporádicas, eran los rasgos manifiestos de su personalidad. Cuentan que una vez Kinski intentó asesinar a Herzog en el plató, tras tener una acalorada discusión durante el rodaje de Cobra Verde, otra película que aborda el delirio de un portugués venido a menos, pero que gracias a ciertas influencias sociales logra partir al África para traficar con esclavos y formar su propio imperio (una película que guarda parentescos con Apocalypsis now, que perfectamente pudo haber filmado Herzog).

El asunto es que Kinski abandonó a medio terminar la película y la dupla dorada que había catapultados a ambos al centro del castillo fortificado, terminó por despedazarlos y marcar el inicio del declive. Luego de eso, Herzog ejecutaría una infumable película, sin Kinski, titulada Grito de Piedra, en 1991. Y pasaron diez años, hasta que retomó nuevamente el largometraje (por aquella época filmó trabajos y documentales para la televisión) para llegar con el Invencible, y tratar nuevamente el tema del delirio: un polaco judío emigra desde el campo a la ciudad luego de ser contratado por un agente circense, al ver una demostración pública de su descomunal fuerza. Es así que llega a un cabaret berlinés, donde disfrazado de Sigfrido, levanta pesos enormes ante la mirada atónita de los espectadores. El problema es que los altos jerarcas nazis solían acudir a estos espectáculos, y pensaban que su Sigfrido era alemán y no judío. Ambientada en una época enrarecida, poco antes de la ascensión de Hitler al poder, esta película marcaría una nueva era de Herzog, que a pesar de que se le murió su actor fetiche (o mejor dicho, icónico), sigue vigente y con la mente fresca, para nuevos proyectos.