
29 de diciembre de 2008
Daniel Zurita (de la serie, El congreso de literatura fantástica) 3

Leonel Hernández (de la serie, El Congreso de Literatura Fantástica) 2

Arturo Alejandro (de la serie, El Congreso de Literatura Fantástica) 1

16 de diciembre de 2008
A David Cronenberg

Las astillas se incrustaban sin miramientos en un opaco y viscoso ojo de la realidad. Ese mismo ojo que te persigue aún tras el basurero o el escondite perfecto de tu inocencia. De más está decir que explotaban simultáneamente, creando una realidad sincrónica y simultánea, generando un mandala cósmico que interpretaba al universo. La carne atravesada por los cables, el oscuro corporativismo que deshace tu vida y la transforma en materia pura para una pantalla de video. Video, de ver, de máquinas, de generación virtual que están para quedarse. Se decía por los ochenta que los rusos enviaban ondas por medio de satélites para generar sueños homicídas. David, como profeta del LSD mezclado con amoníaco, o alguna sustancia tan indolora como mitificante que te puede hacer desmitificar la realidad. En realidad tras los pantallazos de David no hay morfina, porque la sustancia tranquilizadora se esconde vagamente en algún rincón, acechando, como un gato negro parpadeante, hecho a base de circuitos interconectados directamente con tu cerebro. Esto nos lleva a pensar que tras cada secuencia se esconde algo más real que los falsos efectos especiales de utilería barata. La sangre cobra existencia divina. O visto de otra manera, la sangre fluye lentamente por tus venas hasta volverse catódica e instranferible... ¿ Y cuál es la metáfora que puede haber finalmente en un reality clandestino si no es que nuestras vidas son materia prima para ser mostrado en ellos? Nuestra existencia como carne colgando en ganchos chorreantes de carnicería. Y los últimos pliegues rebosando un pequeño hálito de verdad, de manera catatónica, como una mágnum apuntándonos a la cabeza.
14 de diciembre de 2008
Ciudad enterrada en los márgenes. Óleo sobre lienzo, 165 x 120,5 cms

Colores cálidos y una predominancia de tonalidades ocres y magentas, configuran esta escalofriante pintura. Se observa en el centro una ciudad futurista semi-enterrada, con dos cúpulas que se alzan al cielo. Algunos han querido ver a dos mezquitas alineadas, otros han afirmado que se trata de zonas de despegue para naves voladoras. […] La ciudad está en un lugar desértico y polvoriento, cubierta por una atmósfera crepuscular y con rayos pálidos que la bañan. La única vida que se aprecia en el cuadro viene desde arriba: una bandada de cuervos polvorientos conforman una nube negra y amenazadora. Los cuervos se reparten desordenadamente formando una V enorme. Un cielo rojizo y llameante domina las alturas, con nubes nimbadas que se esparcen en el cenit.
Dato curioso: Este cuadro fue utilizado como afiche para una película de bajo presupuesto, La ciudadela del infierno[1], dirigida por Roderick Fartson, la cual trata sobre una civilización desaparecida en un planeta distante. El argumento de la cinta puede resumirse sucintamente: Los astronautas llegan a un planeta que desconocen, pues se pierden de la ruta espacial original que llevaban. Al llegar al lugar, comienzan a ver muchas semejanzas con ruinas precolombinas. No hay habitantes ni huesos ni cadáveres. Sólo ciudades y zigurats abandonados. Hasta que vislumbran una forma de vida animal, no avanzada, pero sí amenazante. Son los cuervos de la pintura, aunque en la película son unas aves pequeñas y platinadas que tienen dos cabezas y sólo un ala, y que no hacen más que volar en círculos y atacar en picada. Los astronautas repelen los ataques con sus pistolas láser, llegando finalmente a una ciudad similar a la del cuadro. Ahí comienzan a repeler el ataque de las criaturas, que parecen infinitas, pues comienzan a multiplicarse y a venir unas tras otras. La película finaliza con un único sobreviviente, que termina orando en lo que parece un templo con un dios tallado en ónix, un dios cabeza de pájaro y de una estatura enorme. El astronauta reza, y la última escena termina con un zoom out, que muestra el templo, luego la plaza, luego la ciudad enterrada, y finalmente el cielo negro, iluminado por dos soles hambrientos y llameantes.
[1] El guión estuvo a cargo de Dave Keymann, un historietista que cultivó mucho el cómic de terror y ciencia-ficción.
Dato curioso: Este cuadro fue utilizado como afiche para una película de bajo presupuesto, La ciudadela del infierno[1], dirigida por Roderick Fartson, la cual trata sobre una civilización desaparecida en un planeta distante. El argumento de la cinta puede resumirse sucintamente: Los astronautas llegan a un planeta que desconocen, pues se pierden de la ruta espacial original que llevaban. Al llegar al lugar, comienzan a ver muchas semejanzas con ruinas precolombinas. No hay habitantes ni huesos ni cadáveres. Sólo ciudades y zigurats abandonados. Hasta que vislumbran una forma de vida animal, no avanzada, pero sí amenazante. Son los cuervos de la pintura, aunque en la película son unas aves pequeñas y platinadas que tienen dos cabezas y sólo un ala, y que no hacen más que volar en círculos y atacar en picada. Los astronautas repelen los ataques con sus pistolas láser, llegando finalmente a una ciudad similar a la del cuadro. Ahí comienzan a repeler el ataque de las criaturas, que parecen infinitas, pues comienzan a multiplicarse y a venir unas tras otras. La película finaliza con un único sobreviviente, que termina orando en lo que parece un templo con un dios tallado en ónix, un dios cabeza de pájaro y de una estatura enorme. El astronauta reza, y la última escena termina con un zoom out, que muestra el templo, luego la plaza, luego la ciudad enterrada, y finalmente el cielo negro, iluminado por dos soles hambrientos y llameantes.
[1] El guión estuvo a cargo de Dave Keymann, un historietista que cultivó mucho el cómic de terror y ciencia-ficción.
(Otro fragmento más de Totec, acto que bien podría estar dedicado a la memoria de Cabro Gamarra, el renovador en estado puro de la novela por entregas.)
7 de diciembre de 2008
Totec

