Soñé que la cara del pintor se multiplicaba en una playa de luces mortecinas. Caminaba yo con los pies descalzos y lo contemplaba desde lejos, con su atril, con los pellejos de carne humana como telas, y con gestos y movimientos espectrales, el pintor me pintaba. Soñé que me hacía un retrato espantoso, con los ojos salidos de las cuencas y la boca contrahecha, deforme. Luego la cabeza del pintor se transformaba en un cuervo y se reía a la distancia. Soñé con una secta milenaria, que se reunía en espesos bosques para adorar a sus dioses, orando en una lengua que jamás había escuchado, pero que extrañamente entendía; decían que podían controlar el espacio y el tiempo a voluntad, utilizando sus pieles como alfombras en las cuales se tendían y realizaban orgías que no terminaban hasta antes del amanecer. Un viejo con una barba espesa, apoyado en un largo y grueso bastón de madera, afirmaba que podía viajar hacia el pasado sólo con el pensamiento, y luego se transformaba en una serpiente dorada y salía volando hacia el cielo a la velocidad de la luz.
(fragmento de Totec, inédita hasta quién sabe cuándo)