Llevábamos no sé cuánto tiempo metidos ahí adentro, brevemente iluminados con unos miserables rayos de luz que se colaban por algunas rendijas y por los agujeros de los cañones. La situación era crítica; los zombies se habían tomado toda la ciudad y hace un año, exactamente un año, que no teníamos contacto con el exterior. Las provisiones escaseaban, pero la comandante Barbaroshka me dijo que hoy comeríamos caviar y destaparíamos una de champán. Quise reprocharle su falta de respeto ante la delicada situación, pero ella, apuntando al calendario, me dijo que hoy sería la excepción. Brindemos, me dijo, con su cara recortada por la sombra.