“Existía, sin duda, una inteligencia suprema cuyo ser ocupaba toda la
trama del universo, y fluía en innumerables olas a través de las mentes y
cuerpos como un infinito éter moral”. La
Indiferencia de Dios, de Ignacio Fritz.
Al leer “La Indiferencia de Dios”
de Ignacio Fritz aparece con mayor claridad esa extraña noción[1] de
que el escritor es antes que un creador, un mero redactor. La idea la plantea
Borges, cuando afirma que “lo bueno ya no le pertenece a nadie, ni al otro,
sino que es parte del lenguaje y de la tradición”. Precisamente, como oposición a esa idea del
escritor como pequeño dios, o demiurgo capaz de crear un mundo y manejar a los
personajes como meras entelequias o marionetas a voluntad, pareciera que la historia que nos narra Fritz
es escuchada en su mente, deviniendo el escritor en médium, no teniendo otra
alternativa más que transcribirla lo más fielmente posible, tal como lo haría
en la ficción imaginada por Cervantes, cuando en un momento imposible del
Quijote, se nos explica que el autor de la misma obra es un tal Cide Hamete
Benengeli, y que Cervantes sólo se limitó a (mal) traducirla y editarla para
presentarla a sus lectores.
El marco
escenográfico de “La
Indiferencia de Dios” no puede ser más inverosímil: ocurre en
un Chile metamorfoseado del futuro, año 2070 para ser más exactos, pero es el
futuro de un mundo paralelo, con un Chile B, o Z, con otra historia, donde por
ejemplo la capital no es Santiago sino una ciudad próxima a Puerto Montt
llamada “La Imperial ”,
ciudad que sí existió pero que fue destruida en 1723 y vuelta a refundar como
Carahue, y de la cual quedó como el vestigio toponímico de “La Nueva Imperial ”, actualmente en
la Araucanía. El peso como moneda no
existe y la que circula se llama “valdiviano”. Otras extrañezas de este Chile: en
Carabineros abrieron el departamento del OS-13 para investigar eventos
paranormales, lucir marca de ropa original es casi una imposibilidad debido a
lo cara, proliferando las marcas piratas o clónicas, y la intrigante existencia
de una empresa llamada Nixon la cual acapara de forma monopólica al comercio,
siendo normal encontrarse con lentes Raybans Nixon, televisores Sony Nixon, o
chicles bazooca Nixon, dejando expuesto que detrás de toda la maquinaria social
y económica existe una mega transnacional que es manejada por un esquivo
empresario, escritor y gurú, de nombre Walt Oberton, el cual pasa sus días en
la inventada nación de Estolia, donde a momentos escuchamos como a retazos en
la misma novela, de que su población ha enloquecido al grado de comenzar a
canibalizarse entre sí.
Fritz escribe en
un apartado del libro: “Un mundo paralelo
es un mundo donde lo imposible es posible. Donde los años no pasan. No hay
futurismo; no hay cambio; todo es como en el pasado.”
“La Indiferencia de Dios”
está escrita en HD, con imágenes que se desplieguen a alta fidelidad, al revés
de toda aquella literatura minimalista tan en boga hoy en día: acá no hay
nebulosas que prefiguran o sugieren una historia, ni tampoco espacios mentales
cerrados y claustrofóbicos, sino que líneas totalmente abiertas, dislocadas por
un paisaje extraño que parece la alucinación de un psicópata, o la pesadilla
dirigida por fuerzas invisibles en una mala noche de verano. A Fritz no le interesa mostrarnos la punta del
iceberg y dejar el resto como materia seminal de interpretaciones y
elucubraciones. Al contrario, como sus parientes literarios norteamericanos más
avezados, pienso en David Foster Wallace o Thomas Pynchon, la estrategia que
despliega Fritz a lo largo de las páginas se centra en narrarnos con detallismo
las muecas, tic y gestos de los personajes, sus manías, sus formas de hablar;
la propia filosofía del vacío y del hastío que transmiten los diálogos, crueles
y punzantes. Algunos capítulos están tan híper-condensados con la información
que nos entrega la historia, que pareciera que de un momento a otro una
explosión nos estallará en la cara, dejando sus esquirlas enquistadas en
nuestros cerebros.
Pero creo que me
estoy adelantando. Les he hablado de las características que me parecieron
destacables del libro, pero no he referido la trama con el fin de darle mayor
atención al estilo de Fritz, que no se puede resumir en unas pocas líneas, pero
que está fraguado a partir de referencias reales y apócrifas —a la manera de un
Borges pop— y en el cual los nombres de
los personajes y de los lugares van configurando el caos y el orden de este
libro: están las calles Clive Barker, Richard Matheson, Patricia Higshmith o
Kurt Vonnegut, como claras marcas textuales de escritores inscritos en la
ciencia-ficción, el relato policial, el terror y la distopía.
Y acá es donde
me detengo un momento, para sacar a relucir la característica más atractiva de
“La Indiferencia
de Dios”: podríamos decir que estamos frente a una novela mutante que se va
transformando en cada capítulo y en cada escena relatada, transitando desde el
absurdo y el surrealismo, pasando por la novela negra y de espionaje, la
ciencia-ficción más desopilante y terminando en un terror que va emergiendo
lentamente con la figura de un empresario todo poderoso, el cual podría ser el
mismísimo Dios, o su avatar negativo y nefasto.
En las primeras
páginas se nos explica sobre un policía que viene del pasado escapando de la
muerte, para ello viaja en el tiempo hasta el año 2070. Se le asigna un caso
que encierra más de un enigma: un hombre muere en un atentado explosivo
perpetrado dentro de un auto. Las pesquisas de este despistado policía son
infructuosas, por lo cual decide contactar a la abogada y detective privado
Delfina Edith, quien junto a su fiel ayudante, comenzarán a indagar quién o
quiénes son los culpables de la muerte de este hombre.
Podemos soportar
que Dios sea indiferente ante nuestras penurias y problemáticas; que tras
nuestras plegarias no exista nada más que el vacío o el silencio; me parece no
obstante, que la indiferencia de los lectores ante esta nueva novela de Fritz
tendrán como futuro corolario una enfermedad que cada vez detectamos a diario
entre quienes cultivamos el amor a los libros y en especial a la literatura: el
mal de la indiferencia, en especial con
aquellas obras raras y desmarcadas de la moda, que sin embargo rara vez
naufragan, pero si lo hacen, vuelven a emerger fortalecidas, con la fuerza
total y siniestra del voraz Kraken.*
*El texto fue presentado el 5 de noviembre de 2016 en la Filsa.
[1] Idea más
extraña para nosotros ahora, en el siglo XXI, en que la rúbrica del autor es
crucial como santo y seña para valorar un escrito.