(comentario de una de las tantas novelas de Robles Martínez)
En el primer capítulo se habla sobre un viento que aparece en una zona rural, pero que no se deja caer en cualquier ocasión, sino sólo cuando va a ocurrir una catástrofe en algún lugar del mundo. Se nos describe el pueblo completo; la plaza cívica, el largo río que atraviesa el valle, el bosque de pinos aledaño a un cerro, la gruta de una virgen milagrosa en una perforación terrestre, un largo camino donde salen y entran camiones cargados de plata y oro. El viento, se presume, está por aparecer.
En el segundo capítulo aparece una muchachita que llega a una cabaña empapada por la lluvia. Se tumba sobre un sofá. Un campesino entra y trata de despertarla, pero no reacciona; parece ser que su cuerpo estuviera “paralizado, como una mosca inerte sobre el excremento”, y su mente se encontrara “agujereada por el agua”. El campesino toma de la mano a la muchachita, y sin decirle ni una sola palabra, le seca el pelo con una toalla. La escena se descompone. El narrador comienza a divagar en torno a la conexión que existe entre la soledad y el viento. El campesino balbucea un incoherente monólogo, que habla sobre las clases de viento, las clases de cosecha, las clases de siembra, sin hilar las ideas, de manera caótica, desparramada. Con esto termina el segundo capítulo.
“Antes de la extracción de las cuatro muelas del juicio le dan una pastilla amarilla, que sumada a la anestesia local, dejan al operado prácticamente knockout. Su madre no es quien vela por él, si no su novia, que con estoicismo se desvela para darle sus medicamentos.” Con esa frase comienza el tercer capítulo. A continuación se nos explica que se trata de un joven universitario que tiene diversas alucinaciones, provocadas por diversas drogas que prueba, supuestamente para calmar los fuertes dolores que sufre en su mandíbula. Al cierre del capítulo, se describe un delirio en el cual el joven ve un viento enorme que asola una ciudad completa.
En el cuarto capítulo vemos a un niñito que desde su balcón se hace distintas preguntas: «¿Porque dos personas se abrazan en medio de la placita? Van caminando y se toman la mano y se dan besos, ¿por qué? ¿Por qué el viento me habla a mí y me dice que me arroje por el balcón? ¿Me quiere llevar hacia algún lugar?» El niñito desaparece del balcón y a continuación la casa se derrumba. Nadie ve la escena, sólo el narrador, que paulatinamente se va asemejando cada vez más a una presencia invisible que lo envuelve todo.
En el quinto capítulo, y final, se narra minuciosamente a un tornado que borra de la faz de la tierra un pequeño pueblo rural. En ese pueblo no vive nadie, sólo fantasmas que deambulan entre las casas, esperando una señal o algo que los saque de su condición espectral. El narrador cierra su relato con una antigua fábula que cuenta la historia de un mercader errante, el cual va recolectando los anillos de distintos matrimonios deshechos. Algunos creen que lo hace porque en su afán de codicia, quiere fundir el oro y fabricarse una enorme torre para desposar ahí adentro a una doncella virgen. Otros, son partidarios de que el hombre está atormentado por una antigua mujer que lo abandonó, y que a modo de venganza pretende entregarle un saco lleno de sortijas de matrimonio. Al final del relato, el hombre se encuentra con un juez que le confisca toda su mercancía, acusándolo de no haber pagado los impuestos al rey. Es entonces cuando el mercader explica que ha reunido esos anillos porque una voz le ha anunciado el fin del mundo, pero que sólo se detendrá si él entierra en una colina todo el botín que ha ido recolectando a lo largo de los años. El juez se burla en su rostro, y lo hace azotar por farsante. Ya sin ningún dinero, y con la espalda deshecha por los latigazos, el comerciante vuelve a su pueblo natal y sube a la colina donde tenía que enterrar el tesoro para salvar al mundo. Al llegar al lugar cae de rodillas e implora a la voz que lo perdone, que lo intentó todo pero que el destino le fue adverso. Es en ese momento cuando aparece un gran viento que destruye a todo el poblado, menos a él, que se encuentra en un lugar tan estratégicamente ubicado, que sólo siente una brisa suave y reconfortante.