¿Te acuerdas de las montañas? Nevadas y mágicas,
dulce amiga mía
Espigadas y
soberbias, como tu estatura
dulce amiga mía
Reflejaban la luz
¿Te acuerdas?
Nos llegaba pura
la luz,
Con un cielo
turquesa que era la imagen diminuta
De nuestra amada patria,
dulce amiga mía.
¿Te acuerdas de
la esfera y sus formas?
Nos seguía a
donde fuéramos, en el cénit, aleteando
dulce amiga mía
Con su calor generoso
tras la polvareda
El fénix de alas quemantes
y la flor turquesa girando como un Dios Azul
dulce amiga mía.
Esa flor es nuestra religión,
dulce amiga mía
La de los que anidan
sus cuitas en los bosques
Tallando sus
palabras en los fresnos,
La de los que
velan los huesos de sus padres
En un ardiente capilla
cochambrosa,
La de los que levantan sus espadas,
cuando las armaduras espejean en los valles
La de los que
fecundan la tierra y la rearman
Brotando con sus sales la materia
dulce amiga mía.
¡No me mires a
mí! ¡Mírala a ella!
La flor sin
pétalos de los místicos hispanos
La que sobrevuela
sobre los conventos soterrados
La que está
dentro de ti, en la palma de mi mano
Bajo tu sotana o
mi armadura
Vestuarios desgarrados en premura.
¡Ah! Cómo se
abren tus abrazos
dulce amiga mía
Y tus manos
colosales, entrelazadas con las mías
Ah! Dulce amiga
mía, recordemos sin temor
Deja que el
tiempo avance
Sobre la fisura
que centra la existencia
Un líquido
caliente nos envuelve
Y nada puede detenernos,
dulce amiga mía.