19 de agosto de 2013

A.E crónicas remotas del futuro


Crucé el engañoso abismo chapucero del laberinto Naranjo, bellamente adornado y perdido en sus chinos cortinajes. Desde el Psiquiátrico de Jung, las muñecas mudas sangraban de sus ojos frases del futuro/ nóveles novelas se dibujaban en sus puños recortados por los aires. Detrás del parque del Museo Histórico –pares reventados- presentes, saltó un enano con la cara hecha mierda, parecía mujer, un travesti con peluca y los labios rojos carmesí inyectados en sangre. Bésame, me decía el muñeco con los muñones recogidos entre sus brazos agonizantes. Los ojos verde bosque del enano palidecían por las explosiones subatómicas de sus iris, explosiones nunca antes registradas por la Ciencia.

Oh perra mecánica, me cabalgabas con una soga al cuello, vientre expeliendo un feto que era la réplica exacta del Poder. Tus mejillas de porcelana estaban agrietadas, como que querían detonar una cifra misteriosa, la suma del Absoluto abatimiento del metal oxidado. Arriba, las naves voladoras surcaban el espacio, adiós Segunda Tierra, hasta la próxima venida, decían abatidas en su lengua misteriosa.

Cortinas cerradas son la prisión, fabuloso centro de paganos giratorios de narices, todos controlados a control remoto por el androide bonachón. ¿Me dijeron adiós? Nada. Sus bocas enmudecieron palas mecánicas accionadas desde los lomos. Habrán cortado sus brazos y reemplazados por muñones, las bailarinas de la noche con tutús con implantes abyectos. No importa, lloverán nuevas ocasiones.

Marché en un tanque de madera por la calle R. Espinoza paseando a mis papas paseantes. Al final del camino se veía una esplendorosa puesta de sol.