Soñé que la cara del pintor se multiplicaba en una playa de luces mortecinas. Caminaba yo con los pies descalzos y lo contemplaba desde lejos, con su atril, con los pellejos de carne humana como telas, y con gestos y movimientos espectrales, el pintor me pintaba. Soñé que me hacía un retrato espantoso, con los ojos salidos de las cuencas y la boca contrahecha, deforme. Luego la cabeza del pintor se transformaba en un cuervo y se reía a la distancia. Soñé con una secta milenaria, que se reunía en espesos bosques para adorar a sus dioses, orando en una lengua que jamás había escuchado, pero que extrañamente entendía; decían que podían controlar el espacio y el tiempo a voluntad, utilizando sus pieles como alfombras en las cuales se tendían y realizaban orgías que no terminaban hasta antes del amanecer. Un viejo con una barba espesa, apoyado en un largo y grueso bastón de madera, afirmaba que podía viajar hacia el pasado sólo con el pensamiento, y luego se transformaba en una serpiente dorada y salía volando hacia el cielo a la velocidad de la luz.
(fragmento de Totec, inédita hasta quién sabe cuándo)
2 de diciembre de 2008
(Escoger un solo recuerdo)

La pregunta que transversalmente recorren las religiones, y por supuesto, la filosofía occidental, es la más simple de formular, pero la más compleja de resolver: ¿qué pasará con nosotros una vez que hallamos muerto? Como un péndulo, las respuestas se barajan entre dejar de existir o seguir existiendo, pero bajo una nueva forma y sentido. Hace poco vi la película Wandafuru Raifu (After Life) la cual trata de responder esta interrrogante, creando un nexo entre la vida y la muerte, en un lugar (como el purgatorio) en el cual una vez muertos llegamos durante una breve estadía. Es en esta especie de mundo paralelo donde un selecto grupo de productores trabajará para nosotros, con el fin de filmar un solo recuerdo de nuestras vidas. Ellos se encargarán durante cuatro días, de elaborar, registrar, producir, seleccionar actores y locaciones, etc, para realizar el corto, que será lo último que veremos en nuestra última existencia. Pero la premisa del trabajo realizado es la siguiente: "una vez que filmemos y exhibamos su recuerdo, todos lo demás se borrará para siempre de su mente y usted parmenecerá sólo con ese recuerdo para el resto de la eternidad."
Y usted hipotetico y fantasmal lector (si existiese), si tuviera que escoger un solo recuerdo... ¿cuál elegiría?
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