14 de noviembre de 2016

Presentación de "La indiferencia de Dios" de Ignacio Fritz


“Existía, sin duda, una inteligencia suprema cuyo ser ocupaba toda la trama del universo, y fluía en innumerables olas a través de las mentes y cuerpos como un infinito éter moral”. La Indiferencia de Dios, de Ignacio Fritz.

Al leer “La Indiferencia de Dios” de Ignacio Fritz aparece con mayor claridad esa extraña noción[1] de que el escritor es antes que un creador, un mero redactor. La idea la plantea Borges, cuando afirma que “lo bueno ya no le pertenece a nadie, ni al otro, sino que es parte del lenguaje y de la tradición”.  Precisamente, como oposición a esa idea del escritor como pequeño dios, o demiurgo capaz de crear un mundo y manejar a los personajes como meras entelequias o marionetas a voluntad,  pareciera que la historia que nos narra Fritz es escuchada en su mente, deviniendo el escritor en médium, no teniendo otra alternativa más que transcribirla lo más fielmente posible, tal como lo haría en la ficción imaginada por Cervantes, cuando en un momento imposible del Quijote, se nos explica que el autor de la misma obra es un tal Cide Hamete Benengeli, y que Cervantes sólo se limitó a (mal) traducirla y editarla para presentarla a sus lectores.

El marco escenográfico de “La Indiferencia de Dios” no puede ser más inverosímil: ocurre en un Chile metamorfoseado del futuro, año 2070 para ser más exactos, pero es el futuro de un mundo paralelo, con un Chile B, o Z, con otra historia, donde por ejemplo la capital no es Santiago sino una ciudad próxima a Puerto Montt llamada “La Imperial”, ciudad que sí existió pero que fue destruida en 1723 y vuelta a refundar como Carahue, y de la cual quedó como el vestigio toponímico de “La Nueva Imperial”, actualmente en la Araucanía.  El peso como moneda no existe y la que circula se llama “valdiviano”. Otras extrañezas de este Chile: en Carabineros abrieron el departamento del OS-13 para investigar eventos paranormales, lucir marca de ropa original es casi una imposibilidad debido a lo cara, proliferando las marcas piratas o clónicas, y la intrigante existencia de una empresa llamada Nixon la cual acapara de forma monopólica al comercio, siendo normal encontrarse con lentes Raybans Nixon, televisores Sony Nixon, o chicles bazooca Nixon, dejando expuesto que detrás de toda la maquinaria social y económica existe una mega transnacional que es manejada por un esquivo empresario, escritor y gurú, de nombre Walt Oberton, el cual pasa sus días en la inventada nación de Estolia, donde a momentos escuchamos como a retazos en la misma novela, de que su población ha enloquecido al grado de comenzar a canibalizarse entre sí.

Fritz escribe en un apartado del libro: “Un mundo paralelo es un mundo donde lo imposible es posible. Donde los años no pasan. No hay futurismo; no hay cambio; todo es como en el pasado.”

La Indiferencia de Dios” está escrita en HD, con imágenes que se desplieguen a alta fidelidad, al revés de toda aquella literatura minimalista tan en boga hoy en día: acá no hay nebulosas que prefiguran o sugieren una historia, ni tampoco espacios mentales cerrados y claustrofóbicos, sino que líneas totalmente abiertas, dislocadas por un paisaje extraño que parece la alucinación de un psicópata, o la pesadilla dirigida por fuerzas invisibles en una mala noche de verano. A  Fritz no le interesa mostrarnos la punta del iceberg y dejar el resto como materia seminal de interpretaciones y elucubraciones. Al contrario, como sus parientes literarios norteamericanos más avezados, pienso en David Foster Wallace o Thomas Pynchon, la estrategia que despliega Fritz a lo largo de las páginas se centra en narrarnos con detallismo las muecas, tic y gestos de los personajes, sus manías, sus formas de hablar; la propia filosofía del vacío y del hastío que transmiten los diálogos, crueles y punzantes. Algunos capítulos están tan híper-condensados con la información que nos entrega la historia, que pareciera que de un momento a otro una explosión nos estallará en la cara, dejando sus esquirlas enquistadas en nuestros cerebros.

Pero creo que me estoy adelantando. Les he hablado de las características que me parecieron destacables del libro, pero no he referido la trama con el fin de darle mayor atención al estilo de Fritz, que no se puede resumir en unas pocas líneas, pero que está fraguado a partir de referencias reales y apócrifas —a la manera de un Borges pop—  y en el cual los nombres de los personajes y de los lugares van configurando el caos y el orden de este libro: están las calles Clive Barker, Richard Matheson, Patricia Higshmith o Kurt Vonnegut, como claras marcas textuales de escritores inscritos en la ciencia-ficción, el relato policial, el terror y la distopía.

Y acá es donde me detengo un momento, para sacar a relucir la característica más atractiva de “La Indiferencia de Dios”: podríamos decir que estamos frente a una novela mutante que se va transformando en cada capítulo y en cada escena relatada, transitando desde el absurdo y el surrealismo, pasando por la novela negra y de espionaje, la ciencia-ficción más desopilante y terminando en un terror que va emergiendo lentamente con la figura de un empresario todo poderoso, el cual podría ser el mismísimo Dios, o su avatar negativo y nefasto.

En las primeras páginas se nos explica sobre un policía que viene del pasado escapando de la muerte, para ello viaja en el tiempo hasta el año 2070. Se le asigna un caso que encierra más de un enigma: un hombre muere en un atentado explosivo perpetrado dentro de un auto. Las pesquisas de este despistado policía son infructuosas, por lo cual decide contactar a la abogada y detective privado Delfina Edith, quien junto a su fiel ayudante, comenzarán a indagar quién o quiénes son los culpables de la muerte de este hombre.

Podemos soportar que Dios sea indiferente ante nuestras penurias y problemáticas; que tras nuestras plegarias no exista nada más que el vacío o el silencio; me parece no obstante, que la indiferencia de los lectores ante esta nueva novela de Fritz tendrán como futuro corolario una enfermedad que cada vez detectamos a diario entre quienes cultivamos el amor a los libros y en especial a la literatura: el mal de la indiferencia, en especial con  aquellas obras raras y desmarcadas de la moda, que sin embargo rara vez naufragan, pero si lo hacen, vuelven a emerger fortalecidas, con la fuerza total y siniestra del voraz Kraken.*

*El texto fue presentado el 5 de noviembre de 2016 en la Filsa.



[1] Idea más extraña para nosotros ahora, en el siglo XXI, en que la rúbrica del autor es crucial como santo y seña para valorar un escrito.