28 de octubre de 2010

El año

El año de las turbulencias. El año del terremoto. El año del colapso nervioso. El año de los maremotos. El año del desencanto. El año del debut. El año de las microeditoriales. El año de los payasos. El año de los fariseos. El año de los charlatanes. El año de los jóvenes. El año de las mutaciones. El año del año. El año de los robots. El año de los policías. El año de los bebés. El año de los ladrones. El año de las películas. El año de los zombies. El año de la informática. El año del ano. El año de la paranoia. El año de la explosión. El año de las protestas. El año de la expansión. El año de los enanos. El año del revólver. El año de la familia Fontberry. El año de la dilatación. El año del espejismo. El año del oasis. El año de la mano.El año de la comezón. El año del hígado. El año de Bolaño. El año de la contracción. El año de las multinacionales. El año de la despedida. El año de los ancianos. El año de la risa torva. El año de aquellos sentados, alrededor de una mesa, jugando al póker.

1 de octubre de 2010

Rococó



Nunca he sido demasiado bueno para adornar las paredes de las distintas habitaciones que me han contenido en mi vida. Si mal no calculo, han sido por lo menos unas cinco o seis viviendas en las que habité por diversos episodios que no viene al caso relatarlos ahora. Lo que yo quería decir es que nunca fui bueno en aquello, en lo decorativo. ¿Poner fotografías de mujeres desnudas? Siempre me pareció de mal gusto. De niño sentía un poco de rubor al entrar a otras habitaciones, con sendos pósters de la cuarta, la bomba 4, o playboy. Una fijación rayana en la estupidez y la ordinariez. Mujeres con tetas flácidas o siliconadas colgando como monolitos en abismos y quebradas imposibles. Imágenes sin la autenticidad de un verdadero desnudo fotográfico, pulido a fuego vivo en el laberinto de luces y sombras.

Distinto es el caso de las ilustraciones o reproducciones de pintura. En mi primera pieza tenía algunas imágenes de Luis Royo. Pero Luis Royo era demasiado, no sé cómo decirlo, era demasiado pop y perfecto en sus detalles, pero sus mujeres parecían muertas, demasiado arquetípicas, como si el ilustrador hubiese estado toda la vida dibujando una y otra vez a la misma mujer, pero disfrazada de guerrera épica, astronauta o ángel.  No hay tensión en su trabajo. No hay nada nuevo. Si ahora tuviera que elegir a un ilustrador, no dudaría en poner imágenes de Suehiro Maruo, aquel dibujante japonés que lacera hasta la exageración la carne humana, repleta de gusanos y vísceras fosforescentes. Pero Maruo y Royo son cosas tan distintos como un cuarto de queso de libra y un jugo de ranas. 

Pero la idea no era ponerse a describir el trabajado de otros autores. La idea de todo este escrito era hablar de la pared en blanco. Lo anti-rococó, que no tendría porque ser el minimalismo tampoco. Hablo de otra cosa. Del espacio vacío. Francamente, me ha sido mucho más útil que la foto o la pintura de cualquier autor. Lo digo por aquello que genera la sostenida mirada de un fondo blanquecino, que podría ser verde, azulado o del color determinado de una habitación. Pero ahora me voy a detener en esta pequeña digresión, para ponerme a seguir una novela que tengo por ahí. Más adelante hablaré de paredes.