29 de julio de 2011
Grasth
Su brazo carcomido marcaba la distancia
de cada estrella fulgurante explosionando
allá detrás del hilo invisible y refulgente
-una máscara enorme y sonriente-
expelía el sudor que necesitaba
La Máquina
para crear y recrear.
Vi a los malditos golems y faunos
de la poesía chilena
siendo troquelados como muñecos en dos patas
guardados en cajas para cementerios
enterrados en los subterráneos del lugar común
-la fosa común-
¡queremos existir! Decían las calaveras
& yo les apuntaba con mi revólver y les devolvía
los ojos hacia dentro,
cuencas florecientes
pétalos de sangre,
árboles en zig-zag.
Al tercer día amanecí recostado sobre mis doscientas, trescientas, setecientas mil novelas inconclusas
mis gafas empañadas el mundo no se podía ver
brillaban otros,
bailaban en círculo junto a sus tubos de oxígeno
sus manos destrozadas por balazos
sus canciones para ancianas amnésicas y frenéticas
la literatura chilena totalmente judaizada
maternalista
materialista
sabrosa en las divisas suculentas para aquellos gordos catastróficos
y maricones anémicos
& yo
soportando el cadáver viviente de mis novelas que crecía y crecían
y se agolpaban en editoriales clandestinas
viendo como se alejaba de la realidad aquella nave
fea y mugrosa
nada esplendorosa
de muñecos troquelados
por el infierno mecánico
de las letras chilenas.