Luisito se lanza en paracaídas desde un décimo piso. Aterriza a la manera provinciana, zapateando en un charco las costras que han quedado tras un brutal enfrentamiento entre dos pugilistas peso pesado. Luisito se acaricia la solapa de su traje, hace un ademán que roza con lo criminal y lo sensiblero. Se prepara para una larga digresión de sus amigos poetas. Seis millones se acolchan en su trasero, como vanagloriándose gratuitamente de su asalto al Banco de la Capital. Pero antes de comenzar su texto, plagado de lugares comunes y fraseos muy a lo Bolaño, este personaje (un conjunto de malas citas) decide ponernos a prueba con sus chistes que no hacen reír a nadie. “Soy el patrón de fundo, y en mis dominios sólo se aceptan mis propias carcajadas”. Todo esto se va registrando en tiempo real, en el tiempo mental de Luisito, donde la ironía y la parodia son lo mismo. Habla sobre un manual de reggetón para hacer el perfecto ridículo, de una teresa que se lo endereza, de una peluquería gay, de una película humorística que vendría a ser la joya del séptimo arte, de unas fotografías que pretenden engarzar sus brillantes momentos polaroid, de sus 666 segundos de pajas mentales, del momento en que está a punto de consagrarse como escritor; todo va muy cool, todo está demasiado preparado, pero algo parece no calzar, algo que se transmuta en sus llamadas telefónicas nerviosas, algo en su pelo, quizás sea el maquillaje descorrido o quizás la máscara se le está descosiendo de a poco. Algo parece haber en él de irreal. Una mueca torcida recorre de lado a lado su rostro. Su actuación es demasiado básica como para no reparar en que busca los diez minutos de la fama, en juntar a sus amigos según el grado de utilidad que le pueden otorgar. He ahí la lealtad. He ahí su alto concepto de amistad y del arte y de la poesía. Entonces Luisito detona la bomba, y un par de edificios se desmoronan como si fueran parte de una escenografía. Veo la explosión y cómo los vidrios y los ladrillos se fragmentan y se dispersan por el cielo y caen estrepitosamente en un largo perímetro que cubre cuadras y cuadras. Pero la explosión es insonora. Me parecía que todo lo que veía en Luisito era de utilería y de malos efectos especiales. Me termino mi cigarro y sigo caminando.
20 de julio de 2008
El asado de Satán
Luisito se lanza en paracaídas desde un décimo piso. Aterriza a la manera provinciana, zapateando en un charco las costras que han quedado tras un brutal enfrentamiento entre dos pugilistas peso pesado. Luisito se acaricia la solapa de su traje, hace un ademán que roza con lo criminal y lo sensiblero. Se prepara para una larga digresión de sus amigos poetas. Seis millones se acolchan en su trasero, como vanagloriándose gratuitamente de su asalto al Banco de la Capital. Pero antes de comenzar su texto, plagado de lugares comunes y fraseos muy a lo Bolaño, este personaje (un conjunto de malas citas) decide ponernos a prueba con sus chistes que no hacen reír a nadie. “Soy el patrón de fundo, y en mis dominios sólo se aceptan mis propias carcajadas”. Todo esto se va registrando en tiempo real, en el tiempo mental de Luisito, donde la ironía y la parodia son lo mismo. Habla sobre un manual de reggetón para hacer el perfecto ridículo, de una teresa que se lo endereza, de una peluquería gay, de una película humorística que vendría a ser la joya del séptimo arte, de unas fotografías que pretenden engarzar sus brillantes momentos polaroid, de sus 666 segundos de pajas mentales, del momento en que está a punto de consagrarse como escritor; todo va muy cool, todo está demasiado preparado, pero algo parece no calzar, algo que se transmuta en sus llamadas telefónicas nerviosas, algo en su pelo, quizás sea el maquillaje descorrido o quizás la máscara se le está descosiendo de a poco. Algo parece haber en él de irreal. Una mueca torcida recorre de lado a lado su rostro. Su actuación es demasiado básica como para no reparar en que busca los diez minutos de la fama, en juntar a sus amigos según el grado de utilidad que le pueden otorgar. He ahí la lealtad. He ahí su alto concepto de amistad y del arte y de la poesía. Entonces Luisito detona la bomba, y un par de edificios se desmoronan como si fueran parte de una escenografía. Veo la explosión y cómo los vidrios y los ladrillos se fragmentan y se dispersan por el cielo y caen estrepitosamente en un largo perímetro que cubre cuadras y cuadras. Pero la explosión es insonora. Me parecía que todo lo que veía en Luisito era de utilería y de malos efectos especiales. Me termino mi cigarro y sigo caminando.