29 de diciembre de 2008

Daniel Zurita (de la serie, El congreso de literatura fantástica) 3

Cuando lo conocí en el encuentro de escritores de ciencia-ficción, supe que el estrafalario punk ocultaba algo. Esa tarde lo vi acompañado de dos hombres trajeados de negro... parecían agentes asesinos subsidiados por la mafia. Daniel Zurita presentaba su novela Hong-Kong, que trataba según él, sobre la frágil condición robótica de las máquinas. Habló del Talmud, de los cabalistas, de las últimas novedades de la literatura norteamericana, de los prefacios que escribía para sus amigos escritores... habló de todo un poco en realidad. Luego se retiró, tímidamente del estrado, y a la hora de servirnos la cerveza de honor, se metió misteriosamente por una puerta lateral junto a sus guardespaldas. Daniel Zurita siempre llegaba a todas las reuniones sociales y cafés literarios, inclusive se había hecho famoso por transmitir un programa radial sobre física cuántica en una universidad católica de derechas. Pero hablar con él siempre resultaba inaccesible. O visto de otra forma, complejo... era difícil sostener una larga conversación porque siempre se iba, pues tenía mucho que escribir, argumentaba. Una larga novela, al estilo buildungsroman decimonónico, pero con androides escritores y poetas asesinos. Más tarde supe que pertenecía a un grupo de jóvenes escritores denominados Bluff. Todos portaban armas y llevaban agentes puesto que como eran la envidia de todos, sabían que podían ser asesinados en cualquier instante. Pero esa es otra historia mucho más larga y compleja para tratar en un blog. Da para novelizar.

Leonel Hernández (de la serie, El Congreso de Literatura Fantástica) 2

Suponen mis hipotéticos lectores, que hablaré sólo sobre escritores en esta humilde sección literaria. Pero no, en realidad hablaré de personas relacionadas con el mundo literario en general. Uno de ellos es el organizador de encuentros poéticos provincianos, el señor Leonel Hernández (o Leo Herna, para los amigos y enemigos). Lo conocí en el congreso de literatura fantástica, aunque no sé muy bien qué hacía por ahí pues me confesó que en su vida sólo había leído a Kafka y a un tal Roberto Bolaño ¡ah! y a Fernando Vallejo, al cual imitaba en sus diatribas y posturas políticas. Su personalidad era una rara mezcla: una especie de florero de mesa combinado con ataques abruptos de timidez y pronvincianismo. También le gustaba mentir, pero en el sentido peyorativo de la palabra: mentía para engañar, no para entretener. Todavía recuerdo la brutal ofensa que ensució mis límpidas manos. Uná noche lo vi en una esquina con su sombrero, afirmándolo en el suelo, como reteniendo algo. Me dijo que tenía escondido ahí las obras completas de J.G. Ballard, pero temía que algún ladrón de libros se las robara. El problema es que necesitaba urgente ir a encontrarse con su amante santiaguina para echar un polvo. Codicioso, le dije, no te preocupes hombre, yo te cuido el sombrero con las obras completas. Bien, me contestó, y a continuación me preguntó: "¿tienes diez lucas para pagar el motel?" Saqué de mi cartera un lustroso billete azul y se lo tendí. Cuando se fue, y ya estando solo en aquel callejón, metí la mano bajo el sombrero, y una fétida bosta de perro se me pegó como engrudo a los dedos. Una vez más Leones Hernández me había cagado.

