Siempre tenemos un amigo o un conocido que está todo el tiempo hablando de complots, de ideas paranoicas de dominación, de sociedades secretas que quieren desestabilizar a la humanidad e imponer un nuevo orden mundial, de razas alienígenas que nos invadirán pronto o que ya viven escondidos entre nosotros, etc. Todos esos delirios recaen en Arturo Alejandro, escritor chileno-español que se ha labrado un pequeño camino en la literatura local chilensis. El punto es que conocí a Arturo Alejandro (A.A. para los amigos) en un encuentro de escritores de ciencia-ficción. En esa ocasión me mostró su segunda novelita, Diario de las especies mutantes, donde escribía la historia de un niño que no sabía si era lavadora o refrigerador o secadora para el pelo. Me cuesta confesarlo, pero su novela era rarísima, no, no rara, ininteligible es la palabra. El escrito se estructuraba como un manual para fabricar mascotas robots, pero lentamente la escritura del manual se iba perturbando, en realidad, iba siendo invadida por las múltiples personalidades del niño genio, lo cual su lectura se tornaba imposible. Como yo no tenia obra publicada le entregué una fotocopia de mi novelita, Totec, un experimento narrativo fallido de laboratorio. Lamentablemente nunca me pudo dar su opinión en torno a mi escrito, pues a la semana siguiente desapareció en extrañas circunstancias. Lo abdujeron, seguramente.