Este fue el invitado más extraño de todo en el Congreso de Literatura Fantástica. El más viejo… decir que tenía 120 años no era una exageración. Iba en una silla de ruedas, empujada por uno de sus “sirvientes”, como él mismo nos señaló. Supe por mi abuelo, fallecido hace tanto tiempo, que cuando él era joven, Carlo de Gamma ya era viejo. Juntos habían trabajado en una empresa que diseñaba videojuegos de acción y fantasía heroica. En el cementerio recuperé el primer disco duro de la computadora portátil de mi fallecido abuelo, y pude ver dos videojuegos que había creado junto a Carlo. En aquel tiempo los jueguitos eran controlados con la mente, algo muy vetusto y apolillado se mire por dónde se mire, para lo que ahora se estilaba. Pero me entretuve jugando por horas. Ese día, Carlo de Gamma dio una charla en torno a sus memorias, a sus viajes fallidos, a sus proyectos inacabados, a la desesperación con que vio a los de su generación por figurar, al ninguneo sistemático de sus pares que siempre le causó más gracia que desazón, a sus cincuenta novelas negras, publicadas cuarenta años después de haber sido engendradas, a su humor gris, que consistía en mezclar la crueldad de kindergarden con los tiernos chistes decimonónicos que ya nadie recordaba. También nos habló largamente de su affaire con la detestable crítica Patricia Espiga, y los turbulentos resultados que se apreciaron en la especialista, a la hora de juzgar una obra. Toda la audiencia lo escuchaba hipnotizada. Después habló de no sé qué teorías del plagio y del complot, pero descontando sus inconsistencias, reconozco que me entretuvieron harto. El discurso terminó con una ráfaga de balas al aire, que tres de sus sirvientes dirigieron. Los aplausos fueron estruendosos. Luego Carlo se retiró en su silla de ruedas, pues argumentó que iba de pic-nic con sus tres esposas. Ese día me propuse escribir la biografía no autorizada de Carlo de Gamma. La labor sería ardua. Pero algún día tendría que terminarla.