25 de julio de 2010

El hijo de Leibniz

Sufría de un molesto dolor de encías. Como durante la noche mi perra ladraba, intentaba conciliar mi sueño escribiendo algo, cualquiera cosa. No importaba tanto el motivo como el mismo hecho de escribir. A veces se me aparecía en la cabeza la imagen de un colgado. Este colgado era un niñito que tenía una filmadora en su pecho. Por algún extraño mecanismo que desconozco, cuando dormía, soñaba con las películas que hacía el niñito. No lo había dicho, pero el niñito me lo imaginaba colgado del cuello, para no recaer en la estúpida tautología de decir: el niñito se había ahorcado porque tenía una soga en el cuello, amarrándose a un árbol. En mis sueños el niñito aún seguía vivo. La filmadora salía de su pecho. Este, "salía" quiere decir que tenía incrustada la cámara a su pecho. El dolor de encías persistía. Mi perra seguía ladrando y menos podía yo conciliar el sueño. Eso provocaba que mis labios se rajaran en dos, justo en el centro. ¿Tenía que ver el dolor de encías con las imágenes de mi cabeza? Nunca lo averigué bien. Después de escribir y de imaginar, soñé. A la mañana siguiente, decidí ponerme una filmadora en el pecho, sujeta con papel adhesivo, para a continuación ahorcarme en el árbol. No saben lo fabulosa que es la vista desde aquí.