14 de diciembre de 2008

Ciudad enterrada en los márgenes. Óleo sobre lienzo, 165 x 120,5 cms


Colores cálidos y una predominancia de tonalidades ocres y magentas, configuran esta escalofriante pintura. Se observa en el centro una ciudad futurista semi-enterrada, con dos cúpulas que se alzan al cielo. Algunos han querido ver a dos mezquitas alineadas, otros han afirmado que se trata de zonas de despegue para naves voladoras. […] La ciudad está en un lugar desértico y polvoriento, cubierta por una atmósfera crepuscular y con rayos pálidos que la bañan. La única vida que se aprecia en el cuadro viene desde arriba: una bandada de cuervos polvorientos conforman una nube negra y amenazadora. Los cuervos se reparten desordenadamente formando una V enorme. Un cielo rojizo y llameante domina las alturas, con nubes nimbadas que se esparcen en el cenit.
Dato curioso: Este cuadro fue utilizado como afiche para una película de bajo presupuesto, La ciudadela del infierno[1], dirigida por Roderick Fartson, la cual trata sobre una civilización desaparecida en un planeta distante. El argumento de la cinta puede resumirse sucintamente: Los astronautas llegan a un planeta que desconocen, pues se pierden de la ruta espacial original que llevaban. Al llegar al lugar, comienzan a ver muchas semejanzas con ruinas precolombinas. No hay habitantes ni huesos ni cadáveres. Sólo ciudades y zigurats abandonados. Hasta que vislumbran una forma de vida animal, no avanzada, pero sí amenazante. Son los cuervos de la pintura, aunque en la película son unas aves pequeñas y platinadas que tienen dos cabezas y sólo un ala, y que no hacen más que volar en círculos y atacar en picada. Los astronautas repelen los ataques con sus pistolas láser, llegando finalmente a una ciudad similar a la del cuadro. Ahí comienzan a repeler el ataque de las criaturas, que parecen infinitas, pues comienzan a multiplicarse y a venir unas tras otras. La película finaliza con un único sobreviviente, que termina orando en lo que parece un templo con un dios tallado en ónix, un dios cabeza de pájaro y de una estatura enorme. El astronauta reza, y la última escena termina con un zoom out, que muestra el templo, luego la plaza, luego la ciudad enterrada, y finalmente el cielo negro, iluminado por dos soles hambrientos y llameantes.

[1] El guión estuvo a cargo de Dave Keymann, un historietista que cultivó mucho el cómic de terror y ciencia-ficción.
(Otro fragmento más de Totec, acto que bien podría estar dedicado a la memoria de Cabro Gamarra, el renovador en estado puro de la novela por entregas.)