Arturo Alejandro (de la serie, El Congreso de Literatura Fantástica) 1

Siempre tenemos un amigo o un conocido que está todo el tiempo hablando de complots, de ideas paranoicas de dominación, de sociedades secretas que quieren desestabilizar a la humanidad e imponer un nuevo orden mundial, de razas alienígenas que nos invadirán pronto o que ya viven escondidos entre nosotros, etc. Todos esos delirios recaen en Arturo Alejandro, escritor chileno-español que se ha labrado un pequeño camino en la literatura local chilensis. El punto es que conocí a Arturo Alejandro (A.A. para los amigos) en un encuentro de escritores de ciencia-ficción. En esa ocasión me mostró su segunda novelita, Diario de las especies mutantes, donde escribía la historia de un niño que no sabía si era lavadora o refrigerador o secadora para el pelo. Me cuesta confesarlo, pero su novela era rarísima, no, no rara, ininteligible es la palabra. El escrito se estructuraba como un manual para fabricar mascotas robots, pero lentamente la escritura del manual se iba perturbando, en realidad, iba siendo invadida por las múltiples personalidades del niño genio, lo cual su lectura se tornaba imposible. Como yo no tenia obra publicada le entregué una fotocopia de mi novelita, Totec, un experimento narrativo fallido de laboratorio. Lamentablemente nunca me pudo dar su opinión en torno a mi escrito, pues a la semana siguiente desapareció en extrañas circunstancias. Lo abdujeron, seguramente.

16 de diciembre de 2008

A David Cronenberg



Las astillas se incrustaban sin miramientos en un opaco y viscoso ojo de la realidad. Ese mismo ojo que te persigue aún tras el basurero o el escondite perfecto de tu inocencia. De más está decir que explotaban simultáneamente, creando una realidad sincrónica y simultánea, generando un mandala cósmico que interpretaba al universo. La carne atravesada por los cables, el oscuro corporativismo que deshace tu vida y la transforma en materia pura para una pantalla de video. Video, de ver, de máquinas, de generación virtual que están para quedarse. Se decía por los ochenta que los rusos enviaban ondas por medio de satélites para generar sueños homicídas. David, como profeta del LSD mezclado con amoníaco, o alguna sustancia tan indolora como mitificante que te puede hacer desmitificar la realidad. En realidad tras los pantallazos de David no hay morfina, porque la sustancia tranquilizadora se esconde vagamente en algún rincón, acechando, como un gato negro parpadeante, hecho a base de circuitos interconectados directamente con tu cerebro. Esto nos lleva a pensar que tras cada secuencia se esconde algo más real que los falsos efectos especiales de utilería barata. La sangre cobra existencia divina. O visto de otra manera, la sangre fluye lentamente por tus venas hasta volverse catódica e instranferible... ¿ Y cuál es la metáfora que puede haber finalmente en un reality clandestino si no es que nuestras vidas son materia prima para ser mostrado en ellos? Nuestra existencia como carne colgando en ganchos chorreantes de carnicería. Y los últimos pliegues rebosando un pequeño hálito de verdad, de manera catatónica, como una mágnum apuntándonos a la cabeza.

14 de diciembre de 2008

Ciudad enterrada en los márgenes. Óleo sobre lienzo, 165 x 120,5 cms


Colores cálidos y una predominancia de tonalidades ocres y magentas, configuran esta escalofriante pintura. Se observa en el centro una ciudad futurista semi-enterrada, con dos cúpulas que se alzan al cielo. Algunos han querido ver a dos mezquitas alineadas, otros han afirmado que se trata de zonas de despegue para naves voladoras. […] La ciudad está en un lugar desértico y polvoriento, cubierta por una atmósfera crepuscular y con rayos pálidos que la bañan. La única vida que se aprecia en el cuadro viene desde arriba: una bandada de cuervos polvorientos conforman una nube negra y amenazadora. Los cuervos se reparten desordenadamente formando una V enorme. Un cielo rojizo y llameante domina las alturas, con nubes nimbadas que se esparcen en el cenit.
Dato curioso: Este cuadro fue utilizado como afiche para una película de bajo presupuesto, La ciudadela del infierno[1], dirigida por Roderick Fartson, la cual trata sobre una civilización desaparecida en un planeta distante. El argumento de la cinta puede resumirse sucintamente: Los astronautas llegan a un planeta que desconocen, pues se pierden de la ruta espacial original que llevaban. Al llegar al lugar, comienzan a ver muchas semejanzas con ruinas precolombinas. No hay habitantes ni huesos ni cadáveres. Sólo ciudades y zigurats abandonados. Hasta que vislumbran una forma de vida animal, no avanzada, pero sí amenazante. Son los cuervos de la pintura, aunque en la película son unas aves pequeñas y platinadas que tienen dos cabezas y sólo un ala, y que no hacen más que volar en círculos y atacar en picada. Los astronautas repelen los ataques con sus pistolas láser, llegando finalmente a una ciudad similar a la del cuadro. Ahí comienzan a repeler el ataque de las criaturas, que parecen infinitas, pues comienzan a multiplicarse y a venir unas tras otras. La película finaliza con un único sobreviviente, que termina orando en lo que parece un templo con un dios tallado en ónix, un dios cabeza de pájaro y de una estatura enorme. El astronauta reza, y la última escena termina con un zoom out, que muestra el templo, luego la plaza, luego la ciudad enterrada, y finalmente el cielo negro, iluminado por dos soles hambrientos y llameantes.

