A veces pareciera que te estuvieras amurallando. Y tú decías, de manera suelta y atrevida, que tú no buscabas, que estabas dejando que te encontraran, pero los hechos te contrariaban. En el último sueño que relataste mencionaste que aparecía yo, dictando una carta, un mensaje cifrado que no parecías entender, pues la escritura estaba rasgada, con marcas que la hacían indeleble. ¿Acaso sentías miedo de que me fuese, de que te abandonase? ¿Cómo te podía abandonar, si ya los dados estaban arrojados? Desde un primer momento dijiste que no tenías interés por mí, que sólo me veías como un amigo, entonces actúe en consecuencia. No iba derribar esa fortaleza de piedra que se cernía alrededor tuyo para encontrarte. Quizás detrás de esos murallones de piedra no había nada, sólo un reflejo de algo, un fantasma perdido que alguna vez se pareció a ti.