Después de escuchar el lanzamiento de no sé cuántas antologías y compilatorios, pasamos al subterráneo para ver la instalación de la artista conceptual, Milady Gregor, una gringa engrupida de ojos verdes y tez morena que hablaba de una antigua estética de no sé qué década del siglo pasado. Adentro me sentí como en las cárceles de Piranesi, unos laberintos y escaleras que iban a dar a todas partes, muros empapelados con un fárrago de imágenes superpuestas, vi rostros difuminados y horribles, íconos sagrados y paganos, logos de cerveza, emblemas militares, señalética del tránsito, paisajes urbanizados, selvas perdidas con tribus ilocalizables, etc. La iluminación del recinto era muy variada, en algunas zonas no había más que velas y penumbra, en otras, luces estroboscópicas que parpadeaban al son de la música tecno, en otras, una enorme bola de cristal girando a toda velocidad. Y así, hasta que de pronto llegué a un enorme cubo de vidrio, el cual contenía a una banda de rock llamada Zulemita y sus cachorritos infernales. El frontman, un tipo que después supe que se llamaba Paulus Bull, cantaba una siniestra melodía acompañada por el desenfadado ritmo de sus guitarras, Paul, decía aullando: Aún creemos en tus pesadillas / como la vida de un guionista de una horrorosa serie televisa /la mujer que lo agarró del mango / y pudo destrozar sus ovarios/ para salir a jugar a la guerra / con sus desalmados cabros chicos. A un costado, una ranurita rezaba con letras en neón, insert coin. Puse una moneda, y un chip se deslizó por una pequeña abertura, un poco más arriba de la ranura. Saqué el chip y lo coloqué en mi neo-portatila, y en la colorida pantalla vi la discografía completa del grupo. Los nombres de cada disco: Los sampleos de mi abuela DJ, El héroe del agua mineral, El rock and roll de los gángsters pascueros, Mi mamá leía a Vila-Matas, Una huincha para tu sucia boca, Detrás de su máscara había otra máscara, las películas perdidas de los hermanos Coen, En mi clase me detestan, El proyecto flacosaurio, Los bocetos del niño que dibujaba esqueletos y por último, El filo de mi guitarra acústica. Sin contar los múltiples compilatorios y conciertos en vivo. Revisaba todo esto, mientras la banda covereaba una balada de Elvis Costello. Al final del día me entrevisté con Milady Gregor y le conté entusiasmado que quería tener una charla con Paulus Bull y sus chicos. Ella me respondió: “Se estrellaron en una avión, hace como cinco años…”, “¿¡Pero cómo?!” le grité en su cara. Y ella me respondió: “Sí, sí, lo que viste no era más que una perfecta réplica, una proyección holográfica de uno de sus últimos shows, en una discoteque lésbica, donde ese día ardieron hasta los cimientos del lugar”. Pero esa es una historia más larga, que será referida en El Congreso de Literatura Fantástica, la novela.