
De todas formas, me parece un poco inútil discutir la existencia o no existencia del Ser Supremo, y si es que existe, discutir cuales son sus cualidades ontológicas. Y como es una discusión inútil, me parece un tema entusiasmante que se debe cultivar con gente lectora y atea, porque casi siempre los que menos saben de religión son los devotos. Aunque ahora que lo pienso, está de moda decir "soy agnóstico" o "ateo". Me parece tan facilista como decir: "soy evangélico", "soy cristiano". La próxima vez que me pregunten qué postura religiosa tengo, estrangularé a esa persona, aunque sea en su propia casa o en un paseo público. A continuación voy a tomar el cadáver y lo lanzaré desnudo por el río Mapocho, para terminar después bebiendo en algún bar (si el horario lo permite) o acostarme en algún banco de alguna plaza cercana.
Es entrenido hablar de religión, sobre todo con fanáticos. Digo, hablar el tema con altura de miras. Esas inútiles discusiones guardan tras sus roñosas páginas una estética de oro, pura. Yo pienso a la religión como un subgénero de la literatura fantástica. De hecho, siempre fue así. A los antiguos locos genios que redactaron los primeros libros sagrados se habrán ganado la vida haciendo toda esta literatura, para que otros, más locos y poderosos que ellos, lo tomaran todo al pie de la letra. Es como que Valis de Philp Dick, es decir, no el libro completo, sino el apéndice del final, se tomara al pie de la letra, y se organizara un culto alrededor de estas ideas. En fin, iba a hablar sobre Alfred Hitchcock pero me aburrí y salí con esta payasada. Para la otra será.