En el marco del evento literario Primavera del libro, las editoriales Biblioteca de Chilenia y Éspora organizaron una mesa sobre novela policial, donde tuve el honor de participar, junto a Bartolomé Leal, Eugenio Díaz, Claudio Castañeda y Julio Hurtado Bouch
Mi principal
intención es hablarles sobre lo que escribo, pero también de cómo leo y entiendo
el género policial. Lo llamativo de este género, que se desarrolló en gran
parte durante la segunda mitad del siglo XIX, es su capacidad absorbente para
nutrirse con múltiples discursos narrativos, como si el policial fuera de un
gran pulpo que atrae para sí las distintas versiones que discurren en torno de
la realidad.
Desde sus
comienzos, la puesta en escena del género policial tenía como figura central al
detective, quien de manera intelectual, como en un juego de ajedrez, resolvía
los casos valiéndose de la lógica y la deducción. Fueron emblemáticos los casos
del cuarto cerrado, donde era imposible entrar o salir de la escena del crimen,
o el asesinato en público, que convertía a todos los testigos automáticamente en
sospechosos, planteando enigmas que requerían la colaboración de una mente
maestra, altamente entrada, que lograra develar el entuerto y hallar al
culpable.
Esta visión
romántica del policial fue cambiando a través del tiempo; la figura del
detective intelectual fue reemplazada por la de un detective dubitativo y a
veces cansado y decadente, la escena se amplió en forma de denuncia, y se
pasaron a retratar elementos sociales
como la corrupción, el narcotráfico o la prostitución, bajos fondos escabrosos
en los cuales la figura detectivesca coqueteaba con los códigos del hampa, perdiéndose
y confundiéndose en un sórdido mundo donde para resolver los delitos debía
echar mano a sus informantes, generalmente chulos prepotentes, paranoicos
drogadictos, putas, travestis, mercenarios, vendedores ambulantes, etc.
Otras formas
fueron apareciendo y surgiendo, como la novela sobre espionaje y
contra-espionaje, que tuvo su auge y caída durante la Guerra Fría, o la novela
de denuncia social, apegada al realismo social en boga, y que tuvo –y tiene
aún- múltiples cultores, sobre todo en Latinoamérica, región que fue víctima de
la represión y la tortura detentada por los poderes fácticos, representado y
auspiciado por las distintas dictaduras de turno.
Pero frente al
relato policial convencional, se levanta un policial distinto, que se basa
precisamente en romper las reglas no escritas del género y erigir otro modelo,
del cual no existen escuelas, pero sí posee ciertas características y
precursores que me interesaría compartir con ustedes.
Se trata nada
más y nada menos que la irrupción del elemento sobrenatural, metafísico o
fantástico, dentro de la trama policial.
Para hacerlo un
poco más esclarecedor, tomaré un caso que últimamente ronda en la crónica roja,
el cual ustedes algo deben haber escuchado, que trata sobre el extraño hallazgo
de dos menores de edad, de Antofagasta, presuntamente inducidas al suicidio por
una secta de carácter satánico liderada por un adulto. Las pequeñas fueron
encontradas con el símbolo del ojo de Horus, antiguamente utilizado por los
egipcios como un símbolo de protección contra el mal, y que en este caso al
parecer revestía la consecución de un ciclo de muertes para alcanzar alguna
promesa, como la inmortalidad por intermedio de alguna transmutación cósmica o
material.
Si tuviéramos
que novelizar esta noticia, por medio del policial clásico, podríamos
establecer una novela coral, teniendo como figura central a un juez de
instrucción, detective, o periodista, que decide llegar hasta el fin para
develar el macabro caso. La novela tendría una serie de dilemas morales,
principalmente sobre el hecho de que la incitación, facilitación e inducción al
suicidio, son categorías demasiado difusas como para tipificarlas en un código.
Quizás la historia giraría en torno a la ingenuidad de las menores, a la manipulación
psicológica de una mente enfermiza, a la revisión de la cultura pop asociada al
satanismo, vampirismo y similares.
