Hace un tiempo, un oftalmólogo de mierda, de esos con cara a medio camino de pavos y de señores interesantes, me dijo que tenía que dejar mis lentes convencionales y adoptar la nueva tecnología óptica: los lentes de contacto. “Los marcos ya están pasados de moda”, me dijo el antropomorfo ése. Y luego: “además que con tus lentes de contacto podrás hacer más actividades, te otorgará mayor comodidad en tu vida cotidiana. No, definitivamente tienes que usar lentes de contacto. Toma la receta”. Todo esto lo decía el pájaro titulado ése, con un convencimiento a prueba de balas, casi sobándome la espalda con sus palabras. Yo, un poco desconcertado, le pregunte: “¿Usted me está recetando lentes de contacto por que son más cómodos?... Déjeme decirle señor, que yo desde los doce años que llevo usando lentes ópticos, para mí, más que un aderezo estético, son una verdadera prótesis para mi vida cotidiana. No soy de estos miopes indignos que utilizan los lentes sólo cuando van a leer o tomar una micro o jugar un raspe. Yo duermo con lentes, me meto a la ducha con lentes, ando en bicicleta con lentes, voy en ropa interior en la casa con lentes, fornico y hago la 69 con lentes, es más, hasta voy al gimnasio con lentes. Me siento orgulloso de portar estas gafas y me importa una soberana raja lo que piensen los demás. Aparte que los lentes me otorgan un aire varonil e intelectual envidiable. Sí señor, usted no le puede pedir a un cojo que de la noche a la mañana lance su muleta a la basura, o a un manco que lance por la máquina trituradora su brazo ortopédico.” Y afirmando con seguridad los oscuros marcos de mis gafas, con un rápido e irónico movimiento de cejas me retiré.