20 de agosto de 2014

Como un paisaje desvanecido I



Existen ciertos paisajes que parecieran invitarnos a la reflexión, a la reposición de recuerdos primarios con amalgamas de colores, distorsiones sutiles que se entrecruzan con el viento y el aullido de las bestias. Al mirarnos en el paisaje, podemos extraviarnos en esos cálidos colores que atraviesan las cortezas y las raíces de los árboles, con la palpitante realidad de que probablemente no vivimos solamente una sola vida, la de carne y hueso, sino también vidas ajenas, ensoñaciones que son canciones, o trozos de películas viejas, o fotografías gastadas o pinturas deformes y corroídas por el arrollador paso del tiempo. El apresurado diagnóstico corroborado por el médico de cabecera, es decirnos en su insulsa orden, con letra apresurada, abigarrada y apretada, anunciarnos que somos cadáveres, presos de las imágenes, de la irradiación continua del mal, tristes remanentes de pesadillas soñadas por animales torturados, atrapados en trampas mecánicas de acero.