Si pudiéramos dar una vuelta de tuerca
completa a este caso, y ponernos al extremo opuesto de la vereda, y nos
preguntásemos: ¿y si todo lo que planteaba la secta era cierto? Que
efectivamente, por medio de suicidios rituales, el grupo lograría abrir un
nuevo vórtice a este mundo, atrayendo alguna fuerza desconocida a nuestra
realidad. Entonces ¿qué? Esa es la intromisión de lo pesadillesco en el
policial, de la posibilidad de que esta secta dirigida por ese loco, en
realidad sí podían atraer una fuerza desconocida.
Juguemos con
posibilidades más extravagantes: quizás el líder de la secta satánica en
realidad era manipulado por un grupo de científicos que buscaban probar alguna
tesis psicosocial, pero el experimento falló en algún punto, cobrando la vida
de menores inocentes. O más descabellado aún,
un grupo infiltrado de extraterrestres disfrazó una compleja simbología
en varios fragmentos de libros, canciones y películas, actuando e influyendo
sobre el presunto líder por medio de hipnosis a distancia, con la meta de probar
un nuevo virus mental que induciría a la depresión y finalmente al suicidio.
La novela podría
dar un vuelco más surrealista, al plantearse la posibilidad de que el líder de
la secta realmente era un vampiro interdimensional, quien por medio de poderes
psíquicos era capaz de dominar y someter a una audiencia a través de su
penetrante mirada, y que en el fondo lo que buscaba era alimentarse de la
energía de sus víctimas para aumentar sus años de vida y seguir sembrando la
desesperanza y el caos.
Siguiendo con la premisa paranoica antes
anunciada, sobre una realidad oculta que subyace en este grupo satanista, esa
posible novela, que gustosamente escribiría o leería, daría cabida a la entrada de sospechosos y
cuestionados expertos en simbologías y sectas, a teólogos y fanáticos
religiosos que verían en este hecho los signos del apocalipsis, a ufólogos
errantes rayanos en la conspiración y en
demostrar lo indemostrable, a psíquicos y médiums que perfectamente podrían ser
estafadores y charlatanes, a detectives privados inescrupulosos dispuestos a
sacar provecho financiero de las desesperadas familias involucradas. ¿Y por qué
no, podrían aparecer hasta androides del inframundo convertidos en las piezas
ocultas de un juego siniestro, a enanos travestis que en realidad son ángeles
disfrazados, a viajeros del tiempo o del
espacio que buscan modificar un hecho, a mutantes de dos cabezas que viven en
la supuesta tierra hueca?
Tramas así, dan
cabida para todo, y precisamente son las que sostienen el milagro de la
literatura, aquel extrañamiento del lenguaje que puede crear realidades
convulsas y retorcidas o alternativas.
Apostar por tramas
rocambolescas, con irrupción de lo fantástico, debe tener más inconvenientes
que ventajas, sobre todo en aquellos lectores ávidos de realismo y perfección
de estilo. No obstante, estas historias mutantes tienen la insospechada ventaja
de crear una multiplicidad de lecturas paranoides y esquizofrénicas, y que
pueden hacer una lectura más acuciosa y certera sobre la realidad y sus
guardianes: la banca, los políticos, las instituciones, la oficialidad. Un tema
complejo que ahora no es mi intención abordar.
Concluyendo: alteración
de la realidad, irrupción de mal, tesis sobre la conspiración, la utilización
de personajes esquemáticos, son algunos de los elementos que apuntan a crear un
efecto “teatro de marionetas” dentro del género policial, en donde lo que brilla
no son los tipos psicológicos, ni las genealogías del crimen, ni la mente
maestra del detective o del criminal, sino la de poner sobre el tapete las
múltiples versiones de una realidad que se cuece al interior de una obra, con
hechos y situaciones determinantes que apuntan a crear un efecto poético embriagado
de criminalidad, así, las palabras y los diálogos se trenzan en un combate a
muerte para manifestar ruidos y abismos en la mente del lector, y por supuesto
llevarlo en cada página a lo inesperado,
a un juego donde no importa quienes serán los vencidos y los vencedores, sino
en abrir terrenos inexplorados de la psique y de sus delirantes versiones de lo
real, mostrando así su lado más oscuro, en todo su esplendor.