14 de abril de 2011

La Flor Inexistente

"Junto a la casa había un jardín. Mis primeros compañeros de juego fueron las raíces, las hojas, y esos espíritus de la naturaleza que hablan a los niños.

Un día, del interior de una flor asomó una mano y me hizo señas para que me aproximase. Poco después, la flor se deshojó. Quise recoger sus pétalos y reconstruirla; pero me fue imposible. Pensé entonces en armar una flor de papel pintándola de colores vivos. Muchos días pasé en mi trabajo, hasta que la flor estuvo terminada. La llevé al jardín y la puse en el lugar donde apareciera la mano. Si la flor hubiese estado bien hecha, la mano volvería a asomar. Pero la mano no vino, no retornó más. Mi flor no podía compararse con  las del jardín, pintadas por el buen Dios.

(...) Había entrado en competencia con la naturaleza y con el buen Dios; había contraído, sin saberlo, el compromiso mortal de crear una flor."

Miguel Serrano, La Flor Inexistente