[1] El guión estuvo a cargo de Dave Keymann, un historietista que cultivó mucho el cómic de terror y ciencia-ficción.
(Otro fragmento más de Totec, acto que bien podría estar dedicado a la memoria de Cabro Gamarra, el renovador en estado puro de la novela por entregas.)

7 de diciembre de 2008

Totec



Soñé que la cara del pintor se multiplicaba en una playa de luces mortecinas. Caminaba yo con los pies descalzos y lo contemplaba desde lejos, con su atril, con los pellejos de carne humana como telas, y con gestos y movimientos espectrales, el pintor me pintaba. Soñé que me hacía un retrato espantoso, con los ojos salidos de las cuencas y la boca contrahecha, deforme. Luego la cabeza del pintor se transformaba en un cuervo y se reía a la distancia. Soñé con una secta milenaria, que se reunía en espesos bosques para adorar a sus dioses, orando en una lengua que jamás había escuchado, pero que extrañamente entendía; decían que podían controlar el espacio y el tiempo a voluntad, utilizando sus pieles como alfombras en las cuales se tendían y realizaban orgías que no terminaban hasta antes del amanecer. Un viejo con una barba espesa, apoyado en un largo y grueso bastón de madera, afirmaba que podía viajar hacia el pasado sólo con el pensamiento, y luego se transformaba en una serpiente dorada y salía volando hacia el cielo a la velocidad de la luz.
(fragmento de Totec, inédita hasta quién sabe cuándo)

2 de diciembre de 2008

(Escoger un solo recuerdo)


La pregunta que transversalmente recorren las religiones, y por supuesto, la filosofía occidental, es la más simple de formular, pero la más compleja de resolver: ¿qué pasará con nosotros una vez que hallamos muerto? Como un péndulo, las respuestas se barajan entre dejar de existir o seguir existiendo, pero bajo una nueva forma y sentido. Hace poco vi la película Wandafuru Raifu (After Life) la cual trata de responder esta interrrogante, creando un nexo entre la vida y la muerte, en un lugar (como el purgatorio) en el cual una vez muertos llegamos durante una breve estadía. Es en esta especie de mundo paralelo donde un selecto grupo de productores trabajará para nosotros, con el fin de filmar un solo recuerdo de nuestras vidas. Ellos se encargarán durante cuatro días, de elaborar, registrar, producir, seleccionar actores y locaciones, etc, para realizar el corto, que será lo último que veremos en nuestra última existencia. Pero la premisa del trabajo realizado es la siguiente: "una vez que filmemos y exhibamos su recuerdo, todos lo demás se borrará para siempre de su mente y usted parmenecerá sólo con ese recuerdo para el resto de la eternidad."
Y usted hipotetico y fantasmal lector (si existiese), si tuviera que escoger un solo recuerdo... ¿cuál elegiría?