24 de noviembre de 2010

Huellas (apuntes desclasificados de El Secuestro)


1. Todo lo que tiene que decir el Mayordomo, lo dice en las primeras cinco páginas.
2. En un aparte de la novela se abre una agujero hacia una dirección impensada: atención cuando se habla de un pintor y una secta de chiflados.
3. En realidad la novela está totalmente agujereada hacia múltiples direcciones.
4. Existe una extraña conexión entre Robles Martínez y Maurice Chobart. Esa relación se revelará pronto.
5. El Secuestro transcurre en una ciudad latinoamericana a comienzo de los años 60.
6. El policía Humberto Cáceres se dirige a Referencias Autorales a buscar los archivos de Robles Martínez, pero encuentra la carpeta vacía.
7. El contenido de esa carpeta está resguardado bajo siete llaves. Muy pronto se tendrá noticias de ésta.
8. El Secuestro no nace en la primera página y muere en la última. Es posible hallar material perdido en otras fuentes.
9. El hipotético hallazgo de estas fuentes es exclusiva responsabilidad e interés de parte del lector.
10. En la primera parte de la novela se menciona apenas el nombre de un policía, no teniendo mayor injerencia para el resto de la historia. 
11. Sin embargo, este personaje será clave en una novela posterior.
12. El Secuestro no es una pieza más en una larga continuidad de historias. Es apenas el punto cero, el arranque para otras historias que se desarrollarán en el futuro y en el pasado, de forma simultánea y secuencial.
13. El Secuestro no es parte de un universo cerrado, sino al contrario: pertenece a un mundo que se abre y se cierra a diversos intersticios, a multiversos que descansarán en distintos soportes.

(...sigue...)

8 de noviembre de 2010

Go to hell



"Mi mano puede dar en la mejilla de una mujer, pero el abofeteado seré yo, porque habré violentado mi dignidad" Antonio Di Benedetto

La primera bala ingresó por el hombro derecho, quedándose enquistada entre la articulación de la clavícula y el acromion. La segunda fue mucho más certera. Entró de lleno entre ceja y ceja. Hubo salida de bala. La sangre y los sesos mancharon una reproducción de Manifiesto autorretrato, de Maurice Chobart. Aquél, silencioso en el trabajo, no levantaba nunca la voz. Sus compañeros no sabían si era por timidez o por algo más. Probablemente era un hombre quitado de bulla, silencioso, el extraño más extraño entre los silencios que conformaban su enclenque figura. Había ascendido a gerente hace menos de un año. Hombre trabajador, serio, bien trajeado y perfumado. Sus hijos lo atendían parsimoniosamente, llevando la atención a exquisitos y exagerados detalles: le dejaban las pantuflas junto al diario dominical, un café bien caliente y el cenicero de hueso, traído desde el extranjero. Sin embargo, aquella tarde del sábado, su nervuda mano dio tres veces contra el rostro de su mujer. No era la primera vez, ciertamente. Eyaculó en su pelo y en su ropa. La mujer, aturdida ante el sistemático zamarreo, tuvo que succionar su pene hasta dejarlo totalmente limpio y seco. 

Fernando Bruna, el detective que investigó el caso, observaba una y otra vez la fotografía del difunto. Era como si sus facciones -la cara delineada y sombreada por las luces- portaran el ADN de aquellos hijos de puta que gozaban violentando a las mujeres. ¿Eran esos ojos inexpresivos? ¿esa boca desprovista de sonrisa? Todos compartían el mismo rostro, como si fenotípicamente se engarzara esa patética cara entre los millones de golpeadores de mujeres del mundo, sin importar etnia ni religión ni cultura. En la última gresca, el hijo de aquél había decidido acabar de una vez con la bestia. Lo cercó en su laberinto, aprovechando su avanzado estado etílico. No costó mucho. Su cuerpo y su espíritu temblaron, al unísono.Jaló dos veces el gatillo de la escopeta. La bestia se desparramó frenéticamente.Ya está. Que ni en paz descanses.

5 de noviembre de 2010

Esbozo de Robles Martínez


Una portada de un libro de Robles Martínez.

Primero fue en antigua reunión de amigos. Hablábamos de gente extraña, de seres ocultos que habían elaborado una obra secreta, más secreta aún que la propia existencia de ellos. El tema redundaba en torno a personas frágiles que habían pasado totalmente desapercibidas en el desafiante ambiente cultural de aquellos años. Entiéndase desafiante como amenazante, signos de una época en la cual todo transcurría de manera más lenta, con riesgos duplicados ante la creciente paranoia. No existía la autopromoción, ni los bombos y platillos orquestados por algún agente de la cultura.

Lo segundo vino después, en el alba, pero antes de pasar al segundo, elaboremos con más detalle el primero. Imagínense una reunión de amigos; hombres bebiendo algo alrededor de una mesa y hablando sobre variados temas en algún lugar de la tierra. Uno habló de la secreta obra de Jim Mendonza, pintor autodidacta, fallecido en ambiguas circunstancias. Otro mencionó a un tal Maurice Chobart, investigado por la policía desde hace años. Nadie sabía aún su real paradero.Un tercero, que sucede cronológicamente al momento segundo, dijo que el caso de Robles Martínez era aún más llamativo que los anteriores mencionados: Cobran una millonada por sus libros, aunque no lo crean amigos, de verdad, quizás exagere un poco.

Lo interrogamos el resto de los presentes, unos con miradas, otros con palabras farfulladoras y quebradas: Aunque parezca sacado de una mala novela, o de un buen cuento, o de una mediocre película, pero la verdad amigos míos, es que Robles Martínez prácticamente no existe. Con esto quiero recalcar que en realidad están sus obras, aún se puede encontrar una que otra en algún viejo puesto de saldos. Pero si consideramos que no tiene partida de defunción, ni siquiera alguna lápida perdida en un enmohecido cementerio, entonces su existencia física es puesta en duda. Al menos que su ser físico exista en este universo. Ello puede dejar abierta la posibilidad de que sus libros hayan sido enviados desde un universo paralelo al nuestro.

El que hablaba de esa forma exagerada, un poco rocambolesca, como extraído desde algún guión no muy bien elaborado, agregó que en algún mercado clandestino se cotizaban los libros de Robles Martínez que nunca habían visto la luz. ¿Cómo es eso? Se refería a obras que no habían sido comercializadas de manera pública, disponibles para cualquier transeúnte con el dinero necesario para adquirirlas. Son auténticas obras de arte, remató.

Lo segundo viene después del alba. Entre lo primero y lo tercero.

Nuestro amigo, luego de aburrirnos con una larga digresión en torno a la obra, el arte y su autenticidad, pude percibir que en verdad ni siquiera hablaba de algo normal. Me explico mejor. Cierto escritor español, de cuyo nombre no quiero acordarme, ideó en la ficción un libro que era capaz de asesinarte tras ser leído. Esto en la ficción, en el mundo de las letras. Pero la gran apuesta de Robles Martínez, en la realidad, fue que generó una especie de terrorismo cultural con sus obras. Supuestamente, quien era expuesto a las líneas de sus libros por algún tiempo, podía enloquecer. Sabemos que hay libros buenos, para relajarse, (¿con efectos sanadores? quizás sería llegar muy lejos al arriesgar tal hipótesis) con una carga energética positiva entre sus líneas. Jung se expresó con más propiedad de este tema en su Über psychische energetik und das wesen der träume, pero el que llevó más lejos esta teoría fue el místico alemán Gimmel Hizarrk, famoso por su obra Das Buch der Gartenzaun, en la cual intenta demostrar que las obras de arte abren puertas mentales a ciertas ideas arquetípicas que descansan en nuestro inconciente. Hizarrk bosquejó la idea de que una determinada disposición simbólica podía provocar la locura en el receptor de la obra. Pero no me explayaré más referente a este tema, del cual existe abundante bibliografía.

Lo segundo, lo que venía después del alba, es la posterior recreación, o en palabras más exactas, la escenificación de las obras de este autor. Pude encontrar un par de obras en una polvorienta librería de Valparaíso. Novelas que no tenían nada de extraño si se las leía distraidamente. Entonces mi búsqueda se inició ahí, tomándome como desafío el hecho de glosarlas una a una, para ver qué pasaba. Ingenuamente creía que de esta forma podía acercarme de una u otra forma al preciado botín de Robles Martínez; aquellos libros que enrarecían la mente a quienes los leyeran. Sin embargo, tal cosa no ha sucecido, hasta la fecha en que redacto esto.